Pepe
Poco se puede añadir ante la muerte de José Mujica, expresidente de Uruguay, porque su vida, su biografía, todo su legado de compromiso y humanismo político lo explica con claridad y desde su fallecimiento se ha destapado la olla de los reconocimientos, agradecimientos, exégesis, mitologías y álbumes de fotos para componer el retrato de alguien que estuvo en la lucha armada en los Tupamaros, en prisión durante doce años, sufriendo aberrantes torturas y que una vez reincorporado a la vida democrática su país, logró convertirse en la conciencia crítica iberoamericana ostentado la presidencia de Uruguay desde una actitud ejemplar de coherencia, demostrando que se puede ser el máximo mandatario en sus funciones, pero una persona asequible siempre, viviendo en el mismo lugar, vistiendo igual, aunque con un poco de atención, pero sin necesidad de impostar su vestimenta para despersonalizarse.
Un oriundo vasco que visitó las tierras de sus parientes siendo ya muy mayor, Pepe, como era conocido, como era su seña de identidad, su cercanía se convirtió en los últimos años en un personaje influyente, alguien que aparecía con normalidad en cadenas de televisión, periódicos de gran tirada, medios influyentes porque su opinión sobre la política y, especialmente, sobre la vida que vivimos era una referencia que adquiría notoriedad importante debido a su sencillez argumental que provenía de una profundidad filosófica bien enraizada con sus ideales a los que no renunció, aunque transformó su manera de intentar implementarlos en la sociedad. Pepe, un ser entrañable.

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