Iñárritu triunfa en Hollywood con su mirada extranjera

Al éxito obtenido en los Globos de Oro con dos estatuillas, ahora hay que sumar las nueve nominaciones para los Óscar que colocan a «Birdman» en cabeza de las películas finalistas, empatada con «El gran hotel Budapest» de Wes Anderson. Y la manera en la que lo ha conseguido Iñárritu es muy fácil de explicar, porque se ha apuntado a una fórmula que está funcionando muy bien en los últimos años, y que consiste en la recuperación de un asiduo del cine de autor en horas bajas de la mano de un veterano actor ya olvidado. Les fue de fábula a Darren Aronofsky y Mickey Rourke en el 2008 con «El luchador», al igual que más recientemente a Alexander Payne y Bruce Dern con «Nebraska».
En la productiva ecuación cuenta mucho además la mirada extranjera sobre Hollywood que aporta el cineasta mexicano, ya que no hay que olvidar que las películas de superhéroes constituyen el grueso de la industria actual del entretenimiento en los EEUU, aunque en los premios Óscar tales superproducciones se ven relegadas a la pedrea de las categorías técnicas. Por lo tanto ha hecho falta la necesaria conexión con el cine de autor para trasladar dicho fenómeno de masas a un estatus cultural y artístico.
A nivel personal, para Iñárritu supone el tan ansiado puente con su ópera prima «Amores perros», al llevar toda su posterior carrera intentado repetir el impacto inicial conseguido internacionalmente. Pero en sus rodajes extranjeros se la ha venido resistiendo, lo que le obliga a forzar la máquina creativa. Así ocurre que «Birdman» es una obra llevada muy al límite, con una construcción tan arriesgada como artificiosa en un falso único plano-secuencia, con la imposibilidad manifiesta de mantener la narración a tiempo real. Todo en la película resulta hiperbólico, efectista y teatral; prestándose al consabido recital histriónico de Michael Keaton, quien en esta ocasión tiene los efectos visuales a su servicio, y no al revés, como sucedía en su etapa burtoniana de «Batman».

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