Félix Placer Ugarte
Teologoa
GAURKOA

Carnavales sin disfraces

En su artículo sobre el carnaval, el teólogo gasteiztarra repara en la pérdida del sentido crítico en algunos carnavales posmodernos, adaptados al consumismo y reducidos «a exhibición de modelos», cuando ante todo, asegura, «significan en la cultura popular vasca y en sus múltiples modalidades la superación de los límites establecidos en el orden social y formas institucionalizadas». Y es que los entiende como una paradójica invitación a quitarse los disfraces rutinarios y «manifestarnos como somos, sin caretas, sin hipocresías, sin mentiras».

La fiesta de los carnavales tiene en Euskal Herria una plural e intensa participación popular. Desde las mascaradas de Lanz o kabalkadas de Valcarlos, al Markitos de Zalduondo o al kakarro de Amurrio, desde el zamaltzain de Zuberoa o mozorroak de Goizueta hasta los zarramuskeros Cintruénigo y zarambolas de Bilbo, desde los multicolores desfiles urbanos a las expresiones etnológicas de mitológicos sentidos, todo queda envuelto en la magia de personajes, símbolos, ritos ancestrales que encierran múltiples simbolismos.

Aunque observando que algunos carnavales posmodernos han perdido su sentido crítico, carecen de mensaje y se han adaptado al consumismo, reduciéndose a exhibición de modelos, inauteriak, ante todo, significan en la cultura popular vasca y en sus múltiples modalidades la superación de los límites establecidos en el orden social y formas institucionalizadas. Son fiestas de libertad de expresión, de crítica directa o encubierta, de sátira descarada, de parodia global, también de subversión de lo establecido. Son alternativos al pensamiento único, proponiendo un pensamiento divergente, contracultural, alternativo. Fomentan otro mundo posible, plural, convivencial, de bienestar para toda las personas.

Precisamente los carnavales de este año han sido, en muchos lugares, un desafío y una provocación contra esa hipocresía disfrazada que esconde tanta corrupción, falsedad y robo. Y, aunque parezca paradójico, los carnavales, en sus multicolores y creativas formas, son también una invitación para quitarse los disfraces que nos esconden, camuflan y ocultan en la rutina diaria, y ser lo que deseamos ser, en libertad, para manifestarnos como somos, sin caretas, sin hipocresías, sin mentiras.

Pero los carnavales no son expresión de libertad tan sólo para unos días marcados tradicionalmente como antesala de la cuaresma o anuncio de la próxima primavera. En realidad la fiesta de los disfraces dura todo el año; aunque de manera opuesta a los celebrados en estas fechas. Cada día nos desplazamos en el desfile monótono de una sociedad disfrazada en la que a la mayoría se le impone el disfraz que debe exhibir. Una minoría se permite el lujo de utilizar los más caros del mercado para esconder su doble personalidad, su doble vida, sus intereses inconfesables, sus negocios corruptos.

Porque lo establecido en nuestra sociedad es ir disfrazado para disimular o esconder o suprimir nuestros deseos y aspiraciones, como personas, como colectivos, como pueblo. Desfilamos en un orden impuesto por la ley establecida por otros y obligados con métodos coercitivos a no salirnos del desfile político dictado. A quien los trasgrede se le obliga a reintegrarse. Ante la libertad de expresión y el derecho de manifestar opiniones, formas, comportamientos alternativos, se imponen «leyes mordaza» que obligan a llevar la careta que cierra la boca y controla los movimientos. Miles de custodios de este orden carnavalesco se encargan de asegurar que todo trascurra y camine según lo establecido por las regles económicas, políticas o sociales. Quien no lleva el disfraz impuesto, es vigilado y culpabilizado.

Vivimos -o nos quieren hacer vivir-, por tanto, en la sociedad donde se oculta lo más auténtico, donde se propaga el miedo a la libertad y quienes la buscan y tratan de ser coherentes con su conciencia ética, al margen de lo establecido, son ya sospechosos, cuando no imputados.

La misma economía neoliberal, que nos obliga a seguir la carroza dorada del dinero conducida conforme a los intereses del capital, nos alinea en un dramático desfile donde el único disfraz autorizado es la liquidez bancaria. Quienes carecen de ese disfraz o no siguen sus directrices, danzando con la música de su charanga, quedan al margen del desfile de la vida social y sólo les queda soportarlo con resignación, increparlo con indignación o sucumbir a la desesperación.

Incluso algunas formas religiosas han sido y continúan siendo una coacción moral para llevar disfraces rituales que sirvan para mantener el orden o las conductas impuestas, cuando no fundamentalistas. Precisamente el mismo Jesús de Nazaret, que anunció la liberación e invitó al banquete compartido, denunció a los dirigentes de su tiempo disfrazados de religiosidad, llamándoles «sepulcros blanqueados, que se muestran justos a los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía e iniquidad».

Pero los carnavales no se acaban con el importado entierro de la sardina. Continúan cada día, pero ahora en un desfile social, político, laboral, eclesiástico. Terminan las atractivas y coloridas manifestaciones de nuestros pueblos y ciudades; disfraces, pinturas, carrozas, comparsas y símbolos de imaginación y libertad desaparecen de nuestras calles. Pero de una manera muy opuesta, prosiguen los carnavales, donde la injusticia, la inequidad, la corrupción se disfrazan con leyes y con caretas políticas y la ciudadanía camufla su frustración en la diaria rutina disfrazada.

Por eso las fiestas celebradas esta época invernal son una invitación, una llamada social y política, también ética, para un nuevo carnaval donde caminemos sin disfraces personales, sociales, políticos; menos aún con caretas de enfrentamiento diseñadas por intereses políticos partidistas. Con justicia, autenticidad y libertad; en una comunicación sin barreras, sin informaciones sesgadas, sin mordazas legisladas. Donde todas y todos, desde nuestras diferentes y plurales experiencias culturales, sin exclusiones, podamos convivir con las demás personas y grupos participando de una vida digna, social, económica, humana. Dentro de un bienestar común generado por la solidaridad y respeto de los derechos humanos. Donde la ilusión expresada en los carnavales de este año por Gora Gasteiz se vaya haciendo realidad en nuestro vivir y convivir en Euskal Herria, sin dispersiones, reivindicando una vida digna para hombres y mujeres de aquí y de allá, hacia el futuro de nuestro pueblo decidido en libertad.