JAIME IGLESIAS
MADRID
Entrevista
ADAM ELLIOT
Cineasta

«Para mí, hacer cine es una especie de terapia»

Adam Elliot saltó a la fama con su cortometraje “Harvie Krumpet” (2004), con el que ganó el Oscar. Dicho trabajo le consagró como uno de los mayores talentos del cine de animación. Maestro en la técnica del stop-motion, vuelve a optar a la estatuilla con “Memorias de un caracol”, que a las salas tras triunfar en Annecy y ser presentada en Zinemaldia.

(Cortesía de MADFER FILMS / ALFA PICTURES)

‘‘Memorias de un caracol’’ cuenta la historia de Grace, una adolescente introvertida que, tras la muerte de su padre, es forzada a separarse de su hermano. Acogida por un excéntrico matrimonio que apenas se preocupa por ella, Grace va creciendo, sintiéndose una marginada. Un día conoce a Pinky, una anciana entusiasta que le enseña a vivir siendo ella misma. Este hecho da pie a una emotiva historia de amistad, protagonizada por figuras de plastilina y donde su director ha volcado mucho de sí mismo.

Han transcurrido quince años desde su anterior largometraje, «Mary and Max», y casi diez desde su último corto. ¿Todo ese lapso de tiempo refleja la complejidad de poner en pie un proyecto como «Memorias de un caracol»?

La verdad es que me dejas perplejo, no tenía la sensación de que habían pasado tantos años… Lo cierto es que preparar un largometraje como ‘‘Memorias de un caracol’’ te absorbe bastante tiempo, no tanto el hecho de rodarlo, pero sí que reconozco que soy bastante lento escribiendo los guiones de mis películas. Después, encontrar la financiación y producirlo es algo que también lleva lo suyo. Pero en este caso, creo que lo más determinante fue la pandemia. En Melbourne, donde yo vivo, tuvimos uno de los confinamientos más largos de todo el mundo; estuvimos casi dos años sin poder hacer vida normal, y aquello terminó por ralentizarlo todo.

Sin ser estrictamente un film autobiográfico, da la sensación de que en la protagonista de «Memorias de un caracol» hay mucho de usted mismo. ¿Es así?

Sí, totalmente. Ninguna de mis películas tiene un fondo documental, se trata de obras de ficción, pero aun así sus personajes sí que tienen rasgos míos o de personas que he conocido a lo largo de mi vida. Por ejemplo, para Grace, la protagonista de ‘‘Memorias de un caracol’’, tomé muchas cosas de mi madre, aunque también me inspiré en una amiga que nació con una fisura en el paladar. Pero su manera de ver el mundo y muchos de sus puntos de vista, son los míos, sobre todo en lo referente a la hipocresía de ciertas religiones y al modo en que tratamos a los más vulnerables. Por lo tanto, sí, en Grace hay mucho de mí, de mi propia melancolía y de esa sensación de soledad que muchas veces me atenaza.

El título de la película viene dado por esa necesidad que tiene Grace de encontrar un caparazón en el que refugiarse. ¿Usted de adolescente también se sintió como un caracol?

Sí, desde luego, pero yo creo que se trata de una sensación que todos, en algún momento de nuestras vidas, hemos tenido, ¿no? Todos necesitamos de ese caparazón en el que poder aislarnos y todos tenemos mecanismos de defensa para protegernos de un entorno que, demasiado a menudo, nos resulta terriblemente hostil. Además, en el caso de Grace, todo eso se ve agravado por esa sensación de extravío que la acompaña tras perder, sucesivamente, a su padre y a su hermano. Esa necesidad de almacenar compulsivamente objetos vinculándolos a ciertos recuerdos es una manera no solo de protegerse frente al mundo sino de preservar su propia memoria.

¿En qué medida el cine, en su caso, representa ese caparazón? Se lo comento porque hacer películas es una manera de mostrarse sin exponerse, ¿no?

El cine es una herramienta maravillosa en ese sentido y los que nos dedicamos a hacer películas somos un poco como los pintores: tenemos ante nosotros un lienzo en blanco para poder reflejar en él todas nuestras emociones. Más que un caparazón, para mí hacer cine resulta una experiencia catártica, es como una especie de terapia.

Siguiendo con esas analogías entre usted y la protagonista de su película, ¿en su vida también hubo una Pinky, es decir, una persona que le animara a mostrarse a sí mismo y a explotar todo su talento?

No solo una, yo he tenido la suerte de tener varias Pinkys (risas). Siempre me ha gustado rodearme de personas bastante mayores que yo y tengo varios amigos ancianos. Hablar con ellos es como asomarse a un pozo de sabiduría, atesoran tantas experiencias que es imposible no quedar fascinado cuando hablas con ellos. Pero, más allá de eso, son personas con unas irrefrenables ganas de vivir y fue justamente eso lo que me inspiró el personaje de Pinky porque, demasiado a menudo, los ancianos que aparecen en las películas, son o seres quejumbrosos o personas que hacen ver que ya están de vuelta de todo, pero ninguno de mis amigos de edades avanzadas encaja en ese perfil.

Es interesante esto que comenta atendiendo a que vivimos en una época donde el edadismo parece cotizar al alza.

Discriminar a las personas en función de la edad me parece una insensatez. Una de las cosas que más me interesaba a la hora de mostrar ese vínculo intergeneracional que se establece entre Grace y Pinky era incidir en el hecho de que todos podemos aprender de todos, de que relacionarnos con gente que, en apariencia, está tan alejada de nosotros mismos, resulta algo enriquecedor. La edad no debería tener ese poder para definirnos. Además, los seres humanos somos tan estúpidos que, cuando somos jóvenes, tenemos prisa por convertirnos en adultos y, cuando somos viejos, nos dedicamos a lamentarnos por la juventud perdida. Nos pasamos la vida lamentándonos y la mayor enseñanza que Pinky intenta transmitir a Grace es que no hay que lamentarse, hay que actuar.

Ese tipo de reflexiones hacen que «Memorias de un caracol», pese a ser una película que trata sobre las frustraciones, resulte un film bastante esperanzador.

Sí, de todas mis películas, creo que esta es la más optimista, la más luminosa. En casi todas mis obras anteriores, los protagonistas tenían un final terrible. Supongo que es algo que tiene que ver también con el momento personal en el que estaba. Ahora, a mis 52 años, tengo una visión del mundo más equilibrada y como creador soy más receptivo también a las exigencias del público. Creo que el espectador, por norma general, desea ver películas que le transmitan algo de esperanza. Vivimos en medio de tanta incertidumbre y de tantas dificultades que no es necesario que nos lo recuerden constantemente.

¿No tiene la sensación de que el cine de animación vive ahora mismo una especie de edad de oro?

No sé si tanto, lo que sí es seguro es que la animación ha dejado de percibirse como un género, y eso, en sí mismo, creo que es algo muy positivo. Yo siempre he dicho que la animación es un simple medio, como lo es la plastilina que utilizo para crear a mis personajes. Lo importante no es la técnica que utilices sino la historia que quieres contar. Dicho lo cual, creo que servirse del stop-motion y tener la posibilidad de moldear, con tus propias manos, a todos aquellos personajes que aparecen en tu película supone toda una declaración de intenciones en una época, como la actual, donde estamos saturados de imágenes creadas por ordenador. Por eso, más que como un director de cine me veo a mí mismo como un artesano.