Un cohete por mi reino
Estoy cansada de recibir reveses, así que yo, Catalina de Foix, la reina de Navarra que sufrió la conquista de 1512, necesito llevarme una alegría al cuerpo y qué mejor que lanzar el txupinazo.

A pesar de ser soberana de Navarra, mi vida no fue nada fácil. Con el reino siempre amenazado por nuestros expansionistas vecinos españoles y franceses, hice auténticos equilibrios diplomáticos para evitar una conquista que terminó produciéndose en aquel fatídico julio de 1512.
Por si no era bastante, más recientemente los herederos del duque de Alba me arrebataron la avenida que el Gobierno del cambio me había dedicado en Pamplona en sustitución del Ejército español, precisamente el que me privó de la mayor parte del reino.
Así que a estas alturas de la copla, estoy más que harta. Toda una vida dedicada a mantener y defender la independencia navarra, de parto en parto hasta tener 14 hijos, aguantando al canso del conde de Lerín día sí y día también, al buitre falsario de Fernando el Católico, al Papado vendido por 30 monedas al más poderoso... ¿No va siendo hora de llevarme una alegría al cuerpo?
Y después de haber sido coronada en la catedral, con toda la pompa y el boato de semejante acto, izada en el pavés al grito de «Real, real, real», lanzando monedas a mi querido pueblo para celebrarlo, mientras escuchaba canciones en euskara que propugnaban una paz que nunca terminó de llegar, me parece que el mejor momentico sería lanzar el txupinazo.
Sería maravilloso oler pólvora con un agradable componente festivo, no como la de los cañonazos del maquiavélico Fernando de Aragón, del sanguinario coronel Villalba o del inquisitorial cardenal Cisneros, que solo buscaban sembrar muerte y destrucción entre las buenas gentes del reino.
Después de volver a ser la protagonista de una gran fiesta en esta gloriosa ciudad mediante el lanzamiento del cohete en honor a nuestro querido obispo San Fermín, ya solo faltaría que trasladaran mis restos desde la catedral de Lescar, en Bearne, a la seo pamplonesa para ser enterrada en sus sagradas entrañas, como dejé por escrito en mi testamento a modo de última voluntad.
Con el txupinazo lanzado y yaciendo en mi querido y siempre recordado suelo navarro, por fin podré descansar en paz.

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