La farsa africana de Milton Friedman
Cada día en África, una gacela se despierta. Sabe que debe correr más rápido que el león más veloz, o será devorada. Cada mañana en África, un león se despierta. Sabe que debe correr más rápido que la gacela más lenta, o morirá de hambre. No importa si eres un león o una gacela. Cuando el sol se eleva en África, es mejor que empieces a correr». Milton Friedman (1912-2006), Premio Nobel de Economía y padre putativo del neoliberalismo, pervirtió este proverbio africano para ilustrar su defensa a ultranza del libre mercado. Lo que en el saber popular era originariamente una bella y cruda descripción de la rutina en lo alto de la cadena alimentaria, se convirtió en manos del ilustre neoyorquino en un insidioso alegato en favor de la «Ley de la selva» como base de su modelo económico. O eso me parece a mí.
El amigo Milton pasó por alto dos o tres cosas, apuesto que deliberadamente. Primera: el león y la gacela viven (y mueren) en la sabana, no en la selva. Segundo: las que cazan son las leonas. Tercero: al ser humano le ha costado miles de años de evolución, pero me gusta pensar que al final, y aunque sigue siendo un animal de cuidado, ha logrado desarrollar eso que llamamos civilización, que lo es más en unos terrenos que en otros, y que brilla en ámbitos como el arte, la ciencia o la cultura. Con todo el respeto a los leones y al resto de animales a los que todavía no hemos terminado de extinguir, al ser humano le tocó en suerte en el reparto genético la capacidad del raciocinio. La gacela corre por miedo. Un terror atávico inherente a su genética que lleva por nombre instinto de supervivencia. Una emoción primaria que anula o limita el resto de sus capacidades individuales o colectivas. En el caso de la gacela, salvo ejercitar la musculación, poco más hay que hacer. Pero para el ser humano, amigo Friedman, las opciones se multiplican.
El miedo es libre. Claro está. Tememos perder lo que tenemos, incluida nuestra propia vida. Y por eso actuamos con cautela. Pero acaso haya llegado el momento de pensar que pronto ya no tendremos absolutamente nada que perder, y que no nos enfrentamos a un animal que sólo mata cuando tiene hambre, sino a la codicia de un sistema capitalista voraz frente al que de nada vale correr, sino unir fuerzas y plantar cara. O eso me parece a mí.

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