
Desde inicios de este año, el número de noticias falsas o engañosas verificadas por la AFP en relación a la disputa electoral fue en aumento, llegando a multiplicarse por más de cuatro en el periodo de enero a junio.
«Los contenidos sobre las elecciones pasaron a ocupar ese espacio [antes dominado por la pandemia de covid-19], ganando preponderancia», señala Sérgio Lüdtke, coordinador de Comprova, un proyecto de verificación colaborativa formado por 42 medios de comunicación, incluida la AFP.
Una tendencia que en 2022 añade matices, con nuevas redes sociales y una desinformación cada vez más compleja. «La pandemia probablemente fue un periodo de prueba para estos grupos» que comparten desinformación, «lo que terminó convirtiéndola en un asunto político», apunta Lüdtke.
La desinformación adquirió con el covid-19 «una nueva forma que permea la política, la economía y la ciencia», coincide Joyce Souza, especialista en Comunicación Digital de la Universidad de Sao Paulo.
Los contenidos sobre los comicios viralizados se centran principalmente en la desconfianza en el sistema electoral, planteando dudas sobre las encuestas y la votación electrónica.
Esta última se implementa en todo el país desde 2000 con el objetivo de evitar el fraude, algo que ha puesto en duda –sin pruebas– el presidente Jair Bolsonaro, quien aboga por la impresión de los votos, con contaje público.
El propio mandatario ultraderechista, quien buscará la reelección, también es foco de desinformación, al igual que el expresidente izquierdista Lula (2003-2010).
El último sondeo del 23 de junio del instituto Datafolha otorga un 47% de la intención de voto a Lula y 28% a Bolsonaro en la primera vuelta del 2 de octubre.
Mecanismos sofisticados
Los comicios presidenciales de 2018 fueron una muestra de la capacidad de multiplicación de las publicaciones falsas y engañosas, con potencial de impactar en el electorado brasileño.
Sin embargo, aquellas podían verificarse más fácilmente con información de fuentes confiables. «Lo que vemos hoy son contenidos que no son necesariamente falsos en sí mismos, pero que llevan a interpretaciones engañosas», matiza Lüdtke.
Así sucedió con un tuit en mayo que ponía en duda la credibilidad de una encuesta de intención de voto por haber entrevistado «solamente» a unas 1.000 personas.
Aunque los datos eran correctos, la conclusión no lo era, dado que una muestra de este tamaño es suficiente para hacer inferencias estadísticas, explican a la AFP especialistas en esta materia.
Estrategias como esta dificultan la verificación de la información y, con frecuencia, hacen que el contenido distorsionado se transmita más fácilmente, especialmente cuando busca despertar emociones, explica Souza.
«Una de las estrategias del complejo escenario de la desinformación es generar dudas en el usuario de las redes, mezclando tanto las cosas que este ya no sabe en quién confiar», resume Pollyana Ferrari, especialista en Comunicación y coordinadora de la red PUC Check.
Más plataformas
Desde las elecciones de 2018 algunas plataformas han ganado popularidad entre los brasileños, como Telegram y las aplicaciones de video TikTok y Kwai, que permiten difundir contenido visual velozmente, con ediciones simples.
Sucedió con un video que parecía mostrar a los hinchas de la selección brasileña gritando «Lula, ladrón» en un estadio repleto. Las imágenes fueron vistas más de 100.000 veces en solo una de las publicaciones, que preguntaba: «¿Este es el líder de las encuestas?». Pero el audio había sido cambiado con una herramienta de edición de TikTok.
Para Ferrari, este tipo de uso de TikTok es uno de los sellos distintivos de la ola de desinformación actual, ya que las acusaciones adquieren apariencia de entretenimiento.
«Como un virus, el ‘fake’ contamina los oídos, distorsiona la visión, se instala en la mente y se esconde en la risa del meme, que siendo tan inofensivo termina siendo un vector de transmisión de desinformación», explica.
El Tribunal Superior Electoral indicó en un documento reciente que «la información falsa o descontextualizada afecta los juicios de valor, haciendo que las personas decidan en base a percepciones erróneas de la realidad».
Souza cree que estos contenidos «destruyen el debate racional en la sociedad y hacen prevalecer el odio sobre el debate público».
Esta desinformación sofisticada, concluye Lüdtke, tiene un efecto perdurable que «probablemente permanece en varios sectores de la sociedad».

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