
Lo primero. Ha ganado el «sí», pero si hubiera ganado el «no» ni Turquía habría entrado en un proceso de democratización radical ni Erdogan habría aligerado su control absoluto. Además, los anatolios habrían ido hacia unas elecciones anticipadas en las que el Partido del Movimiento Nacionalista (MHP) y el Partido Democrático de los Pueblos (HDP) podrían no haber superado el corte electoral del 10%. Viendo los resultados del domingo, parece que no. Entonces Erdogan habría obtenido una mayoría tan holgada que le habría permitido modificar la Constitución sin consultas populares ni negociaciones políticas. La cuestión habría sido entonces: ¿Cómo impondría su reforma después de que el pueblo, en el que siempre sustenta cada una de sus medidas autoritarias, hubiera dicho «no»? Pero ha ganado el «sí», pese a las denuncias de fraude de la oposición, y Recep Tayyip Erdogan no ha tenido que llevar la contraria a quienes le han apoyado durante 15 años.
«Hoy Turquía ha tomado una decisión histórica en un debate que dura 200 años», dijo, en un guiño neo-otomano, el presidente en su discurso tras su victoria. Erdogan insiste desde hace lustros en que Turquía no tiene 100 años, sino siglos que van más allá de Atatürk. Ahora Erdogan está perfilando la última fase para su Nueva Turquía, esa de 2023, en el centenario de la fundación de la República, en la que mostrará la transformación islámica del país. Más aún cuando el oeste de Anatolia le ha dado un poco más la espalda.
Pero el líder islamista no tendrá un camino sencillo. En las próximas elecciones, las que le permitirían llegar a su objetivo, tendrá que obtener el 50% de los votos. Como la deriva económica no abandone la negativa dinámica y los atentados continúen al alza podría perder ese punto de ventaja que hoy ostenta. Fueron sus promesas, y son difíciles de archivar. Ayer, en el primer movimiento tras el referéndum, la Bolsa reforzó al presidente: subió la lira turca. Ahora vendrá la clásica llamada a todos los grupos –excepto al HDP– a colaborar en la lucha contra el «terrorismo». Puede que incluso, como regalo, veamos muestras de clemencia con algunos encarcelados. Pero si la oposición se queja, que lo hará –no gustó la experiencia unionista tras la fallida asonada–, el presidente volverá a su retórica polarizante y la inestabilidad crecerá en Anatolia.
De los resultados del referéndum constitucional, con un 51,4% a favor del «sí», se puede deducir una cosa que ya estaba clara: Turquía está partida en dos, a un lado Erdogan y al otro, el resto de la sociedad. La diferencia, teniendo en cuenta que todo referéndum es polarizante, es de 1.300.000 personas. Además, el Partido Justicia y Desarrollo (AKP) pierde fuelle en el oeste de Anatolia, con la derrota en las ciudades de Estambul y Ankara y sin apenas obtener votos panturcos en la costa mediterránea, pero sigue incrementando su músculo en la profunda Anatolia y Kurdistán Norte.
Erdogan le ha robado al HDP más votos de los esperados entre abstenciones y trasvases. Tomando como referencia los resultados de las elecciones de noviembre de 2015, se aprecia una caída dramática en las dos grandes fortalezas del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK): en la región de Hakkari el «sí» obtuvo un 32,5% y en la de Sirnak, un 28,4%, mientras que en la reválida de noviembre el AKP se alzó con el 12,6% y 11,1% en esas respectivas regiones. 10 puntos en Mardin, 5 en Diyarbakir... el AKP y sus filiales kurdas de tono islamo-nacionalista han vuelto a mejorar sus resultados, en parte gracias a la abstención kurda, que ha bailado en demasiados lugares entre el 5% y el 10%.
Algunos podrán asegurar que el mal resultado es por el miedo que encoge a la población kurda y por la injusta campaña del referéndum, otros dirán que se debe a los miles de desplazados que no han podido votar. Tienen su parte de verdad. Pero sin duda hay un voto de castigo al HDP y a la lucha en las ciudades del PKK. Los resultados en Sirnak y Hakkari, dos regiones que suman cinco localidades que lucharon y acabaron en polvo, la mitad del total, son un golpe al compacto movimiento kurdo de Abdullah Öcalan, al tiempo que fortalece la política divisoria que alimentan Erdogan y el presidente de Kurdistán Sur, Massoud Barzani.
Desde el domingo, Turquía se dirige hacia el Gobierno de un solo hombre que tiene al líder panturco Devlet Bahçeli como aliado. Por eso el futuro en Kurdistán Norte huele a represión y radicalización. «Si gana el ‘sí’ creemos que la guerra se intensificará», aventuró Cemil Bayik, colíder del KCK.
La alianza de Erdogan con Bahçeli, el líder del MHP, tiene que garantizar eso: la política del negacionismo kurdo, de demoler escuelas como ya hiciera el AKP, de no liberar a los políticos del HDP, de no negociar con el PKK.
Será un baremo para medir el músculo marxista y su desgaste en la lucha contra el Estado Islámico. Y durará hasta las próximas elecciones, previstas para 2019 pero que se podrían celebrar antes, en 2018. Dependerá del rumbo de la nación. Pero entonces Erdogan, que no lo tendrá fácil, volverá de nuevo su mirada a los kurdos: necesita su apoyo para ganar y Bahçeli ya no tendrá ninguna utilidad.
Bahçeli ha cavado su propia tumba política. El líder panturco se ha hundido en su propia casa y el oeste del país. Ha ganado simplemente porque Erdogan ha ganado. En Osmaniye, su región natal, el 57% apoyó el «sí», mientras que en noviembre de 2015 entre el AKP y el MHP se hicieron con el 80% de los votos. En fortalezas del MHP como Hatay, Mersin o Adana apenas ha rascado «síes» y en el oeste, como se esperaba, la mayoría de su apoyo se ha transformado en «noes».
El riesgo para el MHP está en la partición del grupo en dos. Si los panturcos no dan un vuelco, su base en la profunda Anatolia será absorbida por otro partido islamista y en la parte oeste incluso podría haber una escisión, con la creación de un nuevo partido, dirigida por la disidente Meral Aksener. A sus 60 años, Aksener ha sido descrita como una heroína, el antibiótico contra Erdogan, pero más bien es un dinosaurio que fue ministra del Interior en una de las épocas más oscuras del Estado turco. Más de lo mismo, y por tanto bueno para Erdogan.
Durante las próximas semanas el AKP comenzará a preparar el cambio de sistema. Podrían verse nuevas reformas que no estén relacionadas con el poder del presidente y un cambio en la cara del Ejecutivo, que podría remodelar el partido para apartar al núcleo gülenista que aún yace en el AKP.
La polarización, la creación de un Estado de leales, la eliminación del pensamiento crítico en las universidades y los problemas económicos continuarán salvo que el sistema presidencialista tenga una cualidad oculta que sorprenda al mundo. Erdogan no va a cambiar. Y si todo va mal el presidente culpará a las potencias extranjeras por no haber podido cumplir sus promesas de estabilidad.
La diplomacia puede ser la asignatura más complicada para Erdogan, quien necesita arreglar las malas relaciones con sus vecinos y las grandes potencias mundiales. El presidente tiene que decidir entre Rusia y Estados Unidos. No puede continuar con la política de un día con Trump y al siguiente con Putin. Es una falta de seriedad que lastima el prestigio del país, hundido tras el fracaso en Siria, en donde ha quedado demostrado que Rusia no es un aliado de Erdogan.
El presidente tampoco podrá continuar con su retórica llena de insultos hacia la Unión Europea (UE). Angela Merkel avisó de que las relaciones con Turquía se comenzarían a revisar después del referéndum. Y aquí estamos, con Erdogan obligado a convocar un referéndum para restaurar la pena de muerte si el Parlamento dice «no» a la reforma. Lo prometió en su campaña, y Bahçeli presiona por el «sí». Es la línea roja de la UE, y probablemente tanto Turquía como Bruselas mantengan su tensa relación llena de pragmatismo hasta que decida el Parlamento o el pueblo. La UE necesita a Turquía para contener a los refugiados, luchar contra el «terrorismo» y transportar energía. Turquía necesita aún más a la UE por su frágil situación económica: Bruselas absorbe el 44% de las exportaciones turcas. Erdogan es consciente, y no olviden que es un líder pragmático: la fecha límite para la liberalización de visados era octubre, luego enero y ahora el Ejecutivo presentará una nueva propuesta a la UE. Es decir, que Erdogan lleva un año esperando y aún no ha abierto la valla a los refugiados, como había prometido.
La reforma constitucional afecta en el presente a toda la oposición, que tendrá que aguantar aún más autoritarismo legitimado por el pueblo. Pero en el futuro, cuando las dinámicas políticas cambien, el kemalista Partido Republicano del Pueblo (CHP) u otra nueva formación islamista podrán acceder al poder para controlar la República. Es cuestión de tiempo. Pero quienes han perdido cualquier esperanza son los kurdos, que se vuelven a quedar sin peso en la toma de decisiones del Ejecutivo al limitarse el poder del Parlamento.
Cuando a finales de marzo, el primer ministro turco, Binali Yildirim, indicó que podrían reducir el corte electoral si se aprobaba la reforma, deslizó uno de los porqués que va más allá del poder absoluto de Erdogan: «Regulaciones como el corte electoral (10%) se trajeron para reforzar la estabilidad del sistema. Con el nuevo sistema, el presidente proveerá la estabilidad, por lo que no será necesaria ninguna precaución adicional para reforzar la estabilidad en el Parlamento». Traducido: Como los kurdos superan el alto corte electoral, impuesto para evitar que kurdos y comunistas entraran en el Parlamento, la única solución para que no condicionen el poder con sus demandas es cambiar a un sistema de un solo hombre, que en Turquía nunca podrá ser kurdo.

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