Vuelco geopolítico en Oriente Medio: Quién gana y quién pierde...
Lo que no había logrado un año largo de genocidio de Gaza, tres meses de guerra a Líbano e innumerables provocaciones de Israel a Irán lo ha logrado la alianza islamo-yihadista que en once días ha arramblado con el régimen sirio. Estamos ante un vuelco geopolítico de dimensiones desconocidas.
Todo acontecimiento, más si se trata del final de un régimen de 54 años y al que algunos actores decidieron mantener artificialmente con vida desde hace casi tres lustros, tiene ganadores y perdedores, aunque estas son unas categorías que, en geopolítica, como en la vida real, son un tanto resbaladizas.
Con los perdedores está bastante claro. Ahora todo el mundo, incluido el que esto firma, habla y escribe como si este desenlace estuviera cantado. No augurábamos lo mismo hace doce días –algunos ni hasta antes de ayer–.
Irán es el gran perjudicado. Su eje de la resistencia ha sufrido tal golpe que se espera que mañana su líder supremo, el ayatollah Ali Jamenei, comparezca públicamente por primera vez desde el magnicidio en octubre del líder de Hizbulah, el jeque Hasan Nasrallah.
Ah, eso sí, Teherán ha urgido a que sean los sirios los que decidan sobre su futuro. Hace 14 años decidió lo contrario y apuntaló a un régimen agonizante.
El Partido de Dios libanés, es el otro gran damnificado y advierte de una etapa de «transformación peligrosa». No le falta razón por partida doble. Y porque, pese a que puede centrarse militarmente en la agresión de Israel, su posición hoy es todavía más débil, interna y externamente, que cuando fue descabezada en setiembre.
Los no menos rigoristas huthíes (zaydíes, chiíes) de Yemen tienen que estar igualmente preocupados. Pese a que siguen amenazando el paso por el estratégico estrecho de Ormuz, el desenlace sirio podría activar la guerra de Yemen. Sin el apoyo de Teherán, sus días en el poder en Sanaa están contados.
Está por ver si la situación en Siria convence a Trump para dejar de apoyar a los kurdos o si, al contrario, le fuerza a mantener una pica en Flandes.
Irán podría asimismo perder pie en Irak, donde tanto el Gobierno como el movimiento chií pero no alineado con Irán de Moqtada al-Sadr frenaron los planes de las milicias pro-iraníes para acudir a salvar a un régimen, el sirio, que daba sus últimos estertores. Habrá que ver cómo aguanta el protectorado iraní en Bagdad.
Rusia evidencia sus limitaciones –evidentes en Ucrania– y ha izado la tricolor de la revolución siria a ver si le dejan mantener sus bases militares aérea en Lataquia y mediterránea en Tartus, ambas en Siria. Va lista.
El bando de los vencedores Destaca, sobre todos ellos, Turquía, que le ha ganado a Rusia una batalla geopolítica en una guerra que dura siglos. La victoria de Turquía será derrota para los kurdos pero está por ver si el HTS está tan domesticado por Ankara como el que fuera opositor Ejército Sirio Libre.
Israel ríe, pero puede encontrarse con una Siria islámica más contestataria que el ruido y las pocas nueces del régimen de los Al-Assad.
Junto a los kurdos, son los sirios, y los árabes, los que nos importan.
Sería un drama que los sirios vieran truncarse sus ansias de cambio por rigorismos arcaicos o por luchas intestinas y cainitas entre facciones.
Y sería un nuevo invierno para los pueblos árabes, que atisban, tarde, que el cambio puede ser posible y que los sátrapas de El Cairo, Manama (Bahrein), Ryad, Rabat y, por qué no, Argel, duermen hoy más nerviosos.
Los ciclos de la historia son largos. Les toca ya.