Ramón SOLA

Desinfección obligada en una herida todavía abierta

LA PARED DE LA ESQUINA DONDE SE UBICABA LA SECCIÓN DE EKONOMIA HA TOMADO UN INQUIETANTE COLOR VERDE, EL DESPACHO DE JABIER SALUTREGI O EL DE PEPE REI ESTÁN INUNDADOS, LA MAYORÍA DE LOS PANELES DEL TECHO SE HAN VENIDO ABAJO Y EL SUELO ES UN AMASIJO DE PASTA DE PAPEL, BARRO Y TODO TIPO DE RESTOS. HASTA UN BÚHO HA ENCONTRADO SU HOGAR EN LA ANTIGUA REDACCIÓN, HOY UNA AUTÉNTICA RUINA, UNA HERIDA ABIERTA.

Entrar en la vetusta sede central de ‘‘Egin’’ en el polígono Eziago es meterse en el túnel del tiempo y también penetrar una especie de campo de guerra. «Esto parece Siria», dicen casi a una sola voz los periodistas que un día trabajaron allí y los trabajadores que realizan esta mudanza y hasta ayer nunca habían pisado ese sitio. Son del área de Patrimonio Cultural, pero a tenor de lo que ha crecido allí en estas dos décadas de abandono casi sería más oportuno haber llamado a Flora y Fauna.

En la anterior visita apareció allí, en el techo agujereado, un búho de gran tamaño. Se podría hacer un catálogo de arañas. El moho y el óxido campan a sus anchas por el edificio, donde la humedad ha hecho brotar diferentes plantas. Y una oscuridad tenebrosa que solo se rompe en la amplia sala de máquinas del piso inferior: la rotativa.

Entramos por allí, como lo hizo la Policía aquella madrugada del 15 de julio de 1998. La mayoría de los periódicos están ennegrecidos, hechos un amasijo de pasta, pero algunos se han conservado casi milagrosamente y muestran en su mancheta el simpático pañuelo sanferminero colgado del logo de ‘‘Egin’’. Ya antes de entrar sobrecoge el estado del edificio; parece un trozo de Belfast trasladado a Hernani y refuerza la memoria de aquellos años de plomo. El tufo de la papelera cercana lo impregna todo. Nada que ver, sin ir más lejos, con la profiláctica sede de GARA en un polígono tecnológico de Donostia.

Pero el mayor contraste viene de los recuerdos. Donde en un tiempo hubo ajetreo de máquinas y de personas, risas y llantos, los debates encendidos de cualquier redacción que se precie de serlo, vida pura, hoy todo huele a muerte y destrucción. La administración judicial impuesta por la Audiencia Nacional debía proteger ese legado, pero lo dejó simplemente pudrir, como si tras finiquitar ‘‘Egin’’ hubiera que liquidar también cualquier vestigio de su labor.

Por la redacción hay que avanzar a tientas, pisando con cuidado porque el suelo da síntomas de inestabilidad. No dan ganas de tocar nada; debajo de cualquier objeto puede aparecer cualquier sorpresa desagradable. Algunos objetos lógicamente no les dicen nada a los nuevos depositarios del legado, pero sí tienen un valor sentimental profundo para quienes allí trabajamos, vivimos, luchamos, disfrutamos: por ejemplo, los libros de maquetas en que cada uno escogía qué formato dar a su artículo.

Salvar el archivo fotográfico supone extraer un halo de vida de ese espacio derruido, de ese agujero negro de la reciente historia vasca. Patrimonio Cultural lo tendrá más fácil de lo que pensaba; las carpetas mantienen cierto orden y en general las imágenes están bien identificadas. Pero lo primero que habrá que hacer con ellas, admiten sus técnicos, será desinfectarlas. Como ocurre con las heridas que no terminan de cerrar, como ocurre con ‘‘Egin’’.