José Félix AZURMENDI
Periodista
KOLABORAZIOA

Palacete

El tema este del palacete de la Avenue Marceau permite y facilita reflexiones colaterales. Nunca he estado de acuerdo en que el PNV patrimonializara historia, historias y símbolos que afectan a todos los abertzales, ni en que los de la izquierda lo aceptaran como aliviados, mientras hurgaban en el pasado para dar con precedentes que les liberaran de estar de acuerdo en algo con los jeltzales. Hay una etapa de la lucha emancipadora de nuestro pueblo protagonizada por estas siglas que es, a mi juicio, de todos los patriotas vascos. Por supuesto que en esa historia −¡en cuál no!− no faltan contradicciones e historias poco defendibles, pero en su globalidad se puede sostener que el pasado abertzale de la generación de la guerra y el exilio es más que digno.

En cuanto se normalizaron para los peninsulares los pasos de muga −gracias, entre otros motivos, a las peregrinaciones marianas de Lourdes y so pretexto del duralex−, nuestra madre nos llevó a visitar la tumba de José Antonio Aguirre en Donibane Lohitzune, donde sigue, por cierto. Para nuestro aitxitxe Badiola, que había sufrido la destrucción de Gernika y la evacuación a Normandía rodeado de mujeres y niños, era el gran hombre (hori bai gizona!) que encarnaba la esperanza, como lo era el canónigo Onaindia −Padre Olaso en Radio París−, en quien Jon Bilbao vio un Makarios que le pudo haber sucedido, aunque finalmente el marquinés mal digiriera la ruptura política y social de las nuevas generaciones. Tuvo Seaska una modesta haur eskola a mediados de los setenta muy próxima al cementerio, en la que ya había hijos de los nuevos refugiados y estaba conducida por Marikita, la esposa de Peixoto: cuando se portaban bien, los niños lo visitaban, visitaban la tumba del lendakari Aguirre.

Aguirre, Irujo, Landáburu, Robles, Álava, Letamendi, Michelena, y por supuesto, Gallastegi, Lezo y Likiniano, son también nuestros, de todos, de nuestra historia común: también el palacete de la Avenue Marceau, y la sede de los «Tenebrosos» o los «Curas» de la contigua Quentin Bauchart, que no sé si entra o no en la devolución y que bien merecería con ese motivo que saliera del silencio. Y nuestros, de nuestra historia común, son los acaudalados Belausteguigoitia-Arocena, Saralegui, Gamboa e Insausti, que facilitaron la supervivencia de los hombres y las instituciones que representaban en la derrota a los vascos nacionalistas, jeltzales en su mayoría. El intelectual galleguista Ramón Piñeiro lo dejó escrito: «As duas únicas organizacións, realmente disciplinadas, verdaderamente organizadas, dinámicas e presentes, con todo los riscos e sagrificios que elo comportaba, foron o P. N. V., e o P. C. Nos anos 40 e 50, éstas eran as únicas forzas con estructura, direción, disciprina e capacidade de ación. No caso dos vascos había, ademáis, unha enorme responsabilidade, porque evitaban vítimas, e dicer, poñían a meirande precaución, sixilo, eficacia e discreción, pero sin coutar a ación. Era admirábel a capacidade de orgaización, de disciprina, de seriedade e de responsabilidade. O Nacionalismo Vasco deu a mostra máis crara de cómo se pode sofrir moi duramente sin deixar de actuar i estar presente». Cierto es que luego cambiaron y mucho personas, circunstancias y situaciones. Murieron unos, nacieron otros y la vida de este pueblo, como la de todos, cambió, pero la historia es la que es, y debería ser conocida y respetada en su verdad.