Ramón Sola

Borrell, un diplomático «hooligan» y mucho más

Solo mirando a estos últimos meses, el nuevo jefe de la diplomacia europea ha dado portazo en la televisión alemana, molestado a la «enemiga» Rusia, indignado con su banalización del genocidio de los indios americanos y protagonizado un Neymar en el Congreso. Pero no conviene caricaturizar a Josep Borrell.

Josep Borrell, en un mitin en Iruñea en 2004. (Jagoba MANTEROLA/FOKU)
Josep Borrell, en un mitin en Iruñea en 2004. (Jagoba MANTEROLA/FOKU)

Y es que dentro del «hooligan» español elevado a la categoría de jefe de la diplomacia europea por el acuerdo de este martes hay una mezcla del fallecido Rubalcaba y del renacido Sánchez: un político al servicio del Estado y un superviviente a reveses.

Lo que obviamente no anida dentro de Josep Borrell es un espíritu diplomático. Ni tampoco el «seny» al que aludía la pancarta con la que retornó a primera línea política en 2017, en las movilizaciones de Sociedad Civil Catalana, de la mano de los líderes de Ciudadanos Albert Rivera e Inés Arrimadas. Pero el caso es que Borrell siempre reaparece cuando el Estado lo necesita para el combate. Y lo hace en modo boxeo, no esgrima.

Desde ese retorno no ha dejado de acaparar polémicas, más allá del frente catalán, en el que uno de los episodios más sonado fue el «piscinazo» en el Congreso al denunciar que el diputado de ERC Jordi Salvador le había escupido al pasar, lo que se mostró falso. Pero el más potente políticamente fue el abandono del plató de la televisión alemana en el que no aguantó una serie de preguntas incisivas sobre el derecho a decidir de Catalunya y las cargas del 1-O. «Hay que pararles los pies», se jactó Borrell de su «espantada».

Que Borrell muestre una actitud chulesca en la pantalla tampoco tiene que ver con el entrevistador: en pleno «procés», en la víspera del Pleno del Parlament 10 de octubre, se mostró desconcertantemente impertinente en La Sexta, pese a que las preguntas de Antonio García Ferreras eran complacientes.

En una charla en una universidad madrileña a finales del pasado año, el ministro de Exteriores español volvió a sembrar la polémica al afirmar que en «en Estados Unidos lo único que hicieron fue matar a cuatro indios», banalizando así un genocidio en toda regla. Y poco después motivó una petición de explicaciones de la diplomacia rusa al calificar a este país como «nuestro viejo enemigo».

Barrena y Guadalajara

Formas al margen, este ilerdense de nacimiento pero afincado en Madrid (comenzó su carrera en el Ayuntamiento de Majadahonda en 1979 y ya era secretario de Estado cinco años después) es ante todo un furibundo jacobino. Y ello supone un plus para alcanzar altos cargos en la Europa de los estados; antes de esta nominación ya presidió el Parlamento Europeo entre 2004 y 2007.

Desde esa posición prohibió por ejemplo la entrada a Pernando Barrena, que como representante de la Mesa para el Acuerdo constituida en Euskal Herria para abrir vías de resolución iba en diciembre de 2005 a realizar allí una serie de contactos políticos. Caprichos del destino, el pasado 26M ambos han sido elegidos eurodiputados, uno por EH Bildu dentro de la coalición Ahora Repúblicas y otro como cabeza de lista del PSOE.

Borrell justificó aquel veto en la atribución de relación entre Batasuna y ETA que sustentaba la ilegalización. Sin embargo, no había tenido empacho en acompañar en 1998 hasta la puerta de la cárcel de Guadalajara a José Barrionuevo y Rafael Vera, condenados por los GAL. Felipe González les dio el último abrazo, pero tanto Borrell como el entonces líder del PSOE, Joaquín Almunia, estuvieron también en primera línea. «La solidaridad con estos compañeros va irrenunciablemente unida a nuestro proyecto de futuro», dijo en aquel tiempo el próximo jefe de la diplomacia europea.

Hasta entonces, Josep Borrell había sido noticia en Euskal Herria sobre todo por su impulso al cuestionado proyecto del pantano de Itoitz, desde el Ministerio de Obras Públicas que lideró entre 1991 y 1996, los años claves del conflicto. Lo dejó justo después del sabotaje que cortó los cables y paró las obras un año, tras llamar «comando» al grupo de solidarios y sentenciar que «esto ya es un problema de orden público, no ecológico».

Hombre de Estado

Por debajo o por encima de lo anterior, la trayectoria de Borrell muestra su condición de hombre de Estado. Cuando se consume su nueva responsabilidad, que lleva aparejada la vicepresidenta de la Comisión, pondría la guinda a un curriculum en el que ha sido de todo y en muy diferentes áreas (primero Hacienda, luego Obras Públicas, más tarde Exteriores...). Constan sus buenas relaciones con la Monarquía (se asegura que fue Felipe de Borbón quien instó a Pedro Sánchez a hacerle ministro de Exteriores) y también con PP o Cs, hermanados en el frente anticatalán. Ello le sitúa en una posición y una escala muy similares a las del recientemente fallecido Alfredo Pérez Rubalcaba.

Otros lo comparan con Sánchez por la resiliencia mostrada en esta carrera. Igual que el presidente español, ha tenido victorias internas épicas y resurrecciones inesperadas. En 1998 ganó las primarias del PSOE para ser candidato al Gobierno español frente al aparato que apostaba por el entonces secretario general, Almunia (55% y 45% respectivamente), si bien renunciaría antes de las elecciones de 2000 por el fraude fiscal de un colaborador. De ahí Borrell saltaría a Europa, de Europa a las «puertas giratorias» (consejo de administración de Abengoa en 2009) y de estas a Catalunya cuando el interés de Estado lo requirió de nuevo, para escalar nuevamente primero a Madrid y luego a Bruselas.

Inmigración, Rusia, Irán, Estados Unidos o Venezuela son algunas de las carpetas que tendrá delante Borrell, en una tarea diplomática que habitualmente exige finura y no puños. Dará que hablar seguro. Pero mejor no tomárselo a broma.