
El presidente chino, Xi Jinping, inició ayer su primer viaje a Oriente Medio en un momento clave y con unos objetivos claros a corto plazo: mitigar las tensiones entre dos de sus principales suministradores de petróleo, Arabia Saudí e Irán, y aprovechar las nuevas oportunidades comerciales en Teherán tras el final de las sanciones occidentales por la entrada en vigor del acuerdo sobre el programa nuclear entre EEUU e Irán, dos enemigos irreconciliables.
A medio y largo plazo, su objetivo es apuntalar su gran proyecto geoestratégico, el de inaugurar una nueva Ruta de la Seda con la que quiere volver a conectar a China con el oeste a través de una red estratégica de comunicación como la que unió ambas partes del mundo entre el siglo I (AC) y finales de la Edad Media. La grave crisis que asola a Oriente Medio y el yihadismo como una de sus manifestaciones más extremas preocupan sobremanera a Pekín.
Ello explica que uno de los objetivos de la visita sea rebajar el altísimo nivel de tensión entre Ryad y Teherán. Precisamente fue la intervención saudí en la guerra de Yemen–contra unos rebeldes hutíes apoyados por Irán– la que obligó a Xi a postergar el año pasado su visita hasta esta semana.
Siete años después de que su antecesor en el cargo, Hu jintao, visitara Arabia Saudí en 2009, Xi llegó ayer a Ryad en un periplo que le llevará durante la semana, y por este orden, a Egipto e Irán, países que no visita un jefe de Estado chino en los últimos doce años.
En Ryad, el secretario general del PCCh fue agasajado por el rey saudí Salman bin Abdelazizen con un banquete en su honor en el Palacio Al Yamamah, en un acto en el que no faltó su hijo y segundo príncipe heredero saudí, a la vez que ministro de Defensa, Mohamed bin Salman (MBS), para muchos el verdadero hombre fuerte de la satrapía saudí.
El jefe de la diplomacia, Wang Yi, destacó que actualmente operan en Arabia Saudí 160 empresas chinas y que los intercambios comerciales entre ambos países durante los primeros once meses de 2015 alcanzaron 47.600 millones de dólares mientras que en 2014 fueron de 70.000 millones de dólares.
Hoy, los dos jefes de Estado tenían previsto asistir a la inauguración del Centro Rey Abdallah –en homenaje al antecesor de Salman– para estudios e investigaciones petrolíferas–. Darán asimismo el pistoletazo de salida a la compañía Yanbu Aramco Sinopec Refining, una empresa mixta entre los gigantes petroleros de ambos países. Wang subrayó que «Arabia Saudí es uno de los socios más importantes por sus grandes capacidades» pero señaló que, además de «el desarrollo y mejora de las relaciones bilaterales en el futuro (...) se tratarán las cuestiones regionales».
Esta visita coincide con la iniciativa diplomática de China, que envió recientemente a su viceministro de Exteriores, Zhang Ming, a reunirse con altos responsables saudíes e iraníes ante los que reiteró sus llamamientos a la retención mientras ambos rivales están enfrascados en una guerra por delegación en Yemen, e inmersos en una grave crisis tras la ejecución a principios de enero de un clérigo chií y otros dos opositores, crisis que desembocó en la ruptura de relaciones por parte de Ryad.
Xi culminará su viaje por Oriente Medio con su visita a Irán, un socio comercial apetecible para todas las potencias tras el acuerdo nuclear en el que Pekín participó como una de las cinco grandes potencias nucleares. Pekín es el principal socio comercial de Irán, con un intercambio comercial de más de 50.000 millones de dólares en 2014 y sus relaciones bilaterales han resistido todos los avatares de los últimos 35 años.
Antes de su estratégica llegada a Irán, el presidente chino recalará en Egipto, donde, más allá de la pugna irano-saudí, se atisba el verdadero alcance de una visita bautizada por Pekín con el nombre de «una franja, una ruta».
El régimen golpista egipcio, criticado desde Occidente por su deriva represiva, no oculta sus expectativas a la búsqueda de nuevos aliados internacionales tras sus recientes escarceos con la Rusia de Putin.
Pekín participa en un intento de lanzar un proceso de paz afgano
La capital afgana acogió el pasado lunes la segunda ronda de un diálogo cuatripartito con el que China, EEUU, Pakistán y el Gobierno títere de Afganistán intentan retomar el diálogo entre Kabul y los talibanes para negociar una solución negociada a la guerra y ocupación.
Las primeras conversaciones directas tuvieron lugar en julio, pero fracasaron tras la filtración de la muerte del líder talibán, mullah Omar. Su sucesión abrió la espita para una guerra por el liderazgo. Una facción,dirigida por el mullah Mohamed Rassul, se escindió tras rechazar el nuevo liderazgo del mullah Ajtar Mansur. Este último resultó herido en diciembre en la reyerta en la que acabó una reunión de dirigentes talibanes en Pakistán.
Estas disensiones no han impedido; al contrario, han servido para acentuar la ofensiva militar en Afganistán, que les ha llevado a conquistar brevemente la ciudad de Kunduz y a controlar grandes partes del distrito clave de Singir, en la provincia de Helmand (sur), sin olvidar los ataques diarios contra los símbolos de la presencia ocupante en el país.
El ministro afgano de Exteriores, Salahuddin Rabbani, exhortó a todos los grupos talibanes a participar en las negociaciones y añadió que «el pueblo afgano no aceptará que este proceso de paz no dé ningún resultado».
El principal grupo de los talibanes, liderado por el mullah Mansur, aseguró que el denominado Grupo a Cuatro (G4), en el que participa China, no tiene voluntad de acabar de forma pacífica con la guerra y le acusó de «engañar» al pueblo afgano.
«La paz no se puede alcanzar con la fuerza, sino que requiere una voluntad sincera, una decisión fuerte y el final de la ocupación», añadieron. «Ni las fuerzas invasoras ni el régimen de Kabul tienen una disposición sincera para alcanzar la paz», denunció.GARA

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