MIKEL INSAUSTI
Zinema kritikaria
CRíTICA: «Ida»

Pawel Pawlikowski se encuentra con Jerzy Kawalerowicz

El cine polaco de los 60 fue excepcional, y solamente comparable con la nouvelle vague francesa y el free cinema inglés. No merece pasar al olvido, por lo que se agradece que un realizador actual como Pawel Pawlikowski, formado en Inglaterra, regrese a su país para empaparse del espíritu de aquellas películas en blanco y negro con banda sonora de jazz. Los músicos del grupo retro que aparece en «Ida» homenajean a John Coltrane, dentro del viejo formato cuadrado y una fotografía de luces y sombras fuertemente contrastadas.

El pasado familiar de la chica del título, con suicidio de su único pariente que sobrevivió a la guerra incluido, es tan traumático como el de Roman Polanski. Pero esa joven es monja, y una parte de la película marca el tempo aletargado de su vida conventual, con una calculada planificación que parece sacada de la obra maestra de Jerzy Kawalerowicz «Madre Juana de los Ángeles». Cuando sale de la institución religiosa y conoce el exterior guiada por su tía, una mujer madura, el viaje que sigue hace pensar en «Tren de noche», otra gran creación de Jerzy Kawalerowicz.

Pawlikowski nos devuelve el gusto por el cine visto en sentido vertical, con los personajes situados muchas veces en la parte inferior del plano, asomando apenas media cabeza, sin que veamos el movimiento de la boca cuando hablan. Son encuadres muy atmosféricos por lo tanto, que empequeñecen el retrato humano y sobredimensionan el fondo. El juego del enfoque y desenfoque, sobre todo en los primeros planos permite una gran profundidad de campo. De paso se gana en fuerza expresiva, porque todas las líneas aparecen más marcadas. Esto se observa especialmente si hay cables que cruzan el horizonte celeste, pues es como si partieran ese cielo en dos.

Así se siente también la protagonista, que se ve sola en el mundo y separada de los demás. A la muerte de sus padres judíos fue entregada a las monjas, criándose entre ellas. Su única salida, justo antes de tomar los votos, le sirve para conocer el amor carnal. Ahí se acaba todo, prefiriendo recluirse de nuevo ante la gris perspectiva existencial de la posguerra.