Conciertos multitudinarios como realidad
2025 volverá a ser un año trepidante para nuestra escena musical, un particular ecosistema que se enfrenta a los desafíos de la agenda capitalista. Ante la imposibilidad de combatirla, nuestro mundo musical parece haber aplicado una máxima: si no puedes derrocarla, reviértela desde dentro.

Hay un fenómeno que se repite de un tiempo a esta parte: cada vez tenemos más oportunidades de asistir a más conciertos de nuestras bandas y artistas en recintos más grandes y junto a más público.
El final de 2024 queda marcado por las dos mágicas citas que Fermín Muguruza ofreció en Bilbao Arena. El de Irun celebra sus cuarenta años en escena con una gira mundial histórica que lo llevará a actuar en grandes y clásicos recintos de todo el globo. Su espectacular periplo tendrá como puntos álgidos una actuación en el estadio Anoeta el 14 de junio y el fin de gira en Nafarroa Arena el 4 de octubre que significará su adiós.
2025 también viene cargado de otros grandes eventos anunciados por diferentes protagonistas y razones: Esne Beltza, Gatibu, Izaro, Chill Mafia y ETS, entre otros. La naturaleza de estos eventos, sobre todo en el caso de despedidas y puntos y aparte, dependerá de la honestidad de sus anunciantes porque lo cierto es que para decir adiós no hace falta otra cosa más que irse. Y en el mundo de la música, las despedidas dramáticas seguidas de una vuelta a los escenarios al verano siguiente se están convirtiendo en una costumbre, o broma, demasiado pesada.
No obstante, lo que sí acentúan estos grandes eventos anunciados para 2025 es la posibilidad de que nuestras bandas puedan actuar en recintos que hasta hace no mucho, y salvo puntuales excepciones, parecían estar reservados a bandas internacionales.
Esto articula un debate sobre un cambio de tercio en nuestra escena: nuestras bandas y artistas empiezan a pensar más en modo macro que micro. Toman decisiones que parecen más enfocadas a la profesionalidad que a nuestra tradición basada en la colaboración y la solidaridad. El debate, probablemente, quedó abierto cuando Berri Txarrak actuó en aquella previa de los MTV European Awards 2018, en San Mamés.
BERRI TXARRAK
Poco quedaba ya de la vieja industria musical en aquel lejano 2018, como también poco quedaba, en comparación con el siglo pasado, de la autogestión como el motor organizativo y creativo de nuestra escena. Sin embargo, se alzaron discursos en contra de la MTV, quizá lícitos, y se intentó señalar al trío de Lekunberri como un ente vendido al capital.
Lo cierto es que Berri Txarrak se pasó un año despidiéndose en una extensa gira y, presuntamente, de su propio público. Para siempre. Un año con noches multitudinarias como la vivida en Kobetas y en su último suspiro sobre el escenario del Nafarroa Arena. En el análisis del momento, el vértigo se hizo protagonista. ¿Y ahora qué? Sin la banda más mediática de nuestra historia sobre los escenarios el regusto a incertidumbre se agolpaba en nuestro olfato.
Sin embargo, parece que el camino quedó abierto. La salida del shock post pandémico dejó un 2022 marcado por los grandes eventos musicales: Fito en San Mamés, Izaro en el Velódromo de Anoeta y Delirium Tremens y Hertzainak en el BEC. Respetando los aforos a los que se ciñó cada banda, se vendieron muchas miles de entradas. En algunos casos, se alcanzó a agotar todos los tickets programados. La sensación no era que algo estaba cambiando; la sensación era que, directamente, algo había cambiado.
LA TORMENTA PERFECTA
A modo de tormenta perfecta, los hechos se han sucedido hasta llegar al presente escenario.
Por un lado, el modelo de industria musical amparada en un sistema de discográficas que vivían de los beneficios surgidos del formato físico había sucumbido ante el democratizador cataclismo llamado internet. Esto hizo que otro tipo de multinacionales, además de los propios artistas, centrasen sus esfuerzos en la industria del directo. Los discos pasaron a ser un motivo más, aparte de las reuniones o las despedidas, para hacer girar la lucrativa rueda de la música en directo. Nuestra escena ha sido ajena a estos cambios.
Por otro lado, el propio modelo de música en directo ha mutado en nuestro país a lo largo de este siglo. La irrupción de los grandes eventos de verano reventó una rica y equilibrada oferta de conciertos internacional y nacional que se concentraba especialmente en otoño, invierno y primavera.
Dicho de otra forma, el gran y mediano formato internacional prácticamente ha desaparecido de nuestras agendas. Todo ha quedado reducido a una larga espera entreguerras comprendido entre periodo estival y periodo estival. Si en las últimas dos décadas del siglo pasado fue posible disfrutar de bandas referentes e históricas a nivel mundial en el Anaitasuna, La Casilla o el Velódromo de Anoeta, ahora casi todo queda reducido a lo que surja en junio en Mendizabala o en julio en Kobetas.
Sin embargo, pese a esa mutación en nuestra oferta musical, esta no se ha visto reducida. La actividad sigue ahí aunque a día de hoy esté más ligada a lo que ocurre en nuestras capitales. Es más, de una u otra forma, parece que nuestra escena, nuestras bandas y nuestros artistas han dado un paso adelante y se están haciendo con el hueco surgido de la demolición de la oferta internacional que capitalizaba recintos en el pasado.
Tras años de relación activa con la música en directo, nuestra sociedad sigue ávida de conciertos. Quizá cambie el enfoque y, donde en el pasado hubo solidaridad, autogestión, celebración, militancia y lucha, ahora, además, también haya consumo, oferta y demanda.
Seguro que será complicado de aceptar, pero parece que la relación de nuestro pueblo con la industria musical empieza a asimilarse a la del resto de naciones.
REALIDAD Y NECESIDAD
Los conciertos de nuestros artistas y bandas en grandes recintos no deberían de ser una moda momentánea y pasajera. Deberían de ser una realidad a la par que una necesidad. Si nuestra sociedad ha luchado a lo largo de las décadas por condiciones de trabajo dignas, es justo que nuestra escena disfrute también de condiciones similares. No solo la parte artística de la escena, también el resto del tejido tiene la necesidad de conseguir condiciones más dignas para sus profesiones.
Guste más o menos, si en este cuarto de siglo hemos asistido a una profesionalización del sector en su vertiente organizativa no exenta de polémica y aportación pública, es justo que nuestros artistas y profesionales se aprovechen de las posibilidades creadas.
Si uno de los caminos es el de crecer, enfrentarse a retos mayores, acceder a recintos más grandes y abrirse a la posibilidad de mejorar beneficios y, en consecuencia, mejorar condiciones laborales, bienvenido sea.
Además, este tipo de eventos articulan la educación de un público familiar que, en el futuro, pasará a ser un público independiente. Asentará y, probablemente, asegurará las bases de nuestra relación con la música del futuro para que nuestro circuito perdure y sobreviva con unas condiciones más dignas para sus principales protagonistas.
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