Maite SOROA
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PAPEREZKO LUPA

Más de ocho sandeces

He leído varias críticas sobre la película de Emilio Martínez-Lázaro «Ocho apellidos vascos», pero no la he visto. Su título y, sobre todo, el tráiler que vi en televisión no me animaban a acercarme a la sala de cine, aun así, no era cuestión de opinar sin haber visto la película. Sin embargo, a partir de ayer cuento con un elemento bastante fiable que me ha quitado cualquier atisbo de curiosidad. Se trata del artículo de Alfonso Ussía, en «La Razón», dedicado a ese filme.

Comenzaba así: «Al fin una película española sustentada en el talento y el buen gusto». Quien sepa del buen gusto de Ussía, eso que demuestra en sus artículos, se puede hacer una idea de lo que se arriesga a descubrir. Continuaba diciendo que «Puede gustar más o menos, pero nadie puede discutir su originalidad. Un argumento osado, un guión magistralmente seguido y dialogado y una interpretación natural y de altura». Y la prueba, según Ildefonso, «es que está llenando las salas de cine de espectadores que voluntariamente aligeran sus bolsillos para disfrutar durante dos horas de la compañía de la sonrisa». También las películas de Paco Martínez Soria, Fernando Esteso y otras caracterizadas por toneladas de caspa llenaban las salas de cine. Claro que lo importante para Ussía es que «En el País Vasco está arrasando, lo que dice mucho a favor del sentido crítico y del humor de los vascos de a pie, que no son los encaramados en las poltronas nacionalistas». Tampoco en las peperas, ¿no? Ah, vale, a esos sí les ha gustado la peli. A quienes no ha gustado, según Ussía, es «a nacionalistas radicales ni a los amigos de la ETA, y eso equivale a un pasaporte de dignidad». Ya se le veía venir. Pero lo dirá más claro. Después de hablar de su abuelo, el autor teatral Pedro Muñoz-Seca, recordaba «a una mujer maravillosa que alegró mi juventud donostiarra. Tenía ocho apellidos vascos», y tras recitarlos, aseguraba que era «más vasca que la trainera de Orio y más española que la pintura de Romero de Torres». Conclusión: a las vascas (y vascos), exceptuando a «los amigos de la ETA», les encanta la película, luego son tan españolas como Pili, la de los ocho apellidos vascos. Pues servidora tiene amigas que no tienen ni un apellido vasco y no solo son tan vascas como cualquier otra (u otro, claro), sino que forman parte de una realidad en la que no encaja el planteamiento de esa película. Y menos aun las sandeces de Ussía.