
Pero reducir la derrota peronista a la conjura de una suerte de «mano negra» es, además de reduccionista, un insulto a una sociedad, la argentina, capaz de lo mejor y de lo peor.
Entre lo primero destaca el ejemplar ajuste con el pasado realizado por los gobiernos desde 2002, al juzgar, condenar y encarcelar a los responsables del genocidio. Tan importante como el establecimiento de la asignación universal por hijo y otras medidas sociales paliativas contra la pobreza.
Estúpido, e incluso suicida, sería Macri si acabara de un plumazo con ambas conquistas, habida cuenta de que el argentinazo de 2001, consecuencia de décadas de gobiernos militares y neoliberales, sigue escociendo. Lo que es seguro es que el nuevo presidente no hará lo que los Kirchner no supieron, no quisieron o no pudieron: encarar reformas estructurales para acabar con la corrupción y el clientelismo, modificar una economía excesivamente deudora de las materias primas y modificar una política liderada por barones. Macri profundizará en lo peor. No habrá que esperar 100 días.

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