Jose Angel Oria

La sensación de vértigo que nos deja la ciudad tres veces santa

El autor destaca lo insostenible de la situación en Palestina, tanto para los palestinos e israelíes como para la gran potencia que sostiene al régimen sionista. La sociedad israelí es más inhumana cada día que pasa, jóvenes palestinos reaccionan a la desesperada y EEUU pone sobre la mesa fórmulas ya fracasadas, con afrentas religiosas por todas partes.

Musulmanes rezando
Musulmanes rezando

Uno tiene que dejar un punto de escape al enemigo cercado». Es una de las ideas de la obra “El Arte de la Guerra” de Sun Tzu, el estratega militar de la antigua China que ha tenido un impacto significativo en la historia y culturas china y mundial, aunque esa idea en concreto ha sido considerada en ocasiones «obsoleta» por los expertos militares de hoy en día. Sin embargo, a quienes no tenemos ni idea sobre esos asuntos, nos parece más que razonable dejar una salida al enemigo acorralado, porque de no hacerlo corres el riesgo de que el asediado opte por alternativas que te perjudiquen mucho más poderosamente.

Sabido es que «la avaricia rompe el saco», pero los gobernantes israelíes no parecen haber entendido tan sencilla idea y siguen queriendo llenar su bolsa de «garantias de seguridad», que las más de las veces son fruto de la propaganda muy interesada de los únicos sectores que se hacen de oro en situaciones como la que vive hoy en día Palestina: los relacionados con la seguridad.

La escritora Naomi Klein nos explicó en su día que el relativo a la seguridad ha terminado convirtiéndose en el sector económico más boyante en la sociedad israelí gracias al desarrollo de diversos productos y servicios que, como destacan a la hora de ofrecerlos, «han sido probados sobre el terreno». El «terreno» al que se refiere son los palestinos, casi siempre, y, a veces, los otros pueblos árabes vecinos.

Además, la clase política israelí es más extremista y conservadora cada día que pasa. Personajes como el actual primer ministro, Benjamin Netanyahu, se mueven como pez en el agua cuando se trata de aplicar castigos, individuales o colectivos, a un pueblo indefenso. Utiliza los diversos planes y procesos «de paz» para maniatar a los palestinos y seguir expulsándoles de su propia tierra, sabedor de que su gran aliado estadounidense detendrá en el Consejo de Seguridad de la ONU cualquier iniciativa que le incomode.

Pero esta situación es insostenible, incluso para sus aliados en EEUU. El Departamento de Estado ha criticado estos días los bloques de cemento que los gobernantes israelíes han colocado en las entradas y salidas de los barrios palestinos y el uso de fuego real contra atacantes palestinos. La ministra israelí de Justicia, Ayelet Shaked, contestó con una pregunta: «¿Qué ocurriría si hubiera gente armada con cuchillos por las calles de Nueva York? No les pedirían que enseñaran su documento de identidad». Saben los sionistas qué tecla tocar, porque llevan décadas haciendo uso de un discurso que, en nombre de la seguridad, siembra odio incluso a miles de kilómetros de Palestina. Un viejo refrán español les debería hacer cambiar de actitud: «Quien siembra vientos recoge tempestades». Pero ese dicho no está entre sus lecturas.

Por supuesto, la actual situación es más insostenible aún para los propios palestinos, como están demostrando últimamente los jóvenes, sobre todo los de Jerusalén, la ciudad tres veces santa (para judíos, cristianos y musulmanes) de la que se está apoderando la potencia ocupante ante sus propios ojos; lo cual explica, a juicio de numerosos analistas, la última explosión de ira popular, esa que no sabemos si llamar Tercera Intifada, Intifada de Jerusalén, Intifada de los Cuchillos o de algún otro modo.

 

Y tampoco los israelíes deberían sentirse tranquilos, porque cuando vives sentado sobre un polvorín, no debes descartar terminar volando por los aires. Y Netanyahu siempre tiene un mechero a mano. Él ha contribuido más que nadie a que hoy en día en la sociedad israelí haya un sentimiento antipalestino más peligroso que nunca: las crónicas nos cuentan que es habitual escuchar en las marchas sionistas «muerte a los árabes» y algunos vídeos que han circulado por todas partes confirman que las fuerzas de seguridad han llegado a seguir las «instrucciones» de esos manifestantes racistas y han terminado matando a sangre fría, con un disparo en la cabeza, a un joven palestino acosado por colonos judíos que trató de pedir protección a la Policía. La situación es tal que esta misma semana un judío apuñaló a otro porque creyó que era un empleado palestino del establecimiento donde tuvo lugar el ataque. El primer ministro ha propiciado que cada vez más israelíes le critiquen por no ser lo bastante duro a pesar de todas las medidas de castigo colectivo que ha ordenado, a pesar de la larga lista de crímenes de guerra que ha cometido… Pero nada de eso es suficiente para esos israelíes que aspiran a exterminar a un pueblo que solo conciben como la caricatura que les pintan los medios de comunicación sionistas, y Netanyahu les promete ataques aún más inhumanos.

 

El diario israelí “Ha’aretz” ofrecía un texto que invitaba a reflexionar al respecto, tras relatar las imágenes de un vídeo en el que varias mujeres tratan de liberar a un niño palestino con un brazo escayolado en poder de un soldado: «El vídeo muestra claramente, una vez más, la verdad acerca de las actividades operativas de la FDI –Fuerzas de Defensa de Israel, que es como llaman al Ejército–: perseguir niños. ¿Qué debía haber hecho el soldado? Las imágenes muestran que no tiene ni idea de qué hacer. Sus mandos no tenían probablemente una respuesta para la situación en que se encontraba, y es dudoso que los altos jefazos del FDI supieran qué debía haber hecho el soldado. Es difícil culparle. Un Ejército que lucha contra niños y los persigue cuando huyen es un Ejército que ha perdido su conciencia. La única forma de cambiar la situación es cambiar la realidad. No hay otra manera».

Pero hay una «línea roja», haciendo uso de la expresión que ha popularizado el conflicto palestino, que Tel Aviv no quiere cruzar. No puede permitirse acabar con el presidente Mahmud Abbas ni con la Autoridad Palestina (ANP), a los que reserva una función vital: desmovilizar al pueblo palestino de modo que puedan seguir robando su tierra sin mayores problemas. «En la implacable y sistemática violencia israelí está la raíz de los ocasionales brotes, espectaculares y brutales, que en estos días se han cobrado las vidas de israelíes y palestinos. Abbas puede llamar a la calma pero no ofrece a los palestinos ninguna otra forma de resistencia o movilización, solamente la capitulación. Incluso se opone al movimiento del Boicot, Desinversión y Sanciones contra Israel (BDS)», escribía esta misma semana en The Electronic Intifada el analista palestino Ali Abunimah.

«Estoy abierto a un encuentro con Abbas y los líderes árabes», afirmaba el pasado jueves Netanyahu. «Creo que puede ser útil porque podría ayudar a parar la escalada», añadía el belicoso primer ministro. «Analistas israelíes consideran que Netanyahu está intentando evitar un asalto importante en Cisjordania, no por misericordia hacia los palestinos, sino porque los dirigentes israelíes temen que pueda provocar el colapso de la siempre fiable AP», sostiene Abunimah.

El componente religioso de la actual tensión en Jerusalén no hace más que complicar las cosas: sustituye lo que debería ser un debate racional en algo visceral. Cabe recordar que la Segunda Intifada se inició en el año 2000 tras una visita provocadora de Ariel Sharon a la Explanada de las Mezquitas. La principal causa del actual estallido, coinciden los analistas, son las reiteradas incursiones y ataques vandálicos de colonos y policías israelíes a la mezquita de Al Aqsa, que se suceden casi sin interrupción desde hace un año. Tel Aviv permite las agresiones de los colonos, principales protagonistas de la última ofensiva sionista, mientras prohíbe a los musulmanes acceder a sus templos. Leña al fuego.

El considerado sucesor natural del presidente Arafat, Marwan Barghouti, incluía un reproche a la «comunidad internacional» en su último escrito desde prisión: «Nos dijeron que si recurríamos a medios pacíficos y a canales diplomáticos, recibiríamos el apoyo de la comunidad internacional para poner fin a la ocupación. Sin embargo, ha sido incapaz de aplicar medidas reales o de poner en marcha una estructura internacional con la que aplicar el derecho internacional y las resoluciones de la ONU, ni llevar a cabo medidas que hagan posible la rendición de cuentas, incluidos el boicot, el fin de las inversiones y las sanciones, que jugaron un papel básico para que el mundo se deshiciera del régimen del Apartheid (en Sudáfrica)». El boicot es el arma que proponen Marwan Barghouti y, con él, numerosos activistas palestinos y de todo el planeta.

Los llamamientos de Hamas y otras organizaciones islamistas a una Tercera Intifada caen en saco roto. Han terminado perdiendo la credibilidad que tuvieron hace unos años, sobre todo entre los jóvenes. «Mi muerte fue por Palestina, no por ninguna organización», dejó escrito Baha Mohamed Alaian, de 22 años, muerto por fuerzas israelíes y coautor de un atentado con arma de fuego y cuchillo contra un autobús en una colonia judía, en el que murieron tres israelíes.