Que callen los miserables
En un país normal, Arkaitz Bellon no habría sido encontrado muerto en una celda a más de 1000 kilómetros de su domicilio. En un país normal, un joven de 25 años no sería encerrado durante trece larguísimos años por quemar un autobús; un delito que, en cualquier otra parte de ese mismo territorio, apenas pasaría de una multa y nunca, bajo ningún concepto, implicaría la cárcel. En un país normal, el transporte urbano no tiene más valor penal que las personas y un ataque al mobiliario inerte no recibiría mayor reproche que homicidios o violaciones. Reconoceré que, en un pais normal, es probable que un preso denunciase cuatro agresiones de carceleros sin que jueces ni fiscales ni ningún tipo de autoridad moviese un dedo, porque todos sabemos que las prisiones son vertederos de seres humanos y es mejor mirar hacia otro lado y no saber qué ocurre tras sus muros. En un país normal, sus principales periódicos no tendrían la caradura de abrir portadas con una reunión en la que se habló sobre presos políticos sin dedicar una mísera línea a explicar que uno de ellos murió bajo las atroces condiciones que una de las partes de ese mismo encuentro se niega a modificar. Tampoco nos hallaríamos ante la doble moral de quien, en diestra y siniestra, denuncia violaciones de derechos humanos siempre y cuando estas no se practiquen en su nombre y sean contra vascos.
Pero el nuestro no es un país normal, como tampoco lo es el de nuestros vecinos.
Claro que los corazones no siempre aguantan, también en los países normales. Pero que no nos vengan ahora con la cínica explicación de un «fallecimiento natural» que solo se explicaría en ausencia de todas las crueles circunstancias que rodearon la muerte de Arkaitz Bellon. Un poco de humanidad. Algo de reflexión. Que los miserables se abstengan de comentarios al menos durante unos días. Que callen y se retiren. Que se escondan. Que se cosan la boca si sienten la irrefrenable necesidad de violar el sufrimiento. Si son incapaces de respetar el dolor, si su única aportación a la pena colectiva es apelar insensiblemente al «estas cosas pasan», que su aportación sea no manchar el luto. Si van a lavarse las manos y eludir su responsabilidad, negando que esta muerte podría haberse evitado, que al menos se guarden sus lecciones morales durante unos días.

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