EGUZKI URTEAGA (*)
GAURKOA

La extrema derecha en busca de credibilidad

La extrema derecha en Francia no deja de incrementar su implantación electoral, como dan cuenta de ello los buenos resultados obtenidos en las elecciones presidenciales y legislativas de 2012, las elecciones municipales de 2014, con más de 1.500 concejales y 15 alcaldías, y las elecciones europeas de 2014, donde llegó en primera posición con el 26% de los sufragios. La consecución de dos ediles en las elecciones senatoriales del 28 de septiembre de 2014, por primera vez desde la instauración de la Quinta República, no hace sino confirmar ese auge. El fortalecimiento del Frente Nacional no parece tener fin, dado que, según el sondeo realizado por el Instituto IFOP para el periódico «Le Figaro» los 3 y 4 de septiembre de este año, la candidata Marine Le Pen llegaría en primera posición de las elecciones presidenciales que tendrán lugar en 2017 sean cuales sean los candidatos de derechas e izquierdas que tenga enfrente. Obtendría el 28% de los votos si Sarkozy (25%) fuese el candidato de la UMP, el 30% si fuera Juppé (24%) y el 32% si fuese Fillon (17%). En la segunda vuelta, si su oponente fuera Hollande, ganaría con el 54% de los sufragios.

Este auge de la extrema derecha francesa se debe a la incapacidad de los partidos de gobierno a reducir el desempleo, la precariedad y la pobreza, así como a fomentar un crecimiento económico vigoroso y duradero que permita garantizar un sistema de protección social eficaz e integral. Asimismo, los casos de corrupción vinculados a la financiación ilegal de los partidos políticos y de las campañas electorales y la elusión fiscal minan la confianza de los electores en sus representantes. A estos factores conviene añadir la estrategia de «desdemonización» del FN elaborada e implementada por su presidenta, así como su búsqueda de credibilidad para aparecer como un partido de gobierno. Esta búsqueda pasa por 1) la elaboración de un programa preciso y sólido, sobre todo en el ámbito socioeconómico, 2) la formación de sus militantes, cuadros y cargos electos, y 3) la atracción de nuevos perfiles. Conviene detenernos sobre cada uno de estos tres aspectos.

En primer lugar, para convertirse en un partido de gobierno moderno que sea capaz de aglutinar a más del tercio del electorado, era indispensable no centrar exclusivamente su discurso sobre la inmigración, la inseguridad y la nación, sino desarrollar un programa detallado en el ámbito socioeconómico que concentra la mayor parte de las preocupaciones de la ciudadanía en tiempos de crisis. Como lo subraya Gilles Ivaldi, «credibilización y reposicionamiento competitivo están en el corazón de su nuevo despliegue estratégico». Ya en 2007, cuando Marine Le Pen fue directora estratégica de la campaña presidencial de su padre, se esforzó en presentar al Frente Nacional como un partido de gobierno. Se rodeó, para ello, de una nueva generación de asesores, mayoritariamente proveniente de las Grandes Escuelas donde se forman las élites francesas, en una marcha acelerada hacia una tecnocratización del FN que conjuga oratoria, buena presentación, experiencia y dominio del lenguaje económico.

A partir de entonces, las estadísticas y los cuadros abundan en los documentos internos y las planchas electorales del partido de extrema derecha. La campaña para las elecciones presidenciales de 2012 indica claramente la preponderancia de las temáticas económicas, lo que da cuenta a la vez del auge de las propuestas socioeconómicas en detrimento de las reivindicaciones puramente culturales y societales, y del distanciamiento hacia el patriotismo económico y el conservadurismo tradicional de esta formación. En efecto, Marine Le Pen fomenta una revisión programática sustancial que se aleja del neoliberalismo reivindicado por su padre en los años ochenta del pasado siglo. Se adhiere al discurso nacional-proteccionista y antiglobalización que profesa la salida del euro y de la Unión Europea, pero renovando sus formas para presentarse como un partido «social-populista redistributivo e intervencionista» según los términos utilizados por Gilles Ivaldi.

En segundo lugar, la extrema derecha francesa ha hecho una apuesta decidida para la formación de sus militantes y cargos electos. Hoy en día, el FN reivindica a más de 70.000 afiliados, de los cuales muchos son jóvenes, carentes de formación y sin experiencia política. En ese contexto, como lo subraya Valérie Igounet, «la formación de los militantes y cuadros -futuros cargos electos y relevos de opinión- y la puesta en marcha de estructuras y nuevos temas atractivos son esenciales, sabiendo que el reto es la constitución de un aparato experimentado y la creación de un sustrato intelectual y socio-profesional con el fin de mostrar su capacidad de gobernar». En ese sentido, la formación constituye un de las prioridades del partido de extrema derecha y una de las claves de su acceso al poder. Así, el FN ha realizado un esfuerzo específico para formar técnica y políticamente a sus militantes, cuadros y candidatos de cara a las elecciones municipales de 2014 con cierto éxito.

La propia Marine Le Pen reconoce que «la cuestión de la formación es seguramente la cuestión más importante del Frente Nacional de cara al futuro». Y prosigue: «la implantación local y el éxito de nuestros futuros dirigentes locales dependerán de nuestra capacidad de formar nuestros cuadros en todos los ámbitos de la acción pública y de las ideas políticas». De esta forma, la formación proporcionada por el FN se integra en el proceso de restructuración ideológica. Se trata de aprender a pensar y a hablar según los códigos, ideas e intereses del partido de extrema derecha.

En tercer lugar, el Frente Nacional intenta atraer nuevos perfiles creando redes o involucrándose en redes ya constituidas. Así, como lo indica justamente Valérie Igounet, «la creación de think tanks y de colectivos presentados como círculos de reflexión pone de manifiesto la penetración del FN en ciertos entornos de la sociedad civil donde ese partido estaba completamente ausente o poco presente». Es consustancial a una ampliación del discurso frentista y a su adaptación al contexto. El colectivo Racine es buena prueba de ello en la medida en que está constituido por docentes «patriotas que promueven los valores republicanos» y cuyo objetivo es el enderezamiento de la escuela de la República. El colectivo Marianne, por su parte, pretende ser el «portavoz de la juventud patriota» y aspira a implantarse en las Universidades y Grandes Escuelas para encontrar a sus futuros cuadros. Estos colectivos desean legitimar y visibilizar las temáticas y organizaciones de la extrema derecha en la sociedad gala.

La estrategia de reclutamiento frentista consiste en integrar en su seno, bajo una etiqueta diferente al partido de extrema derecha, a personas externas, provenientes de diversas corrientes de pensamiento y formaciones políticas. En una nota interna del FN, se puede leer lo siguiente: «El Frente Nacional debe romper su aislamiento. Debe hacerlo en dirección de entornos de influencia y relevos de opinión, como los mundos intelectuales y universitarios, los entornos económicos y profesionales. Esta estrategia debe llevarse a cabo por una política activa de relaciones públicas al más alto nivel. Debe hacerlo igualmente por el desarrollo, la estructuración y una mejor utilización de una serie de redes de clubes, asociaciones de todo tipo, existentes o a crear en la periferia del Frente Nacional».

En definitiva, la extrema derecha, gracias a su estrategia de búsqueda de credibilidad creciente, basada en la elaboración de un programa económico preciso, la formación de sus militantes y cuadros, y el reclutamiento de nuevos afiliados provenientes de diferentes ámbitos, está consiguiendo incrementar su electorado y aparecer, cada vez más, como un partido de gobierno, lo que es especialmente preocupante en un contexto de incremento de sus posibilidades de acceder efectivamente al poder.

(*) Profesor de Sociología en la Universidad del País Vasco