Zurracapote embotellado
Insisten en que lo importante es participar, pero al final cuentan las medallas, hacen listas, se muestran satisfechos o señalan por no haber alcanzado unos números que salieron de un cálculo privado, solitario, donde introducían en el ábaco realidades, sensaciones y deseos para alcanzar unas cifras netamente aleatorias, porque en los deportes se lucha contra los contrincantes o contra el tiempo o el espacio. No hay una relación directa entre inversión, entrenamiento y resultados. Al final, los escépticos somos los que mejor entendemos de las alegrías y las frustraciones fuera del utilitarismo, el mercado o el patriotismo.
Si la inauguración de los Juegos fue una lección de historia, de integración, de hallazgos narrativos más allá del convencionalismo, la despedida fue una concentración de cuerpos y almas, músicas, acciones teatrales de orden geométrico, unas metáforas de manual y un final sorpresivo con Tom Cruise apareciéndose en el estadio, deslizándose desde el techo, tomando la bandera olímpica de mano de Simone Biles, montándose en una moto de película que a la vez se mete en un avión que llega a Los Ángeles, donde les esperan, montan una fiestecilla en la playa con músicas ligeras y ya está en marcha la cita de 2028.
Mientras unos cuentan medallas, otros rompen o alargan contratos, París retoma su configuración veraniega habitual y la noticia importante es que, ¡por fin!, hay una marca de zurracapote embotellado. Por cierto, que cada vez que veo a atletas corriendo, saltando o boxeando con bandera de conveniencia entro en controversia con la contradicción y el alirón.

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