Miguel FERNÁNDEZ IBÁÑEZ

Cuando la injusticia se convierte en la norma

La oposición al Partido Justicia y Desarrollo (AKP) se manifiesta de forma pacífica por la indiscriminada purga que va más allá del gülenismo. En una atmósfera condicionada por el estado de emergencia todavía en vigor y por una dirección política marcada a base de decretos, la mitad del país que no apoya a Recep Tayyip Erdogan reclama la vuelta del estado de derecho.

La sociedad turca ve en la Justicia a un hombre enfermo, puede que incluso en estado crítico. O al menos eso piensan los opositores al presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, esa mitad del país que siente la debilidad del muro legal que protege a la sociedad de la desmesura del poder. Las calles de Anatolia, pese a la alargada sombra de la represión, ya sea por uno de los miles de cuestionables decretos o por las irregularidades en un millón de votos en un crucial referéndum, se han convertido en reflejo de esta indignación. La sociedad no aguanta más. Por eso el líder opositor, Kemal Kiliçdaroglu, junto a miles de personas y probablemente representando a millones más, ha recorrido a pie los 450 kilómetros que separan Ankara de Estambul. Y, por eso, Veli Saçilik, un sociólogo despedido, lleva más de 240 días protestando en la calle Yüksel de Ankara. Porqué él, al igual que otros miles de señalados, asegura que tiene razón, que no es gülenista, que cuando la Justicia no cuenta se asientan las bases que conducen a una dictadura. «Es demasiado, de esta manera se crean las dictaduras. Nos ha tocado levantarnos para proteger nuestras vidas y continuaremos hasta el final, hasta que nos devuelvan nuestro trabajo, porque tenemos razón», asegura.

La desproporcionada purga iniciada tras la fallida asonada ha dejado en un callejón sin salida a los más de 160.000 funcionarios despedidos y a las 50.000 personas arrestadas. También a todas sus familias, marcadas con el estigma del 15 de julio. Es evidente que muchos de los apartados, como es el caso de Saçilik, ataviado con una camiseta del Che Guevara, son la antítesis del gülenismo. Pero en un día a día marcado por el estado de emergencia las decisiones del Ejecutivo no necesitan justificación, como tampoco el consejo de la Justicia. Basta con que lo desee Erdogan.

Debido a la presión internacional, y a que los decretos no pueden ser recurridos, el pasado 23 de enero se creó una comisión para enmendar las injusticias cometidas bajo el estado de emergencia. Pero es un paripé tan lento –en mayo aún no habían comenzado a estudiar los casos– y parcial que no genera esperanza alguna. Más aún cuando los yernos de los islamistas Kadir Topbas y Bülent Arinç son liberados a la espera de juicio por tener un «domicilio fijo» mientras que para el resto de la sociedad no existe fianza posible y las pruebas concluyentes son tener una cuenta en el Banco Asya, impulsado durante la década de connivencia con el gülenismo, o portar un billete de 1$ de la serie F.

Veli Saçilik, tras más de 240 días protestando para recuperar su trabajo, descrito como el «símbolo opositor a la escalada de la represión en Turquía», pide que todos esos grupos que durante décadas han estado enfrentados se unan hoy para luchar contra Erdogan. Porque al presidente, alejado de esa etiqueta moderada con la que conquistó Anatolia, ahora se le ama o se le odia. «Tienen todo el Estado en su mano y si no eres uno de ellos no puedes entrar. Quieren poder despedir a la gente cuando les plazca, que haya miedo y no se proteste y que sus hombres hagan lo que deseen sin importar las leyes. Con los decretos nos están dejando sin derechos, sin trabajo, para así perfilar su Estado», lamenta Saçilik.

El bucle de la represión

A sus 40 años, su historia refleja ese bucle represor que caracteriza a Turquía. En 1998, debido a su relación con los sindicatos, fue condenado a pena de cárcel. Según cuenta, no existía ninguna razón más allá de que «todos los opositores eran considerados parte de una organización –terrorista–». Fue la prisión de Burdur, en el suroeste de Anatolia, la que comenzaría a modelar su etiqueta de referencia de la resistencia: se aficionó a la sociología y el 5 de julio de 2000, en una redada policial en la cárcel, perdió su brazo derecho. «Me lo rompieron cuando quedó atrapado entre un vehículo policial y la pared. En el hospital no me lo cosieron y de alguna manera que aún desconozco lo tiraron a la basura».

Estigmatizado por sus años en prisión y por ser manco no pudo encontrar trabajo hasta 2006, cuando en plena revolución democrática del AKP obtuvo una plaza de funcionario en el Ministerio del Interior. Pero Turquía es como un círculo en el que la minorías son aplastadas a medida que afloran los problemas: veinte años después es de nuevo una voz subversiva, una persona con lazos con el «terrorismo». «No me dicen con qué organización. Con los decretos y el estado de emergencia no están obligados a dar esa información», apunta.

El 22 de noviembre de 2016, en un movimiento esperado, fue apartado mediante uno de los decretos, le retiraron el pasaporte a toda su familia, incluida su hija de 6 años, y cualquier prestación social. Se convirtió en una línea negra más en la lista del Gobierno, en una persona marcada para los sectores público y privado. Sin opciones de emigrar, salió a la calle a protestar. Nadie le prestó excesiva atención hasta que Nuriye Gülmen y Semih Özakça, dos profesores también apartados, fueron arrestados el 23 de mayo tras 75 días de huelga de hambre. Saçilik estaba con ellos y tomó el testigo de la resistencia hasta convertirse en el manco que desafía a Erdogan, en el comunista que ha sido detenido 18 veces desde su despido.

Junto a él, decenas de persona protestan cada día en la calle Yüksel a las 13.30 y a las 18 horas. Cuando los arresten, «porque algún día tendrá que ocurrir», otros anatolios tomarán el testigo de la fama efímera. Pero necesaria. Por eso, tal vez, no quiere que la sociedad olvide a Semih y Nuriye, que llevan más de 120 días sin ingerir alimentos sólidos. Podrían morir, dice Saçilik, pero es el precio que cada vez más personas están dispuestas a pagar para que la llama de la Justicia no se apague. «Antes la gente confiaba en el Ejército, la Policía, el sistema educativo y la Justicia. Ahora nadie confía en nada ni nadie. El AKP está conectando todo a sí mismo, dejando libertad para la corrupción y eliminando la influencia del Parlamento. Simplemente queremos justicia, queremos nuestros trabajos», dice.

Ahora los islamistas, la nueva burguesía, oprimen a quienes ostentaron el poder de facto, los kemalistas. Pero Erdogan es un líder pragmático, conocedor de los límites, y no ha impedido la marcha de Kiliçdaroglu que pedía «Adalet» (Justicia, en turco). Su caminata de 25 días comenzó tras la condena de Enis Berberoglu, uno de sus diputados, que perdió su inmunidad parlamentaria después de que una veintena de sus compañeros de partido apoyaran su levantamiento el 20 de mayo de 2016. De este riesgo ya advirtieron los kurdos, por los que nadie protesta, sagaces en estos menesteres por su dilatada experiencia. Y así, sin la protección de las cortes, con la asonada como excusa y con el presidente turco llamando «terrorista» a todo opositor , primero cayeron gülenistas y kurdos, pero luego comunistas y kemalistas.

Estado de leales

Una de las frases célebres de Fethullah Gülen, el clérigo acusado de dirigir la fallida asonada de hace un año, habla de infiltrarse en las entrañas del enemigo y esperar hasta que sea el momento oportuno para mostrarse implacable. Erdogan, quien se contuvo hasta limar los poderes de facto del kemalismo, reconoce que ha llegado el momento para conformar su «Nueva Turquía», en apariencia más islámica e igual de clientelista e injusta que la que en su día quiso erradicar. Esta tendencia ya se atisbaba con anterioridad al fallido golpe de Estado, catalizador de una desmesurada purga que afecta a las sectores vitales de un país: Educación, Justicia y Seguridad.

Las medidas tomadas desde entonces confirman que el presidente persigue conformar un Estado de leales, una tradición en la República, según Halil Ibrahim Yenigün, experto del Forum Transregionale Studien. «Pese a que tienen diferentes visiones sobre cómo estructurar la sociedad, (kemalistas y erdoganistas) comparten mucho de esa mentalidad. Ahora los descendientes de las facciones islamistas han encontrado a su particular Atatürk. Parecen archienemigos, pero son las dos caras de una misma moneda», sostiene.

Con sus aliados en las entrañas del Estado, Erdogan ha ido limando la independencia de cada parcela de la sociedad: organizaciones civiles, medios de comunicación... En el caso de la educación, donde Gülen encontró la génesis de su conglomerado, se refleja esta preocupante situación: ahora los rectores son elegidos por el Gobierno y universidades de referencia como la de Koç, que canceló la participación de una ponente por temor a desencantar a Erdogan, están sucumbiendo a la censura y al miedo. Así, lejos queda la era del aperturismo en la que se permitió discutir la causa armenia, y cerca un presidente que ha dicho que no quiere que la universidad sea un caladero de movimientos políticos. Pero para Yenigün, despedido por apoyar una solución pacífica en Kurdistán, esa libertad nunca fue completa: «El pensamiento crítico siempre ha sido un eslogan vacío. La última oportunidad fue esa generación de pensadores educados en el extranjero. Pero se ha esfumado, y ahora es oficial».

En esta tóxica atmósfera, en la que incluso los miembros de Amnistía Internacional son detenidos acusados de «terrorismo», el Parlamento europeo ha vuelto a pedir que se termine con el proceso de adhesión de Turquía a la UE. Pero el AKP no teme a las palabras, el límite al que se ha acostumbrado Bruselas. Nadie sabe con exactitud qué sucederá en Turquía, pero se intuye que el presidente no se detendrá. Yenigün apunta que los islamistas ven a Erdogan como «una cuestión de supervivencia», «una lucha por el dominio», «un nosotros o ellos». Es la polarizada Turquía del presidente la que seguirá creando nuevas referencias de la resistencia. Así será al menos hasta que la Justicia recupere su poder, probablemente cuando Erdogan comience a perder el suyo. Entonces, como si la imparcialidad de las cortes conociera las tácticas de Gülen, la mitad del país podría volver a creer en un torrente de legalidad que devuelva Turquía a su siempre cuestionada democracia.