
El 31 de diciembre de 1936, Miguel de Unamuno murió de forma repentina en su casa de Salamanca. La guerra del 36 se encontraba en su pleno apogeo y la ciudad universitaria fue transformada en centro de operaciones de Prensa y Propaganda de las tropas franquistas, con Millán Astray a la cabeza.
La llamada versión oficial de la muerte de Unamuno se asemeja a un cuento de Navidad dickensiano, con nieve y frío en el que un joven falangista va a visitar a un viejo y solitario cascarrabias para hacerle compañía la tarde de Nochevieja y, durante su encuentro, este último discute, protesta y se lamenta por la situación de un país asolado por la guerra. Pero al final tiene una revelación, recupera su fe en Dios y en las bondades de la Falange y muere plácidamente el último día del año, mientras en un primer plano vemos arder una humilde zapatilla de andar por casa sobre las cenizas de un brasero, símbolo del hogar y de un nuevo y terrible regimen que ya asomaba por el horizonte.
Esta secuencia que figuró como versión oficial de la muerte de Unamuno inspiró una inevitable pregunta: ¿Fue así como murió?
Dicha cuestión es el punto de partida de ‘La doble muerte de Unamuno’, una obra a caballo entre la crónica y la reflexión, la indagación histórica y biográfica y la recreación literaria que lleva la firma del realizador malagueño Manuel Menchón y el escritor y profesor de literatura española Luis Jambrina.
En su declaración de intenciones, ambos creadores coinciden en afirmar que «Unamuno fue víctima de una muerte simbólica que puede considerarse peor que la primera. Al parecer no bastaba con que hubiera fallecido y su voz se hubiera apagado. Tenían que requisar su cadáver y tergiversar su palabra. Que, hipotéticamente, acabaran con él podría calificarse de algo injusto y cruel. Que, además, secuestraran su memoria y su personalidad resulta especialmente trágico y doloroso para alguien como Unamuno, ya que de esta forma le estaban arrebatando algo más preciado que la vida, aquello por lo que había luchado durante toda su existencia y a lo que había consagrado sus obras: la manera en que sería recordado».
Por ello, ‘La doble muerte de Unamuno’ apuesta por ser una investigación en torno a las oscuras y sospechosas circunstancias que rodearon la muerte del intelectual vasco. Su punto de partida es la exhaustiva investigación llevada a cabo para la realización de la película documental ‘Palabras para un fin del mundo’, dirigida el propio Manuel Menchón y en el que colaboró Luis Jambrina.
Nuevas pruebas documentales
Esta obra escrita surgió, en palabras de Menchón, «con el propósito de ampliar lo filmado, profundizar en ella e ir más allá en la reveladora historia sobre la misteriosa muerte del pensador, aportando más pruebas documentales para evidenciar que el final de Unamuno no fue como nos lo contaron, porque la Historia siempre la narran los vencedores».
Por su parte, Jambrina añade que «la práctica totalidad de los biógrafos y estudiosos de Unamuno se atiene a la versión oficial. Tan solo algunos muestran ciertas reticencias, pero casi nadie ha cuestionado el relato ni se ha molestado en verificarlo o en tratar de investigar lo que verdaderamente sucedió».
En su exposición, el escritor añade que «tras evidenciar muchos cabos sueltos en el relato oficial, el objetivo de la obra es intentar desenterrar y recuperar la memoria de la muerte de Miguel de Unamuno hasta donde sea posible. Más que defender una hipótesis o buscar una síntesis, lo que planteamos es una antítesis, algo, por lo demás, muy unamuniano. Se trata, en última instancia, de provocar el debate y la reflexión desapasionada sobre un asunto polémico».
El resultado del ensayo es un contrarrelato que en palabras de Menchón «por un lado, desmonta y desenmascara la versión oficial de los hechos, construida sobre el relato del único testigo, y, por otro, demuestra que Unamuno fue objeto de una operación propagandística por la que los sublevados pretendían apropiarse de su figura y secuestrar su memoria y su legado».
En sus conclusiones, Jambrina recuerda que «la doble muerte de Unamuno lo ha convertido en un símbolo de la defensa de la cultura frente a la barbarie y de la lucha por la libertad de la palabra. Se nos viene a sugerir que la muerte de Unamuno fue apacible y tranquila, doméstica y burguesa, sin agonía y sin épica, como una vela o una bombilla que se apaga de repente; una muerte, por tanto, impropia de un hombre agónico y valiente que se pasó la vida luchando contra todo y contra sí mismo. Un final antiheroico, en definitiva, carente de grandeza y heroísmo, que, en lugar de redimirlo y rehabilitarlo ante los demás, lo confirmaba en su condición de traidor a la República y lo convertía para siempre en algo que nunca fue y que siempre combatió, un filofascista».

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