«Antes odiábamos mucho a los elefantes», admite la agricultora keniana Charity Mwangome mientras descansa a la sombra de un baobab. Las abejas le ayudaron a ablandar sus sentimientos hacia unos animales que a menudo acababan con meses de trabajo en su finca, situada entre dos partes del Parque Nacional de Tsavo. Pero ahora, su finca cuenta con vallas hechas con colmenas, lo que hace que los paquidermos la eviten. Adorados por los turistas, que aportan cerca de 10% del PIB de Kenia, los elefantes son detestados por la mayoría de los agricultores locales, que constituyen la espina dorsal de la economía del país. Mwangome reconoce que se enfadó con los protectores de los elefantes cuando se le negó una indemnización por la pérdida de sus cultivos, pero el enojo pasó cuando la organización Save the Elephants le propuso una solución inesperada: espantar a uno de los animales más grandes con uno de los más pequeños, la abeja africana. Desde entonces, vallas hechas de colmenas protegen las parcelas cultivadas de las granjas, incluida la de Mwangome. «Las colmenas vinieron a nuestro rescate», afirma agradecida.