Eso me pregunto yo todos los días: ¿De qué viven? La expresión por amor al arte siempre me ha parecido la más cruel, porque no se puede pretender que la gente que se dedica a crear o a entretener a los demás se alimente del aire. A nivel personal, cuando a lo largo de mi vida he desarrollado alguna actividad artística de forma ocasional, siempre lo he hecho como simple aficionado. Jamás se me habría pasado por la cabeza dejar mi trabajo.

De ahí que me asombren tanto quienes lo dejan todo y se van fuera a estudiar arte dramático, trabajando de cualquier cosa, mientras se presentan a cástings o intentan hacer contactos, que en mi opinión es lo peor y más pesado dentro de este peregrinar. He llegado a ver a grandes músicos, e incluso a actores y actrices hoy conocidos, pasar la gorra en la calle.

No es ningún demérito, siempre y cuando se haga por verdadera vocación. Lo malo es que alguien se llegue a encontrar literalmente en la calle. Lo digo a tenor del estudio que se acaba de publicar, y que estima que el 70% de los actores y actrices existentes no han alcanzado la profesionalidad.

El dato llama la atención todavía más, al tratarse del sector de la interpretación, en cuanto que son los que ponen la cara y se llevan en teoría la fama. Pero qué decir de quienes permanecen en la sombra, porque tengo amigos escritores y guionistas, y, que yo sepa, la mayoría trabajan dando clases, haciendo traducciones o cosas por el estilo. Si se hiciera una estadística sobre ellos las cifras nos dejarían pasmados. Corren malos tiempos para trovadores, bufones y escribanos.