Joseba VIVANCO
Kronika | Más emoción que juego

El día que descubrimos que Aimar también sabe jurar

Hubo más peloteo que pelotazos, quizá como en toda final. Ganó el que menos falló, el que más estuvo entero, el que más creyó. Y ese fue Martínez de Irujo. El Juan más cerebral, el que no dudó, el que tuvo fe. suya fue la txapela, la más deseada.

Le preguntaban en cierta ocasión a Aimar Olaizola qué hace Juan Martínez de Irujo cuando falla un tanto. «Jurar...», respondía el rey del cuatro y medio sin pensárselo dos veces. Ayer, el de Goizueta se libró de que la final no se jugara a mediodía, ni hubiera capellán de por medio ni Ángelus que rezar. Porque juró. Y blasfemó. Tímido, reservado, metódico. Nunca gesticula. Las cosas, sea en la cancha o fuera de ella, se las guarda para sí. Ayer no. Porque ayer «cantó como pelotaris» que decía Jorge Luis Borges de las rancheras. Porque falló... y mucho. Tantas veces como las que acertó Juan Martínez de Irujo. El otro campeón, el de Ibero, ese al que el poeta Ramón de Basterra hubiera descrito como «mancebo de casta y atlética vida». Era su día. Su tarde. Estaba escrito. Hoy o nunca. Le sonríe la chapa en el sorteo. Aimar frunce el ceño. Malo. No le suele pasar ante su antagonista. «¡El espectáculo está servido!», se desgañita a botipronto por la megafonía el presentador de la final.

Irujo bebe, mientras escucha los últimos consejos de Patxi Eugi. Los botilleros se saludan. Los pelotaris solos en la jaula. El acotado. Es la pelota vasca en su máxima expresión; pelota y vasca, términos casi sinónimos. El deporte como «círculo funcional biológico», en la terminología de Caro Baroja. «¡Irujo-Aimar!, ¡Aimar-Irujo!» atruena. Tanto monta, monta tanto.

«Va», debería mascullar Juan; «Venga», debería adivinarse en los labios de Aimar. Juan avanza. El graderío, dijo un pelotari una vez, «en vez de hablar parece que grita». Y a fe que lo hace, justo hasta que el de Aspe inicia sus pasos, mira la pelota que bota alto, la espera, dobla el cuerpo, exhala aire, golpea. «Al final no dejas de pegarle a una piedra», suelen decir los que lo sufren en sus manos. Silencio. Peloteo. Se escucha la tensión en cada pelotazo. Aimar falla de volea. Resopla Juan, sorbe líquido Aimar. No hay vuelta atrás.

Saca rojo. Intercambio de golpes. Timba. Aimar al ancho. Tanto. Grita. El de Asegarse mima la pelota. Se mimetizan. Las sensaciones no son buenas. Cortada de Juan al ancho que levanta a los suyos de los asientos. 2-1. Aullidos. Los cartones se alternan, 3-1, 4-2... ¿A ver si era verdad que Olaizola estaba mal? El cuento de Aimar y el lobo. 5-2 y pide su primer descanso. Vuelve a fallar. Y otra vez. Irujo saca al ancho y sorprende a un desconocido Aimar. Ahora es Juan el que se llena de pelota y marra. Segundo descanso reclama el azulón. 8-3 en el luminoso. Aimar agota el tiempo. Siempre marcando el tempo del partido.

Falla Juan de aire. Y ese aire lo coge Aimar. Yerra el de Goizueta y le llevan los dominios. El hielo empieza a derretirse. Jura. Blasfema. Ahora lo hace el de Ibero, empeñado en darle oxígeno a su enemigo. Recorta Aimar e iguala 9-9. El público se viene arriba, mientras Juan acaba entre los reporteros gráficos, por los suelos, incapaz de llegar a esa pelota. Pero sí a la siguiente; vuelve a ponerse por delante, respira profundo, extiende los brazos en cruz. Inicia un festival de tantos que le aúpa hasta un abrumador 17-9. Aimar escupe, camina, bebe, no traga, escupe. Juan descansa sobre la pared. Se lo empieza a creer. «¡Juan, Juan... Juan, Juan, Martínez de Irujo!» entonan sus seguidores.

«Aimar, ¡eutsi, eh!», se oye en la grada. Y gana el tanto. Hay luz en el ancho. Pero Juan es así, como diría Barriola, «un cabronazo para los rivales». Y se va hasta el cartón 20. El campeón se defiende panza arriba. 20-14. Juan duda. Se le va a Aimar. 21-14. Juan se apresta a rematar la faena. Aplausos. Pero la pelota es convivencia y competición, lucha continua y abrazo final. Y Aimar se resiste hasta que caiga el último cartón. 21-17. Una demostración, como escribiría el navarro Ricardo Ollaquindia, de si se sabe ganar o perder en cada tanto y en cada partido. Y cae el 22. Y el campeón sabe perder.

Juan se desploma sobre el piso. El perdedor le aguarda, le ayuda a incorporarse, le felicita, se va, en silencio, alguna palmada, tiempo para los críos que le rodean. Un campeón. Destronado, pero con una última sonrisa. Juan también sonríe. Y ríe. Es feliz. Suyos son los focos. Los abrazos. Sube al podio. Sopla. Alza el puño. Suya es la txapela. «¡Boina vasca, boina vasca, cuán bien las sienes coronas! ¡Te ostentan en los frontones los héroes de la pelota!», escribía el poeta portugalujo Díaz Gavino allá en 1906.

Juan Martínez de Irujo. El pelotari que jura tras fallar en cada tanto. El pelotari al que le llevan los demonios tras cada error. El hoy campeón de campeones. Besa a su niña Arhane, la mayor. Respira tranquilo. Feliz. ¡Hoy no jura, joder!

Martínez de Irujo: «Al final me ha salido el miedo a ganar, que no a perder»

«¡Muy buenas!», saludo ufano Juan Martínez de Irujo al hacer acto de presencia en sala de prensa del Frontón Bizkaia, trofeo en mano, txapela calada y pañuelo sanferminero al cuello. Feliz. Nada cabizbajo como hace tres años en esa misma silla. «Hasta que no llegas al 22 no te puedes descuidar, y yo no me he descuidado», fueron sus primeras impresiones, para destacar una de sus bazas en ese triunfo. El de Ibero comenzó reconociendo que para nada fue fácil la victoria. La alternancia en el tanteo así lo reflejó. «De haber ido 22-10 a sufrir con el 22-18... Pero la txapela sabe igual de bien», resaltó. Y es que si algo quiso dejar claro el navarro es que «cuesta mucho ganar txapelas» y con el triunfo de ayer reconoció que «me he quitado un peso de encima». Sincero. «He peleado y me he entrenado mucho para ganar. No se puede pedir más. He tenido una lesión y la he dado la vuelta. También sé a partir de ahora que esto no da de comer. Pero hoy toca saborearlo a tope».

La clave de la victoria, a juicio del de Aspe, radicó en la velocidad que le imprimió a la pelota, eso y el ponerle a Aimar los restos casi en los pies. «Es verdad también que Aimar ha fallado, yo menos... Ha habido muchos fallos, pero también le he dado velocidad y le he jugado ahí abajo», sostenía en su resumen de lo visto. Preguntado por esos saques al ancho, se mostró contento, sobre todo porque de los tres intentados dos habían acabado en tanto. «Para eso entrenamos en el frontón», se limitó a contestar sobre una jugada que llamó la atención y sorprendió a su rival.

Martínez de Irujo dijo tener claro que «tenía que sufrir del primero al último tanto, porque mientras la pelota está en la cancha, el rival la puede fallar». Y así fue en alguna pelota devuelta desde el suelo en el ancho. No obstante, el nuevo campeón fue sincero y confesó que, «al final –cuando Aimar se le acercó ya con el cartón número 20–, me ha salido el miedo a ganar, que no miedo a perder». En cualquier caso, se mostró satisfecho porque «en ningún momento me he salido del partido».

Dedicatoria obligada a su familia, pero también a sus compañeros de empresa, «que me ayudan a entrenar incluso cuando no tienen que hacerlo». Anoche tocaba fiesta. En la sidrería. Donde siempre. «Si no hay mariachis también lo pasaremos bien... ¿Hoy juego, eh?».J.V.

Olaizola: «He estado como en todo el campeonato, y cuando no estás con juego...»

Era la otra cara de la final. La menos habitual. La de Aimar Olaizola derrotado. En el cartón, no en su rostro. Quizá porque, como dijo, alguna vez tiene que perder, aunque reconozca sentir «pena» por no subir a lo más alto del podio. Mientras aguardaba a que el nuevo campeón acabara en sala de prensa, no dudó en dejarse fotografiar con los más jóvenes en los pasillos. Y luego, y sentado, reconoció la superioridad del rival, así como sus limitaciones y falta de buenas sensaciones. «He jugado todo el campeonato así, no he estado en el juego, y hoy estando Juan enfrente sabía que iba a ser muy complicado. Era difícil ganar y encima he hecho bastantes regalos. Si juegas casi todo el partido en defensa es casi imposible ganar», fueron sus palabras. Una idea que volvió a repetir. «He estado igual que en todo el campeonato. Y cuando no estás con juego pasa eso», se lamentó.

Por la cabeza del de Goizueta pasaba una idea y la expresó. «Si hubiera estado mejor podría haber ganado o haberle dado más guerra. Pero hoy él le daba más que yo», exteriorizó el navarro, sabedor de que no llegaba en las mejores condiciones. Y como al final más de uno pensó, esta vez fue verdad. En ningún momento estuvo cómodo, erró demasiadas pelotas, muchas fáciles. Reconoció que Irujo le hizo daño con su volea y que luego él no supo colocarse bien para contrarrestar sus pelotazos, esos que Juan decía le metía a los pies. «Me ha hecho bastante daño», daba por asumido. Tampoco le salían sus propias jugadas y hasta tuvo que tirar más que nunca de las dos paredes, donde el de Asegarse reconoce es el peor de todos. Pero no cabía otra. «Cuando no estás bien, hay que intentar jugar de otra manera». Una solución de urgencia que le dio algún fruto. No estaba con juego, repitió.

Al final, firmó dos remontadas, sobre todo la final, emocionante, la que fue del 17-9 al 20-17, pero según él nunca creyó del todo en sus posibilidades. «Lo veía complicado», dijo, incluso en esos momentos. Lo que sí tenía claro, subrayó, es que «quería dar todo lo que tenía, porque había venido mucha gente a apoyar y quería que la gente lo viera».

No hubo para él celebraciones. Ni fotos. Irujo se llevó la txapela «con total merecimiento». Faltaría más. Ayer tocó perder. ¿La edad? , le preguntaron. «Espero que no», contestó.J.V.