Carlos GIL
Analista cultural
Udate

Instrucciones

Julio Cortázar es uno de los escritores magmáticos, fundacionales, alimentadores de vocaciones. Ayer hubiera cumplido cien años; hoy sigue siendo un autor vivo por leído e influyente. Quién no hay querido ser un cronopio o no se haya perdido por las magnificentes y vívidas profundidades literarias de su «Vuelta al día en 80 mundos», no podrá alcanzar nunca el parnaso de la lectura. Leer a Cortázar es embadurnarse de literatura, humanidad, belleza y alegría por la vida contada por un cuerdo taxidermista de las metáforas. La poesía sangrando humor, amor que ilumina las soledades bebidas y regurgitadas en espasmos de humo iluminado por un sonido penetrante de un saxofón que explica la historia del hombre perdido en sus ilusiones.

La bohemia como estación de paso hacia la revolución. La perplejidad del ser humano cuando debe leer las instrucciones para respirar o coleccionar amaneceres. Este hombretón que arrastraba las erres, que hablaba varios idiomas con la facilidad con la que descorchaba una botella de vino, vivió para leer y resumirnos con su talento esas lecturas en unos cuentos que refundaron el género hasta hacerlo grande, fundamental, incitador a todos los que acaban atrapados en sus estructuras a seguir descubriendo el mundo, a escribir, a envolverse en las palabras que crean mundos, personajes que describen el alma errática de la primera frase escrita en el aire por un primate enamorado de la aurora boreal.

Amar a julio Cortázar a través de su escritura es un acto reflejo, forma parte de la biología aplicada para aquellos que juntamos letras para intentar comprender la vida y atraparla en un adjetivo.