Alguien comentaba, en una sobremesa llena de viandas que habían sobrado, de botellas de vino sin terminar, la cruel situación que atraviesa Palestina. Decía que la historia nos juzgará por ser testigos de una carnicería, de un exterminio, sin que nada hagamos, estando informadas con luces y taquígrafos. Añadió, que haremos buenos a los alemanes que nada supieron sobre el genocidio que llevaban a cabo cerca de sus casas. Ellos vivían de espaldas al horror, seguían disfrutando, o sobrellevando, sus vidas. Aún me queda por ver la que dicen es una de las películas más interesantes de los últimos años, ‘‘La zona de interés’’ de Jonathan Glazer. El creador de los videoclips de grupos como Massive Attack, Jamiroquai o Radiohead, tras tomarse su tiempo, presentaba en Cannes una película sobre la tragedia del holocausto, en donde todo se sugiere, creando un impacto mucho mayor que el que podría lograrse mediante imágenes explicitas. En la cinta, una familia feliz vive en una casa al lado Auschwitz, tan solo el humo y los sonidos lejanos llegados del horror intervienen en la puesta en escena de la familia. A pesar de las películas, los libros o los relatos, la historia se repite, y el ser humano hace bueno el pensamiento de Thomas Hobbes mientras disfruta de su pícnic deslizando las historias en su teléfono móvil mientras el humo y los sonidos de la muerte ni le rozan. Así somos.