Txente REKONDO Analista internacional
Análisis | Desigualdades y discriminaciones

La cara más oscura de India

La mayoría de análisis sobre India coinciden en señalar el auge de este gigante asiático que junto a otras potencias emergentes conforma el grupo llamado BRIC que disputa a EEUU su actual dominio global. Sin embargo, a la hora de situar a India en esta nueva coyuntura, muchos informes señalan sus importantes carencias. El sistema político, social y religioso que alimenta esas desigualdades difícilmente puede ser superado a través de las reformas que preconizan algunas de las élites políticas del país. Por eso, cada vez son más las voces que reclaman una profunda revolución para cambiar el rumbo de la India actual.

La fotografía actual de India nos muestra un aumento del número de multimillonarios, cifra que podría doblarse para 2023, junto al auge de los millonarios, un 66% dentro de cuatro años. Mientras, solo el 32% de la población rural dispone de váter; de hecho, la mitad de la población mundial que a día de hoy hace sus necesidades al aire libre reside en India.

A ello también hay que unir todo un abanico de importantes carencias sanitarias y que un 56% de la población carece de los medios necesarios para cubrir sus necesidades básicas. 680 millones de personas no tienen sus necesidades básicas cubiertas y cientos de millones viven por debajo del umbral de la pobreza.

Esta cara más oscura está vinculada directamente con el sistema de castas, que, a su vez, sustenta toda una serie de discrimi- naciones por cuestión de género, religión o etnia.

El proceso de construcción de la India moderna se ha visto lastrado por unas importantes carencias. A pesar de los intentos de las élites políticas de aglutinar a la población en torno a la idea de «India», esta sigue más ligada a realidades e identidades marcadas por diferencias regionales, de casta o lingüísticas. Los representantes de esas élites se han valido del «nacionalismo indio» para afianzar sus intereses.

Tanto el Partido del Congreso como el BJP, representan modelos elitistas y no muestran ningún interés en hablar del sistema de castas que sigue protagonizando buena parte de la vida del país.

Pese a los argumentos de esas élites, que una y otra vez hacen referencia a la desaparición del sistema de castas (el Gobierno prohibió la «insociabilidad»), la realidad es muy diferente. Sobre la discriminación propiciada por éste se asientan buena parte de las injusticias actuales y, sobre todo, de la discriminación de género y el feudalismo clasista que impera en India.

La situación en las zonas rurales es un claro ejemplo. Los altos índices de pobreza (98% de los llamados intocables o dalits viven en la pobreza) aumentan año tras año «gracias» al sistema de castas que perpetúa la pobreza en sí misma e impide el acceso a nuevas oportunidades a los estratos más bajos de la sociedad.

Pero esta realidad no se limita al campo indio. También en el ámbito urbano ha logrado mantener sus influencias en el día a día. En ciudades como Mumbai o Gujarat, se han construido zonas de apartamentos en base al sistema de castas, y algunos analistas locales denuncian que el acceso a la vivienda, en algunos lugares, se está «caracterizando por la pertenencia a una religión, un grupo étnico o una casta determinada».

Otro síntoma evidente se refleja en los anuncios matrimoniales. En India, los «matrimonios convenidos» ha aumentado en los últimos años, y sus anuncios en la prensa local también ha experimentado un importante auge. Según las mismas fuentes, cerca del 75% de los citados anuncios traen una mención explícita a la casta.

Racismo, deficiencias sanitarias, problemas de salud y medioambiente, son otros aspectos que a día de hoy guardan relación directa con este sistema de castas que algunos mantienen que «oficialmente» ha desaparecido.

En la actualidad, en India confluyen los intereses de poderosos sectores que apuestan claramente por el sistema de castas y religión que permite acentuar las tensiones y las desigualdades sociales y económicas.

En torno a ello algunos han creado un círculo perverso. Minorías musulmanas o miembros de las castas más bajas hindúes sufren las consecuencias del sistema, y tienden a ofrecer las tasas más altas de pobreza, marginación, exclusión social y desempleo.

En ocasiones, ante la carencia de oportunidades, los sectores más jóvenes de esos colectivos acaban organizándose en bandas, que son el objetivo de una prensa controlada por las clases altas y de operaciones policiales con elevadas víctimas civiles inocentes.

La corrupción que afecta a importantes sectores de las fuerzas de seguridad y la cada vez más extendida política de la Policía de «tirar a matar»también se unen a ese complejo escenario.

Con más de ochenta millones de desempleados y 250 millones de jóvenes subempleados, el descontento y los enfrentamientos entre los sectores juveniles y empobrecidos de la sociedad y el Estado están también aumentando.

Las desigualdades de género y la violencia contra las mujeres caracterizan, asimismo, la situación actual de India. La «mayor democracia» del mundo apenas cuenta con algo más de un 10% de mujeres en el Parlamento, muy por debajo de la media mundial (21,8%). La tasa de alfabetización de la mujer es del 66%, frente al 80% de los hombres.

Las alteraciones impuestas por el sistema colonial y la introducción de la producción capitalista también ha contribuido al deterioro de la situación de la mujer. En amplias capas de la sociedad, su papel se ha querido ir limitando a la esfera doméstica, y con una función reproductora encaminada a incrementar la producción en un sistema dominado y controlado por los hombres.

La mano de obra femenina se concentra en el sector primario y en trabajos no cualificados y marginales, buena parte de los cuales se concentran en zonas rurales.

Pero la discriminación se extiende de las zonas rurales a las urbanas. Aunque las mujeres son las mayores contribuyentes en términos de producción económica, su contribución permanece intencionadamente invisible, en parte por la desigual distribución en los empleos. Servicio doméstico, producción del tradicional cigarro indio, (beedi) y fábricas textiles ocupan buena parte de esa enorme fuerza de trabajo femenina. A ello se une la ocultación del trabajo doméstico y no remunerado de esas trabajadoras, que habitualmente se presenta como labor de las «esposas».

La actual situación de dominio se refleja también en la violencia contra las mujeres. Si hace unos meses el ataque sexual contra una joven en Delhi saltó a los medios locales e internacionales, la gravedad de la situación supera con creces ese caso.

La violencia sexual contra la mujer se ha convertido en una cruel y salvaje práctica diaria para amplios sectores femeninos. Y nuevamente son los sectores más empobrecidos los que más la sufren y, la mayor parte de las veces, bajo el silencio cómplice de élites sociales, religiosas o mediáticas.

El sistema político, social y religioso que alimenta esas desigualdades difícilmente puede ser superado a través de las reformas que preconizan algunas de las élites políticas del país. Por eso, cada vez son más las voces que reclaman una profunda revolución para cambiar el rumbo de la India actual.