No da igual
Nos toman por estúpidos. Los de siempre y también muchos publicistas y profesionales del marketing, para quienes los consumidores apenas somos unos seres brumosos a los que aporrear en sus pugnas de ingenio y facturación.
Hemos asistido a todas las estrategias imaginables para cautivar rehenes de marcas y productos, pero la más pertinaz sigue siendo la de generar una polémica -artificial, por supuesto-, incluso si no tiene que ver con lo que se vende. Lo importante es captar la atención y que se hable de la marca -aunque sea bien, habrá que pensar-. Hasta el punto de que la propia campaña es un fin en sí. A cualquier precio.
La multinacional Desigual es una de esas firmas empeñadas en generar controversias a modo de anzuelo; siempre, además, en el lado oscuro del sexismo. El último revuelo lo ha servido con motivo del Día de la Madre. En un spot televisivo, una joven fingía con un cojín ante el espejo estar embarazada y luego agujereaba con un alfiler y picardía unos preservativos, porque «la vida es chula». El aluvión de críticas ha obligado a la compañía a rectificar y sustituir el original por una versión edulcorada en la que la joven no llega a pinchar los condones. Pero todo huele a que hasta la enmienda estaba ya planificada. ¿Alguien cree que podría pasar inadvertida semejante irresponsabilidad?
Los avances sociales son fruto de años de sensibilización o, como en este caso, de esfuerzo titánico en la conciencia para unas relaciones sexuales seguras y responsables ante embarazos no deseados o riesgos de transmisión de sida u otras enfermedades. De repente, unos sujetos pegan una patada a esa tarea y frivolizan con algo que puede incidir en gente vulnerable con el único fin de «crear polémica» para vender más trapitos. Porque solo hay una cosa peor que hablen mal de ellos: que no se hable.
Con razón me reprocharán, pues, que yo lo haga, porque, precisamente, el fin de la campaña es enredarse en ella. Sin embargo, los consumidores tenemos en nuestras manos la posibilidad de darle la vuelta y frenar esos atropellos de la publicidad, pero no solo despotricando en las redes sociales, sino ejerciendo una actitud activa, incluso militante, e igual de agresiva y provocadora que sus mensajes, para castigarles donde más les duele: en la caja registradora. Porque todo no da igual.

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