Txisko Fernández
Periodista
TXOKOTIK

El peaje de vivir en un país de verdad

Estas son cosas que pasan en nuestro país, y advierto de que esta historia no transcurre sobre un escenario imaginario, sino sobre el asfalto de la AP-8. Pero, como al Gobierno español últimamente le ha dado por «teatralizar» el tema de la resolución del conflicto y a muchos de sus bufones mediáticos les ha dado por sumarse, sin mucha brillantez, al lenguaje de los cómicos, vamos a sumarnos a los juegos de palabras.

El viernes, la expectación creada en torno a la Comisión Internacional de Verificación tenía cita a las dos de la tarde, ya que a esa hora estaba prevista la comparecencia de sus portavoces para empezar a deshacer el nudo del desarme de ETA. El desenlace, como era de prever, todavía no se ha escrito, al menos en los medios de comunicación.

No voy a relatar aquí qué fue lo que sucedió en el Hotel Carlton ni quiénes fueron sus protagonistas, porque la mayoría de los lectores ya habrán visto la película o tendrán suficientes referencias como para sacar sus propias conclusiones.

La escena que quiero comentar comienza cuatro horas antes, el mismo viernes, cerca de Donostia. A media mañana, transitar por la autopista es bastante cómodo porque no suele haber un tráfico intenso. Por eso, de entrada choca encontrarse con un embotellamiento en el peaje. Pero tampoco da lugar a la sorpresa porque, como es habitual, uno enseguida se percata de que es la Guardia Civil la que está taponando el tráfico en dirección a Bilbo. Y eso, en este país, sigue siendo lo normal. Y para confirmar que lo que digo es de verdad de la buena no hace falta ningún verificador internacional; no, como dice ese ministro español tan teatrero, «nos basta con la Guardia Civil».

Lo que le costará más creer al ministro del Interior de España es cómo continúa la obra: en lugar de permanecer impasibles en la cola, muchos de los conductores allí atrapados se animan a reclamar vía libre a bocinazos -estruendosos en el caso de los camiones-. Ante la insistencia, los guardias civiles, armados hasta los dientes, se ven obligados a levantar, al menos durante un rato, las barreras de pinchos, aunque mantienen retenidos en el arcén a varios jóvenes que viajan en un coche, como suele ocurrir.

Esta es una historia real de las que pasan en este país. Lo suyo, ministro, sí es «teatro, puro teatro», pero del malo de verdad.