Una extraña entre nosotros

En su segunda película tras ‘‘The Dancer’’ (2016), Stéphanie Di Giusto toma como referencia un caso real y nos traslada al contexto rural del Estado francés de 1870. La protagonista, interpretada con gran acierto por Nadia Tereszkiewicz, sufre de hirsutismo, una condición que provoca un exceso de vello en su cuerpo, incluyendo el rostro. Obligada a ocultar su singularidad durante años, encuentra una opción para liberarse cuando se casa con el dueño de un café (Benoît Magimel), el cual aceptará y apoyará la decisión de que ella quiera exhibir su barba a modo de reclamo.
‘‘Rosalie’’ explora las reacciones de la comunidad rural ante la presencia de alguien ‘‘diferente’’, desde la curiosidad inicial hasta la intolerancia y los prejuicios que surgen. Benjamin Biolay interpreta a Barcelin -el propietario de la fábrica que ofrece empleo mayoritario a los habitantes del pueblo-, un personaje clave cuyas actitudes fluctúan entre la desaprobación y el interés económico, reflejando cómo la intolerancia puede propagarse en una comunidad. A través de la cámara de Di Giusto, la película se convierte en una parábola sobre la aceptación de la diferencia y la lucha contra los prejuicios sociales. Más allá de su discurso sobre la tolerancia, ‘‘Rosalie’’ también es un estudio íntimo de la propia aceptación personal. Tanto Rosalie como Abel luchan por aceptarse a sí mismos y superar sus propios complejos, incidiendo en las complejidades de las relaciones humanas de manera sutil y profunda. Sin embargo, la película presenta algunas cuestiones que hacen tambalear a su conjunto y que no pasan desapercibidas. En su último tramo, parece adentrarse en complicaciones argumentales y giros melodramáticos que, aunque intentan aumentar la tensión, se revelan como forzados y alejados de las intenciones que se planteaban inicialmente.

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