David Torres
PÚBLICO.ES, 2015/1/8
HEMEROTEKA

Morir de risa

(...) Ayer las risas se cortaron de golpe desde un barrio de París. (...) Es la risa, no el amor ni la religión, lo que nos distingue de los animales, es la risa lo que eleva a Sherezade por encima del Corán y al Quijote por encima del Nuevo Testamento.

Sin embargo, en su salvajismo elemental, la masacre parisina mezcla y funde diversas perspectivas, estructuras, ideologías y épocas: la religión y la política, el islam y la libertad de expresión, la cultura y la barbarie, el siglo XX y la Edad Media. Nos causa desazón y pánico que la sangre haya bañado otra vez París, una de las urbes más civilizadas del planeta, aunque matanzas como la de ayer las sufren todos los días gente como usted y como yo en Kabul, en Bagdad, en El Cairo, y por las mismas razones. Lo más terrible es que, si mueren muy lejos, no nos importan nada un niño desmenuzado por una bomba o una mujer asesinada a pedradas, que no hacemos nada para ayudarlos, que pensamos que allá ellos y que, además, creemos estar a salvo. Una grave equivocación, como pensar que el ébola va a detenerse en África.

Ellos, los cientos de millones de musulmanes inocentes, representan el primer frente en una nueva forma de guerra que ya no tiene frentes ni fronteras ni ejércitos. Ahora el frente está en todas partes, en Islamabad, en Bali, en Nueva York, en Berlín, y la carne de cañón somos todos. Los asesinos están entre nosotros; ya sabemos que, lo mismo que sucedía con Al Qaeda, buena parte de los voluntarios del Estado Islámico, la nueva bestia negra apadrinada por la CIA, proceden de Europa. (...)

En medio, en un revoltijo ideológico de puta madre, están mezclados el terrorismo fundamentalista islámico y la insensata política exterior estadounidense, el ajedrez ruso y el parchís chino, la catástrofe siria y la tragedia kurda, la maquiavélica estrategia israelí y la criminal abulia europea. Pero en occidente sólo nos despertamos a tiros, cuando una marejada medieval ametralla un barrio de París (...). Creíamos vivir en un edén, un absoluto histórico donde nuestras creencias y conquistas parecían intocables, olvidando que las libertades de las que hoy disfrutamos costaron, y siguen costando, ríos de sangre. Ayer doce franceses pagaron con la suya el sacrosanto derecho a la risa. (...) Nosotros, los que aún podemos, deberíamos gritar, llorar, reír bien alto. Aunque ya no tenga ni puta gracia.