
Morí en la pobreza, pero no caí en el olvido. Dicen que, todavía tras mi muerte, en Iruñea a las gatas les llamaban Remigia. Se me recuerda por practicar una actividad impropia para una mujer a finales del siglo XIX: dar pasos sobre un alambre. Dicho así puede parecer poca cosa, pero me hizo especial y, sobre todo, me hizo sentirme libre como un cohete. Así crucé, a varios metros de altura y con centenares de ojos mirándome, el Arga, la plaza del Castillo y la plaza de toros, en las que estos días me podréis imaginar. También me lucí en el Ebro, en la plaza de toros de Gasteiz, en la ría de Bilbo, y, según dicen, hice una gira europea y hasta crucé las cataratas del Niágara. Ahí queda eso.
El funambulismo fue mi ganapán y me fue bien hasta que la cosa se torció. Haciendo acrobacias en Ondarru con una silla a 15 metros del suelo caí al vacío y me rompí varios huesos. Estuve retirada durante cuatro años. El cabrón de mi marido se gastó todo el dinero que había ganado en el alambre y me jodió la vida, por lo que, segundo deseo imposible, me gustaría encender la mecha de otro cohete más grande y mandarlo lejos, a la luna, pero a la cara oculta, para no verlo más.
Casi cien años después de mi muerte, el Ayuntamiento puso mi nombre a una calle en Ezkaba en la que vive gente humilde y buena, y las pasarelas del Arga llevan mi nombre artístico, Mademoiselle Agustini. Por algo me llamaban «la Reina del Arga». Hasta ha habido una obra de teatro sobre mí. Algunas pensaréis que, con tanto homenaje a mi persona, otras merecen más el honor de lanzar el txupinazo. Tal vez tengáis razón. Pero no me miréis a mí por querer tirarlo. También quiero que haya más calles y plazas con nombre de mujer y más mujeres dando inicio a los sanfermines. El siguiente me toca a mí. La obispa milenaria y el mono fumador podrán lanzarlo más adelante. O sea que sí: soy Leona Remigia Echarren Aranguren, aka Mademoiselle Agustini, Reina del Arga, de las alturas y de la maroma y quiero presentar mi candidatura imposible a lanzar el txupinazo.

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