Josep SOLANO

Frutas, carnes y pescados de Fukushima, de adorados a evitados

Los productos agrícolas de la región de Fukushima fueron siempre muy apreciados por su gran calidad y sus deliciosos sabores. Desde el accidente nuclear, y todavía hoy, los productos de la región continúan siendo relegados a pesar de ser más económicos.

Agricultores, ganaderos y pescadores de la fértil prefectura de Fukushima llevan casi doce años sufriendo la brutal caída de la demanda de sus apreciados productos.
Agricultores, ganaderos y pescadores de la fértil prefectura de Fukushima llevan casi doce años sufriendo la brutal caída de la demanda de sus apreciados productos. (Josep SOLANO)

El terremoto y posterior tsunami que provocó el grave accidente de la central nuclear de Fukushima no solo impactó en el área estrictamente afectada por la radiación, sino que toda la prefectura, e incluso regiones limítrofes, se vieron afectadas por el desastre. Esta área del nordeste de Japón tenía una bien merecida fama por su agricultura, conocida desde la antigüedad como una de las principales regiones productoras de arroz del país y también por el apelativo de «El Reino de las Frutas». El propio nombre de Fukushima significa «isla de la buena fortuna», pero hace casi doce años la fatalidad llegó, sobre todo, para los agricultores, ganaderos y pescadores de la zona.

Bendecida abundantemente por la naturaleza con un suelo fértil y abundantes recursos hídricos, la prefectura de Fukushima era muy famosa no solo por su arroz, sino también por frutas como melocotones y fresas, así como por su ganadería y su pesca. El accidente nuclear lo cambió todo y la demanda de sus apreciados productos cayó en picado. Las prohibiciones para la distribución de productos sospechosos de estar contaminados por radiación y el daño a su reputación frenaron el consumo de alimentos de la zona y muchos países impusieron restricciones a su importación, lo que conllevó una disminución de las exportaciones de la prefectura.

A pesar de que todos los productos agrícolas, ganaderos y pesqueros de la región fueron sometidos a estrictos controles, tanto el volumen de ventas como su precio cayeron en picado ya que, además de las restricciones a la exportación, los japoneses no querían alimentos procedentes de Fukushima. El volumen de ventas y el precio del arroz y de los melocotones bajó notablemente hasta 2016 para, posteriormente, ir aumentando de forma progresiva, aunque los precios se mantienen en torno a un 10% más bajos que los de otras prefecturas. Lo mismo ocurre con la carne de la raza bovina wagyū, que pasó de ser una de las más adoradas a ser evitadas tanto en mercados como en restaurantes de Tokio.

Más 55 países o regiones de todo el mundo impusieron restricciones a las importaciones de alimentos de Japón y, aunque ahora muchos las han derogado o suavizado, los prejuicios de los consumidores siguen ahí. A pesar que EEUU levantó todas las prohibiciones en septiembre de 2021 y anunció que diez años de muestreo de los productos alimenticios nipones habían llevado a la determinación de que las importaciones del país no representaban apenas riesgo para los consumidores, y que la Unión Europea también relajó después sus restricciones, eso no ayudó a que muchos campesinos y ganaderos de la región retomaran su actividad.

«Arigatō» por Arigatō

Pero no todo el mundo bajó los brazos: Atsushi Suzuki, un emprendedor de la localidad de Koriyama, se rebeló contra unas circunstancias impuestas y decidió luchar contra la adversidad. En 2016 abrió las puertas de Arigatō, un restaurante de inspiración italiana con carnes y verduras locales que ha sido reconocido como una de las mejores iniciativas individuales de la región. Arigatō nació con el objetivo de ayudar a los agricultores y productores locales y para restaurar el orgullo por los productos alimenticios de la región.

Suzuki, que luce siempre una enorme sonrisa, explica a GARA que al ofrecer comidas elaboradas con una gran cantidad de ingredientes cultivados o producidos en Fukushima, el restaurante actúa como un puente entre los agricultores y ganaderos y los consumidores, lo que ayuda a promover los productos alimenticios de la región. «Espero que los clientes puedan estar tan orgullosos de estas deliciosas verduras como sus productores», afirma Suzuki que desea que cada arigatō (gracias) de los clientes «haga sonreír a los productores y haga que su arduo trabajo tenga sentido».

Una de las fincas que abastece a Arigatō es la de Hideyo Otake, un productor local que muy pronto se puso en contacto con Suzuki para conocer con más detalle el proyecto. Otake, que cultiva alrededor de cien tipos de hortalizas cada año utilizando solo fertilizantes orgánicos y sin agroquímicos, no dudó un segundo en sumarse a la iniciativa.