Es cine de bolsillo para ver en pantalla grande. El guionista Peter Straughan, experto adaptador (de John Le Carré en ‘El topo’, de Jo Nesbø en ‘El muñeco de nieve’), ha concentrado en dos horas de película el sabor intenso de las buenas novelas de intriga. ‘Cónclave’ siembra y cosecha los frutos del suspense, engrasando las maquinaciones escritas por Robert Harris siempre con respeto por el interés del espectador. La dirección de Edward Berger, cronista mañoso en ‘Sin novedad en el frente’, apuesta aquí a una doble distancia. Por un lado, el retrato incrédulo de un universo ritualístico algo por encima de lo humano, donde las liturgias y ropajes del cónclave dan viñetas cercanas al gabinete de curiosidades de ‘The Young Pope’ o al pictorialismo barroco de las propias bóvedas del Vaticano.

Por otra parte, lo que fácilmente podría quedar como un divertido juego de púlpitos se contrapesa con el dibujo cuidadoso de la psique de su reparto de hombres buenos. Empezando por Ralph Fiennes, que sostiene toda la dimensión dramática del film sobre sus hombros. Digno de Oscar, Fiennes logra equilibrar el rigor (escéptico o mortuorio) de una ceja arqueada con los ojos permanentemente llorosos de un cardenal nacido de entre las crisis de fe de Robert Bresson. Complejidad y hondura, casi vida propia para esta «peliculita sobre curas» que aspira a ser mucho más. Lo intuimos con la pregunta al mundo que entreabre el giro final: una revelación valiente que, por desgracia, solamente se esboza.