Beñat ZALDUA
CRECIMIENTO DE LAS DESIGUALDADES (I)

EEUU: DIME DÓNDE VIVES Y TE DIRÉ QUÉ TAL TE IRÁ

«La economía americana vive al mismo tiempo una expansión que rompe récords y una deriva tras una década perdida. Cuál de las dos verdades se te aplica depende de tu código postal». Las conclusiones de un espectacular estudio publicado recientemente por el Economic Innovation Group (EIG) son claras: tras la gran recesión de los años 2007-2011, EEUU ha vivido un crecimiento económico general destacable. El reparto de esta mejora, sin embargo, ha sido muy desigual, y no ha llegado a las comunidades más pobres, en las que, de hecho, la recuperación es una quimera.

La recientemente elegida como representante socialista del Bronx, Alexandria Ocasio-Cortez, empleó en su campaña para las primarias del partido demócrata un lema que surtió efecto: «Nací en un lugar donde tu código postal define tu destino». Además de cuajar, el eslogan es profundamente cierto, como se plasma en el estudio del Economic Innovation Group, un trabajo fascinante ante el que conviene detenerse un momento, aunque sea para constatar lo lejos que estamos de las herramientas y los niveles de análisis existentes en el mundo anglosajón.

Lo que el EIG hace es tomar como referencia los más de 25.800 códigos postales con más de 500 residentes que hay en EEUU y compararlos según el Índice de Comunidades Empobrecidas (DCI, por sus siglas en inglés). Se trata de una herramienta de análisis que combina siete indicadores sobre el bienestar de una comunidad: el porcentaje de población sin estudios de secundaria, el porcentaje de viviendas vacías –excluyendo las segundas residencias–, la tasa de paro, el porcentaje de población viviendo por debajo del umbral de la pobreza, la renta media, el porcentaje de cambios de empleo y los cambios en el número de establecimientos comerciales. Por último, los autores del estudio clasifican los códigos postales en cinco grupos dependiendo de su lugar en la escala DCI: comunidades prósperas, acomodadas, de nivel miedo, en riesgo y empobrecidas.

El resultado de esta metodología es una radiografía a un increíble nivel de detalle que los autores del estudio utilizan para comparar dos grandes periodos: el de la recesión (2007-2011) y el de la recuperación (2012-2016). Las oportunidades de análisis que ofrece semejante volumen de datos son increíbles, y en general, sirven para echar por tierra la idea de un país cohesionado. Por ejemplo, al azar, podemos destacar que en las comunidades prósperas un 34% de los habitantes se dedica a los negocios o a las profesiones llamadas en su día liberales, mientras que solo un 14% se dedica a trabajos estrictamente físicos. En las comunidades empobrecidas las cifras se invierten y los conocidos como blue collar workers –trabajadores de cuello azul– llegan al 29%.

Otro ejemplo, también previsible: entre la población blanca, el 54% vive en comunidades prosperas o acomodadas, mientras que solo el 27% lo hace en comunidades empobrecidas o en riesgo. De nuevo se invierten las cifras al hablar de la población negra: un 27% vive en áreas prósperas o acomodadas, y un 56% en empobrecidas o en riesgo. Y sin embargo, hay margen para algunas sorpresas: el grupo étnico que mayormente vive en comunidades prosperas no es el de los blancos de ascendencia europea, sino el de los asiáticos (un 42%). Y en el otro extremo, son los nativos americanos los que, porcentualmente, más miembros tienen viviendo en comunidades empobrecidas (37%). Igualmente, es reseñable el equilibrio alcanzado en la actualidad por la comunidad latina, repartida prácticamente a partes iguales en los cinco grandes grupos.

La desigualdad se dispara

Pero más allá de la fotografía fija sobre la composición de cada grupo, el estudio interesa sobre todo por el movimiento que refleja. Son 10 años de crisis y desigual recuperación que quedan plasmados mejor que en ningún sitio en el gráfico sobre la creación y destrucción de empleo. Aunque la crisis tardó más en llegar a las comunidades prósperas, en el gráfico se observa cómo entre 2008 y 2010 se destruye empleo en todas las comunidades. Para 2011 se da ya una ligera recuperación en todas las zonas, pero a partir de entonces, cada comunidad adquiere una dirección propia hasta llegar al extremo de que en los códigos postales prósperos, en 2016 existían 3,6 millones de empleos más que en 2007, mientras que en las zonas empobrecidas había 1,4 millones de trabajos menos. O dicho de otro modo, en las comunidades más ricas la crisis del empleo se acabó en 2013, mientras que en las más pobres la recesión sigue conjugándose en presente.

Otros indicadores confirman la tendencia. Por ejemplo, entre 2012 y 2016 se abrieron en las comunidades prosperas 180.100 nuevos locales comerciales. En las áreas empobrecidas el balance fue negativo, ya que cerraron 13.300 negocios. Como resulta previsible a estas alturas, la distancia entre los ingresos de unos y otros también ha crecido a lo largo del periodo estudiado. Entre los dos lustros analizados, y fijando la media de los EEUU en el 100%, los ingresos en las comunidades ricas han pasado del 143% al 146%, mientras que en las zonas pobres se ha reducido del 69% al 68%.

Las cifras del estudio del EIG –titulado “Trazando una década de cambio en las comunidades americanas”– también hablan de otro fenómeno: el aumento de población en las áreas prósperas y acomodadas y el abandono de las zonas empobrecidas y en riesgo. Que ocurra responde al lógico anhelo de buscar una vida mejor allí donde hay mejores condiciones, pero da como resultado colateral un aumento de la desigualdad geográfica. Sobre la materia ha alertado también otro profundo estudio, en este caso a cargo del Hamilton Project de la Brookings Institution, que toma como referencia el llamado Índice de Vitalidad –un poco diferente al DCI, pero con un objetivo similar– y confirma que, entre los años 1980 y 2016 la desigualdad entre los municipios en mejor y peor situación creció exponencialmente. Una perspectiva que confirma algo que ya vienen anticipando algunas voces a contracorriente: que el neoliberalismo no esperó al paulatino desmoronamiento del bloque soviético para poner su agenda en marcha.

Un país fragmentado

Aunque las elecciones de medio mandato de esta semana han supuesto un relativo freno a Trump –cabe aclarar que los resultados tampoco condicionan demasiado sus aspiraciones a un segundo mandato–, no parece difícil ligar el ascenso del presidente estadounidense al poder con este aumento de la desigualdad. Mucho se ha hablado, de hecho, de los votantes blancos empobrecidos del norte del país que dieron la espalda al Partido Demócrata en 2016 para probar suerte con las simplistas recetas de Trump. Aunque los estudios mencionados no vinculan sus resultados con el comportamiento electoral, un rápido vistazo a los datos indica que esa relación es una hipótesis plausible digna de un estudio más detallado. Por ejemplo, a Hillary Clinton no le fue nada bien en los Estados en los que, según el EIG, más códigos postales han caído en los últimos diez años al grupo de los empobrecidos: Lousiana, Nuevo Mexico y Mississippi. En el primero, Trump mantuvo la habitual hegemonía republicana; en el segundo Clinton ganó pero sin llegar al 50% –muy lejos de los habituales resultados demócratas en el Estado– y en el tercero, West Virginia, el Estado más empobrecido del norte del país, Clinton apenas llegó al 26,43%, mientras que Trump arrasó con un inédito 68,5%.

El fenómeno tiene su reverso en la ola de representantes del ala izquierda del Partido Demócrata escogidos en las elecciones de medio mandato celebrados esta semana. El incremento de la desigualdad, así, parece que podría ir de la mano de un aumento de la polarización política, lo cual tiene sus peligros y sus oportunidades. Estas últimas, sin embargo, hay que saber jugarlas, pues ya se sabe que lo que cuenta no es lo que pudo ser, sino lo que fue. Y el inquilino de la Casa Blanca, a día de hoy, sigue siendo un señor llamado Donald Trump.

Sin entrar en la vertiente electoral, ambos estudios citados en este texto advierten de las amenazas que la situación entraña. «Estados Unidos se parece cada vez más a una colección de economías desconectadas con muy diferentes oportunidades para el progreso», concluye el estudio del Hamilton Project. «Las estadísticas nacionales positivas no nos deben impedir ver esas realidades locales divergentes (…). Al fin y al cabo, una economía que trabaja principalmente para los educados en una Universidad y los lugares en los que se concentran no es una economía que funcione», añade el Economic Innovation Group, que lanza una advertencia muy clara ante la desaceleración económica que ya está entre nosotros: «Gran parte del país se ha vuelto estructuralmente más frágil y está menos preparada para absorber el choque de la siguiente e inevitable recesión».