Txisko Fernández
Periodista
TXOKOTIK

Vuelve a llover, como estaba previsto

En esta tarde de ambiente invernal, como por estas tierras cubiertas de verde corresponde a un típico 25 de enero (el periódico impreso todavía mantiene vivo el desfase de fechas que convierte en un curioso juego la comunicación entre escribientes y lectores), resulta fácil recapacitar sobre el vértigo que produce lo «extraordinario» aunque no sea algo imprevisto.

No deja de ser extraordinario, por ejemplo, que nuestros ríos -desde los más pequeños a los más grandes- se salgan de madre y provoquen daños importantes en tierras e inmuebles. Es así porque lo «normal» es que las aguas de los montes bajen encauzadas hasta encontrarse con las del mar o hasta ensanchar el Ebro y el Aturri.

Lo que he comprendido hoy, al contemplar cómo el Bidasoa ascendía y descendía por sus bordes, es que lo extraordinario no tiene por qué ser un imprevisto. Quienes se dedican a hacer previsiones meteorológicas nos habían anunciado lluvias persistentes y, aunque esto no sean los Alpes, habían advertido de que la nieve acumulada en las cimas iba a bajar a los valles al mismo tiempo que subían las temperaturas. Y los servicios de emergencias habían tocado la alarma, aunque esta no llegó a ser estruendosa. Por ello, se pusieron en marcha medidas preventivas y apenas hizo falta pasar a las paliativas.

De todo ello deduzco que vamos aprendiendo de las experiencias extraordinarias que hemos vivido en las últimas décadas y que pronto consideraremos normal tomar ciertas precauciones, por mucho que frecuentemente resulten innecesarias a agua pasada.

Esto no es una parábola, porque a grandes rasgos fue lo que ocurrió durante la jornada de ayer, pero la lección se puede extender al ámbito de la política. También en nuestro mundo ideológico estamos acostumbrados a que ciertos elementos tengan una extraordinaria repercusión pese a que aparecen y desaparecen habitualmente. Cada cierto tiempo hay que hacer frente de nuevo a estruendos que, en muchos casos, no se corresponden a las impresionantes crecidas de los ríos, sino a un pequeño deslizamiento de tierras que, eso sí, lo mismo puede bloquear una pequeña pista que una gran carretera. Lo normal es proceder a limpiar el camino y reforzar la ladera. Muy normal; casi extraordinario.