«La isla mínima»

Enrique Urbizu no está solo. El sevillano Alberto Rodríguez se suma a la corta y selecta lista de los cineastas capaces en el mercado interior de facturar thrillers secos, precisos y sin concesiones a la hora de ajustar cuentas con el pasado histórico más oscuro. Javier Gutiérrez hace una meritoria caracterización en «La isla mínima» del policía chusquero, que en plena transición no renuncia a los métodos heredados del franquismo, cuando la Brigada Político Social formaba torturadores.
Pero «La isla mínima» no es tan tosca como sus personajes, sino que es un producto estilizado de última generación. Se ha comparado a esta película, no sin razón, con la serie televisiva «True Detective», donde Matthew McConaughey y Woody Harrelson transitan por caminos sin asfaltar en desoladas extensiones de Louisiana, vistos desde tomas aéreas que les integran en tan perdidos paisajes. Alberto Rodríguez saca igualmente un gran partido a su pareja policial dentro de una ambientación rural inexplorada por el cine. Los planos cenitales consiguen una situación de mapa virtual de las marismas del Guadalquivir, que define muy bien el distanciamiento necesario para no dejarse atrapar por otro tiempo que no es el nuestro, por unas gentes de los arrozales cuyo modo de vida ya sucumbió a manos del progreso.
Ahora bien, donde se muestra el atraso cultural es a través de la violencia salvaje, con la que no pueden los cambios sociopolíticos. «La isla mínima» lo refleja con mucho acierto, porque las víctimas del asesino en serie local de turno son chicas, objeto de lo que hoy se denominan agresiones sexistas. A principios de los 80 no pasaban de desapariciones, la mayoría sin esclarecer, y que solían engrosar las páginas del diario sensacionalista de la época, «El Caso». Ya entonces iban asociadas a la tradición, y de ahí que el caso criminal coincida con las fiestas patronales. A los marismeños no parece extrañarles lo ausencia de las menores, acostumbrados a ver huir a las jóvenes rumbo a la ciudad, buscando su emancipación lejos del maltrato familiar y de la falta de oportunidades para las de su sexo.
Un contexto muy determinante que resulta pegajoso, como si no dejara avanzar la acción. Y no es que la narración tenga bajones de ritmo, pues más bien se trata de que la investigación se ve frenada por una peligrosa mezcla de miedo e ignorancia que atenaza las voluntades. El policía joven, frente al de la vieja guardia cuartelera, representa la voluntad por salir del pozo. No le va a ser nada fácil, en parte por el pesado lastre del caciquismo andaluz, y también a sabiendas de que el continuismo es el verdadero enemigo interior. Desde Madrid llegan a resolver lo que sucede en el profundo sur, aunque una vez sobre el terreno podrán comprobar que todo es abandono.
Dirección: Alberto Rodríguez.
Guion: Alberto Rodríguez y Rafael Cobos.
Intérpretes: Raúl Arévalo, Javier Gutiérrez, Nerea Barros, Antonio de la Torre, Jesús Castro, Manolo Solo. Música: Julio de la Rosa.
Fotografía: Alex Catalán.
Montaje: José M.G. Moyano.
País: Estado español. 2014.
Duración: 105 m.

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