Las capas invisibles
Cada vez que el camino se estrecha y no hay manera de encontrar una explicación plausible, no está mal recurrir a la composición física de las cebollas. El irse formando a base de capas que van creando estructuras protectoras le confiere una capacidad metafórica que los humanos, tanto en sicología aplicada como en política de barra de bar, utilizamos.
Sin conocer de manera irrevocable el núcleo central, el hueso, la célula madre, ¿cuántas capas invisibles conforman nuestra sociedad? Y bien mirado, no sabemos exactamente a quienes representan o protegen las capas más externas, su valor en el ordenamiento de toda la experiencia de vida y muerte, su funcionalidad para que la bolsa suba o baje, el sistema métrico decimal sea valorado, el fuera de juego semiautomático no sea vilipendiado y las naranjas estén a un precio prohibitivo.
Se está celebrando en Bakú la COP29, donde especialistas pertenecientes a 200 países se reunirán dentro de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, para acordar un nuevo objetivo de financiación climática para aplicar a partir de 2025. La letra de este tango es maravillosa. Pero si están en la edición vigésimonovena y los acuerdos, recomendaciones que hayan adoptado en los anteriores encuentros, nos hacen sospechar que una cosa es hacer declaraciones y campañas, y otra de verdad es cortar el grifo de energías derivadas de combustibles fósiles. Que se celebre en Azerbaiyán es todo un síntoma de lo que puede ser esta cebolla incolora, inodora e insípida más allá del color y el olor del dólar.

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