El poder transformador del arte

Resulta curioso que en apenas unas semanas hayan coincidido en cartelera diversas películas que exploran el arte como vía de sanación. “Reas”, de Lola Arias, aborda el impacto terapéutico de la música; “Sing Sing”, de Greg Kwedar, exalta el poder transformador del teatro; mientras que la recién estrenada ‘‘Ghostlight” profundiza en el escenario como catalizador de la redención personal.
Más allá de esta coincidencia temática, lo fascinante radica en la diversidad de enfoques narrativos con los que cada director o directora moldea su relato. “Ghostlight” sigue a Dan, un trabajador de la construcción que, tras una tragedia familiar, se une a una compañía de teatro amateur de actores inadaptados.
El guion es muy sutil, evitando en todo momento los subrayados. Aborda temas como el duelo, el amor, la familia y el perdón con una frescura inusitada, sin caer en moralinas ni en discursos interminables.
La dirección de Alex Thompson y Kelly O'Sullivan opta por un enfoque igualitario hacia los personajes, tratándolos siempre de manera directa y sin distanciarse ni adoptar un tono paternalista. A pesar de tocar elementos que podrían llevar al típico drama lacrimógeno, logran crear un tono casi perfecto entre el drama y la comedia, y la película mantiene una calidez y cercanía constante.
Pero lo más destacado de la película es la entrega actoral de sus protagonistas: Dolly de León, Keith Kupferer, Tara Mallen y Katherine Mallen Kupferer; estos tres últimos padre, madre e hija tanto en la ficción como en la vida real. Su química se traduce en una complicidad magnética que dota de autenticidad cada risa y cada gesto compartido.
Juntos, no solo sostienen la historia, sino que la impregnan de una verdad emocional que trasciende la ficción.

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