«A través de Alfons Quintá podemos conocer la ‘cara B’ del régimen del 78»
En diciembre de 2016, el periodista Alfons Quintá, primer director de TV3, mató a su pareja y después se suicidó. Un suceso que conmovió a Jordi Amat (Barcelona, 1978) hasta el punto de comenzar una indagación sobre el personaje que dio lugar a “El hijo del chófer”.

Alfons Quintá fue un personaje tóxico, un manipulador que se sirvió del periodismo para intentar consumar sus afanes de venganza. Jordi Amat se sirve de él para ofrecernos la cara oculta del "régimen del 78" y para profundizar en las relaciones de poder que fueron configurando el tablero político catalán y estatal.
No sé si vale mucho la pena intentar definir “El hijo del chófer” atendiendo a su naturaleza literaria, pero ¿se trata de una novela? ¿De una biografía?
Yo me planteé el libro como una novela de hechos reales, un género que me interesa mucho. Antes de esta yo ya había escrito alguna biografía más ortodoxa, pero me parecía que ese no era el registro adecuado para abordar un personaje como Alfons Quintá y que su vida se prestaba más a una novela.
Cada vez más autores echan mano de la narrativa para explicar episodios de la historia reciente. ¿Cree que la literatura arroja luz ahí donde la historiografía no alcanza?
La narrativa te permite arriesgar más moralmente. El historiador no está acostumbrado a fijarse en detalles concretos, de esos que acaban por revelarte un mundo, aunque yo, en mi caso, he trabajado siguiendo las mismas pautas que un historiador, cotejando documentos públicos y privados y contrastando fuentes diversas. Pero en la novela hay una suerte de verdad literaria que es la que te permite llegar allí donde el historiador no llega. Al final, “El hijo del chófer” es una obra híbrida y me gusta pensar que ese carácter es el que confiere interés al libro.
También, supongo que hay determinados personajes, como Alfons Quintá, cuya magnitud tiene, sí o sí, que explicarse atendiendo a esos perfiles tan propios de la ficción.
Claro porque, en el caso de Quintá, la malignidad del personaje es tan profunda que daba mucho juego literario. Su excentricidad te permite penetrar por grietas de la historia reciente de Catalunya a las que, de otro modo, sería muy difícil acceder.
¿Cómo llega usted a él y como empieza a perfilarse esta obra?
Leyendo las memorias de Juan Luis Cebrián me llamó la atención esa escena que él sitúa en un restaurante donde, según cuenta, emisarios de Jordi Pujol presionaron al director y a la propiedad de “El País” para que se deje de informar del caso Banca Catalana. Según Cebrián, permitir esas presiones, que terminaron con la salida de Quintá de la redacción de “El País” en Catalunya, fue el mayor error periodístico de su carrera. Cuatro días después de leer esto, a finales de 2016, me topo con la noticia de que Alfons Quintá mata a su mujer y se suicida. Eso hizo que me interesara por el personaje y cuando me dirigí a la fundación Josep Plá para saber si tenían documentación sobre él, porque sabía que los Quintá habían formado parte del mundo de Plá, me mandaron la carta que él redactó cuando tenía 16 años chantajeando a Plá. En ese momento sentí que me encontraba ante una figura fascinante. Inicié un trabajo de investigación sobre que terminó por conducirme a otros territorios. Lo que tenía que haber sido un libro sobre Quintá terminó por ser una reflexión sobre la España del 78 y sobre la mecánica del poder.
Según usted va describiendo a Quintá aparentemente se trata de un sociópata; sin embargo, también parece ser alguien muy consciente de sus actos cuya motivación parece ser siempre la venganza.
Yo no sé si él llegó a actuar en algún momento siguiendo una hoja de ruta, pero lo que sí es verdad que se trata de un personaje que acumuló poder y que, cuando lo tuvo, lo usó para vengarse. Puede que el periodismo, en su caso, fuese una coartada porque, acogiéndose a esa obligación moral que tiene el periodista por sacar a relucir la verdad, a él el ejercicio de su profesión le permitió vengarse de todos sus fantasmas, que eran infinitos. En primer lugar, de su padre, con el que tenía una obsesión enfermiza. A mí nunca me ha interesado el psicoanálisis como propuesta de interpretación, pero en este caso va perfecto para intentar entender la conducta tan anómala que tuvo este tipo a lo largo de su vida que parece guiada, como dijo alguien que le conocía muy bien en un artículo, por el deseo de matar al padre y todo lo que él representaba.
Desde el momento en que le sitúa en el centro del relato histórico da la sensación de que usted confiere al personaje un valor ejemplar a la hora de definir lo que fueron las relaciones de poder en el tablero político catalán y en relación con el Gobierno de Estado.
Quintá es interesante en la medida en que es un caso extremo. Su personalidad te permite colocar una lente de aumento tan bestia sobre el período histórico del que fue protagonista que, de repente, comienzas a ver cosas que han estado ahí ocultas, entre bambalinas. Porque el poder político siempre que se deja ver es para ofrecernos su cara amable, mientras que el poder financiero lo que intenta es justamente no dejarse ver. Alfons Quintá mantuvo una relación obsesiva con sus fuentes y sometió a estos poderes a un marcaje estrecho y luego, aparte, siempre dispuso de tribunas determinantes. Primero en la radio, donde durante los últimos años del franquismo lideró las emisiones informativas en catalán; después como cabeza visible de “El País” en Catalunya y, finalmente, como impulsor y primer director de TV3. Eso es lo que permite que, acercándote a su figura, puedas tener acceso a ese entramado de intereses y presiones que se dieron entre poder político, poder financiero y medios de comunicación durante aquellos años configurando lo que después se ha dado en llamar “régimen del 78”; un régimen donde se naturaliza, ya desde sus inicios, la existencia de prácticas corruptas en la sombra. A través de la experiencia de Quintá podemos conocer la “cara B” de dicho régimen.
De ejercer de azote periodístico de Jordi Pujol a ser fichado por este para poner en marcha TV-3, muchos fueron los que acusaron a Quintá de, a partir de un determinado momento, venderse al poder. ¿Fue así?
La leyenda urbana que aún hoy persiste es que Quintá accede a ese cargo chantajeando a Pujol. Sin embargo, reconstruyendo con bastante precisión la cronología de esas fechas, lo que ocurrió es que Quintá estaba convencido de que le iban a nombrar director de la edición catalana de “El País” pero acabó siendo descartado por Cebrián y Polanco. Eso hizo que, como tantas otras veces a lo largo de su vida, al sentirse herido, Quintá comenzara a alimentar deseos de venganza. Unos deseos que Pujol, que era inteligentísimo, detectó enseguida y eso hizo que aprovechase para incorporarlo a su entorno de confianza. Además sabía de la ambición de Quintá por ser el periodista más influyente de Catalunya y eso hizo que Pujol pensase que era el hombre idóneo para lograr lo que para él era el principal objetivo de aquella primera legislatura: tener una televisión autonómica de muchísima calidad.
En todo caso, parece que las relaciones entre medios de comunicación y poder político, tanto en Catalunya como en el resto del Estado, fueron dominadas por el servilismo y la ocultación. Por el antiperiodismo, en definitiva. ¿De aquellos polvos estos lodos?
Hace poco estaba leyendo la biografía de Pérez Rubalcaba escrita por Antonio Caño, que fue director de “El País”, En un momento del libro, el autor comenta que hay un lazo que une la Constitución del 78, el PSOE y el diario “El País”. Ese vínculo, que en su momento pudo ser constructivo, creó sin embargo, en lo que respecta al periodismo, una falta de exigencia deontológica que, en la medida en que el régimen del 78 se ha ido degradando, mostrando una capacidad de regeneración escasa, ha contribuido también a su corrosión. Porque, al mismo tiempo, el poder político y determinadas élites económicas se sirvieron de ese vínculo para crear un espacio no ya de ambigüedad sino de opacidad. Y en esa opacidad creció la corrupción. Si hemos tardado tiempo en ver todo este entramado es porque el periodismo no ejerció su función hasta sus últimas consecuencias.
¿Se esperaba el impacto que está teniendo el libro? ¿A qué lo atribuye?
No, para nada. Sabía que el tema y el personaje eran lo suficientemente extremos como para llamar la atención, pero tenía miedo de que el libro se percibiera como una aproximación a un suceso trágico, aunque sin ese suceso, sin el crimen machista que perpetró Quintá y su posterior suicidio probablemente, yo no habría comenzado a interesarme por el personaje. Lo que sí tenía claro es que se trataba de un libro que podía generar discusión y así ha sido hasta el punto de ser una obra que ha intervenido en el debate público. Yo creo que se debe a que muchos periodistas se han sentido interpelados, sobre todo quienes convivieron con él, lo que les ha empujado a llevar a cabo un cierto examen de conciencia. Pero, al mismo tiempo, se trata de un libro que facilita una determinada relectura sobre el despliegue de la democracia en Catalunya.

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