Daniel Galvalizi

El kirchnerismo se fortalece tras despejar su candidatura

A menos de un mes de las primarias presidenciales, Daniel Scioli figura como el favorito en todos los sondeos después de ser elegido sorpresivamente por la presidenta Cristina Kirchner. La coalición opositora liberal-socialdemócrata, con el alcalde porteño Mauricio Macri, va en segundo lugar y lleva las de ganar solo en caso de una segunda vuelta.

Daniel Scioli.
Daniel Scioli.

El próximo 9 de agosto, 32 millones de votantes definirán quiénes serán los candidatos en las generales de octubre, mediante las primarias abiertas de Argentina, que imitan al sistema estadounidense pero con la particularidad de que todas las provincias votan el mismo día a todos los partidos. Ese día, y después de doce años en el poder, todo parece indicar que el kirchnerismo se alzará con una nueva victoria de la mano del gobernador bonaerense Daniel Scioli, figura controvertida hasta hace poco para muchos miembros del partido gobernante.

Y es que, contra todos los pronósticos, la Presidenta decidió evitar que Scioli disputara una pugna interna con el ministro de Transporte, Florencio Randazzo, quien atacaba al gobernador constantemente, convencido de que tenía el apoyo del ala más dura y radicalizada del kirchnerismo, que siempre desconfió de Scioli, un hombre que ingresó a la arena política de la mano del expresidente neoliberal (aunque peronista) Carlos Menem. Sin embargo, la presidenta –que mantiene un liderazgo indiscutido en el seno del kirchnerismo a cinco meses de abandonar el poder– decidió aupar a Scioli en una lista junto a Caros Zannini como candidato vicepresidente, el principal consejero de Néstor y Cristina Kirchner desde sus comienzos en la política.

En el México que gobernó el PRI durante 70 años se solía llamar «dedazo» a la designación del candidato a presidente por parte del mandatario saliente. Era un ritual que convertía al elegido en seguro relevo de quien se iba. Algo parecido ocurrió con la presidenta y Scioli.

Zannini vendría a representar al ala más dura de la amplia coalición de sectores que amalgama el kirchnerismo. Exmilitante de un partido maoísta, se lo reconoce como el alter ego de Cristina Kirchner y uno de los ideólogos de varias de las iniciativas más polémicas del gobierno. Scioli es todo lo contrario: conservador y cercano a los poderes instituidos (como la Iglesia y los grandes medios de comunicación), cosecha el apoyo por lo bajo de varios de los gobernadores y alcaldes peronistas más tradicionales y que recelan de la retórica combativa kirchnerista.

Las listas de candidatos a diputados y senadores fueron intencionalmente integradas en buena parte por miembros del sector más radicalizado y leal a ultranza a la presidenta –muchos de ellos agrupados en la organización La Cámpora, que dirige Máximo Kirchner–, lo que deja vislumbrar que, a través del vicepresidente (que preside el Senado) y del control del grupo parlamentario, Cristina Kirchner espera tener las herramientas para ejercer una notable influencia el día después de su partida. Tras designar a Zannini. la presidenta pidió a Randazzo ser candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires, bastión del peronismo. El ministro se negó al sentirse defraudado por no poder competir en las primarias para las cuales venía preparándose hace dos años.

Su negativa fue un estallido poco común para el kirchnerismo, un grupo político acostumbrado a que las decisiones se tomen en la cúpula en forma vertical y sin debate con sus dirigentes (y mucho menos con las bases).

De hecho, en las redes sociales, incluso en la cuenta oficial en Facebook de la presidenta, ocurrió algo muy inusual: arreciaron las críticas de sus propios militantes por tener que ser ahora empujados a elegir a Scioli sin otra alternativa, al mismo hombre que durante doce años Néstor y Cristina Kirchner intentaron erosionar por desconfianza, muchas veces justificada.

Pero los días pasaron, las aguas se aquietaron y Scioli logró que los cuadros políticos kirchneristas le den el beneplácito a ser el candidato único, lo que le permitirá en agosto ser el más votado (algo que estaba en duda en caso de una pugna interna, ya que el opositor Mauricio Macri podía llegar a serlo al no tener rivales competitivos en su propias primarias). En la última encuesta nacional publicada por el periódico “Perfil” el pasado fin de semana, hecha por la consultora Ipsos, Scioli obtendría el 38,2% de los votos, mientras que Macri contaría con 32,8%, y en tercer lugar el peronista que se alejó del kirchnerismo, Sergio Massa, con el 13%.

Se preparan seis alianzas electorales para agosto, desde los liberales hasta el trotskismo. Sin duda, Macri es el único con oportunidades reales de poder disputar la supremacía al kirchnerismo: en una segunda vuelta (que ocurriría si ningún candidato supera el 45% de los votos), ganaría a Scioli por 49% a 45%, según el mismo sondeo.

Macri también tomó decisiones. Decidió que su compañera de fórmula presidencial sea la senadora Gabriela Michetti, con un perfil socialcristiano y una imagen positiva altísima en todo el país. Macri dio por pasados sus conflictos con Michetti y privilegió sumar los votos junto a alguien que ayude a ablandar su imagen relacionada con un ingeniero poco sensible ante los sectores populares.

La coalición Cambiemos que lideran los liberales de Pro (el partido de Macri) está conformada por los socialdemócratas de la histórica UCR y los centristas de la Coalición Cívica, cuyos candidatos Ernesto Sanz y Elisa Carrió no cuentan con oportunidades de ganarle la primaria al alcalde.

Pero Macri ha tenido un resultado ambivalente en las elecciones provinciales celebradas hasta el momento.

El desafío de Macri es poder penetrar en el electorado de centro y progresista que está hastiado del kirchnerismo pero que no desea que se retrotraigan las mejores políticas de la última década, y que, además, desconfía de un hombre que pertenece a una de las veite familias más ricas del país.

La paradoja es que su mayor escollo es su contrincante: para buena parte de la opinión pública, Scioli representa una continuidad con cambio gracias a la inefable tarea de la presidenta y el ala dura kirchnerista, que lo castigó durante años por ser demasiado moderado, construyéndole, sin querer, la coraza que lo puede llevar al triunfo.