Una de las mejores películas del año

Sean Baker no defrauda nunca. En la flamante ganadora del pasado Festival de Cannes, pone en el centro de la narración al personaje que da nombra a la película: Anora, una joven bailarina erótica de Brooklyn que tiene la oportunidad de vivir una historia de “Cenicienta” cuando conoce e impulsivamente se casa con el hijo de un oligarca ruso, Ivan.
Baker ha creado una especie de reverso de “Pretty Woman” pasado por el filtro de los Coen o los hermanos Safdie, y lo reafirma como un narrador magistral y como un creador con una capacidad asombrosa para dirigir actores; todo el elenco en general, y Mikey Madison en particular, hacen un trabajo impresionante.
Fusiona de manera fascinante su estética con el fervor del “romance” en ciernes entre Ani e Ivan, mientras la cámara de Drew Daniels gira de manera vertiginosa de un lado para otro. Entre tanto, melodías archiconocidas del dance-pop -‘‘All the Things She Said” de t.A.T.u, por ejemplo- inundan intermitentemente la banda sonora.
El manejo del tiempo narrativo es asombroso; hay partes en que el montaje y el uso de las elipsis impregnan la cinta con un ritmo vertiginoso, y otras en las que Baker decide pararse en una escena o localización concreta y alargarla muchísimo para darnos cierto respiro y también reflexionar.
En su recta final, por ejemplo, sumerge la trama en el ámbito de la lucha de clases, presentando un intenso conflicto entre la soberbia del capitalismo y la dignidad de los marginados. Me fascina cómo lo hace, pero también reconozco que los 138 minutos tal vez resulten un tanto excesivos; hay partes en los que se atasca narrativamente.
Thriller, drama y sobre todo comedia; una película muy divertida, pero también muy dolorosa y sobre todo con un enorme corazón.

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