Las consecuencias económicas del rearme de Europa
La llamada a «rearmar Europa» de Von der Leyen ha sido acogida con entusiasmo por los líderes europeos y ya se anuncian inversiones millonarias que aumentarán los beneficios de la industria militar. El reverso del plan es la jibarización del estado de bienestar y el auge de la extrema derecha.

La bronca entre Volodímir Zelenski y el equipo de Donald Trump en el despacho oval de la Casa Blanca el 28 de febrero se ha traducido rápidamente en una llamada a «rearmar Europa» pronunciada por Ursula von der Leyen cuatro días más tarde. El llamamiento iba acompañado de un plan de cinco puntos.
El primero era crear una línea de préstamos de 150.000 millones, respaldada por el presupuesto europeo y dirigida a los Estados miembro que la podrán utilizar para compras de armamento, principalmente, defensa antiaérea, misiles, drones, proyectiles de artillería, etc. El segundo punto plantea flexibilizar las reglas de control del déficit y deuda pública que permitirá a los Estados incrementar el gasto militar en 1,5% del PIB, lo que en cuatro años supondrá sumar 650.000 millones. El tercero recoge la posibilidad de modificar el presupuesto comunitario, reorganizar el gasto y destinar a la industria militar parte de los fondos para programas de cohesión, así como eliminar las restricciones para apoyar a las empresas del sector defensa. El cuarto propone cambios para aumentar la contribución del Banco Europeo de Inversiones a la financiación de la industria militar, algo que tiene prohibido, pero que hasta ahora esquivaba invirtiendo en tecnologías de «uso dual», esto es, civil y militar. Y el último punto consiste en atraer al programa «miles de millones de ahorros europeos».
En los cinco puntos recogidos en el párrafo anterior está definido todo lo que los neoliberales decían que era imposible hacer para salvar la industria –la no militar, por supuesto– o para consolidar el estado de bienestar o para mejorar las pensiones. Cuando se trata del gasto militar no hay problema en relajar las reglas del déficit, modificar el presupuesto para que los fondos de cohesión destinados a proyectos medioambientales y redes transeuropeas se destinen a armamento o para que haya participación pública en la industria militar. Un cambio que vuelve a poner sobre la mesa la naturaleza política de todas esas reglas que se presentaban como económicas.
La ausencia de plan
El rearme de Europa plantea un nuevo giro en las prioridades. Hace unos meses era la transición energética, las baterías eléctricas, las tierras raras, los aranceles a los automóviles chinos, etc. Más tarde con la irrupción de DeepSeek, la inteligencia artificial se convirtió en la principal línea que había que fomentar y sobre la marcha se anunciaron planes para convertir a la Unión Europea en una potencia mundial en inteligencia artificial. Apenas se ha calmado el alboroto de la IA y aparece la militarización de Europa como prioridad. Da la impresión que en Europa están a la que salta y en realidad Bruselas no tienen ningún plan. La Comisión se limita a realizar anuncios respaldados por dinero, pero sin ningún proyecto sólido detrás.
Sin una concepción clara de la política de defensa, de la que la Unión Europea carece, lo más probable es que lo único que se consiga es que cada país gaste más
Además, para que el rearme funcione no es suficiente aumentar el gasto, hay que diseñar planes para que las diferentes piezas del puzzle encajen; todo lo demás es tirar el dinero. Al principio de la guerra de Ucrania se resaltaba que Rusia tenía el mismo PIB que Italia, poca cosa vamos, sin embargo, Moscú tiene una doctrina militar que establece objetivos y prioridades a los que su industria militar debe responder, lo que le ha permitido redirigir sus esfuerzos y adaptarse a una situación de guerra. Sin una concepción clara de cuál debe ser la política de defensa, de la que la Unión Europea carece, lo más probable es que si el plan de Von der Leyen se lleva a cabo, lo único que se consiga es que cada país gaste más.
Eso sí, los fondos públicos alimentarán la industria militar sin apenas control, la excusa de la seguridad lo convierte en un ámbito bastante opaco para la rendición de cuentas. Las grandes corporaciones militares ya están descontando los suculentos beneficios que lograrán. El índice Stoxx Aerospace & Defense ha subido un 5% esta semana y casi un 28% desde principios de año.
El estado de bienestar en peligro
En cualquier caso, no solo es el despilfarro de recursos, sino el efecto que va a tener el cambio de prioridades en la vida económica y social. El título de un artículo de Financial Times esta semana dejaba meridianamente claro el dilema: «Europa debe recortar su estado de bienestar para construir un estado de guerra». El autor, Janan Ganesh, recordaba una declaración de Angela Merkel en la que decía que Europa representaba el 7% de la población mundial, el 25% de la producción y la mitad del gasto social. En los trece años que han pasado desde que lo dijo se ha modificado algo la proporción, pero la esencia se mantiene: a juicio del autor, demasiado gasto social.
Todos ellos olvidan que el gasto social contribuye a generar riqueza y empleo, a veces incluso más que otros gastos como el militar; y es, además, mucho más útil. La obsesión por recortarlo no tiene que ver con la riqueza ni con el empleo, sino con la acumulación de beneficios en manos privadas: un recorte del gasto social amplía la posibilidad de acumular ganancias a las empresas privadas.
El artículo plantea diferentes vías de financiación de la economía de guerra y llega a la conclusión de que en cualquier caso el estado de bienestar debe retroceder, «no lo suficiente para que ya no lo llamemos por ese nombre, pero lo suficiente para hacer daño». Y aquí surge el problema: cómo lograr que la opinión pública esté de acuerdo con ese recorte. Según el autor, «el malestar crónico no es suficiente. Tiene que entrar un elemento de miedo real». Y Rusia se ha convertido en el espantajo que se les ha ocurrido a los dirigentes europeos para agitar el miedo. Han pasado de decir que iban a ganar a Rusia «en el campo de batalla» a proclamar, ahora que se han dado cuenta de que no pueden ganar, que Rusia es una «amenaza para Europa». Los belicistas dirigentes europeos asustan a la gente para hacer más digerible el programa de recorte social largamente acariciado por las élites europeas. Es decir, los mismos que pensaban derrotar a Rusia en el campo de batalla han visto ese traspié como una oportunidad para exprimir a sus propios ciudadanos.
El autor apunta otro argumento a favor del gasto en defensa como coartada para reducir el gasto social
Ganesh apunta otro argumento a favor del gasto en defensa como coartada para reducir el gasto social. Dice que «los recortes del gasto son más fáciles de vender en nombre de la defensa que en nombre de una noción general de eficiencia». Es decir, que es más sencillo convencer a la gente de que acepte algo que va contra su interés cuando se apela a cuestiones como la seguridad.
Extremismo y guerra
Ampliando el gasto militar y recortando el gasto social, solo van a seguir alimentando a las fuerzas de la extrema derecha. Los cuatro transportistas muertos esta semana en Fitero muestran lo miserables que se ha vuelto ya las condiciones de vida en la Unión Europea. Seguir recortando prestaciones solo puede agudizar el descontento que, a falta de una izquierda combativa, seguirá capitalizando la extrema derecha. Además, se necesitan fanáticos para guerrear. No basta con producir, la industria militar necesitará conflictos para que no pare la máquina de hacer dinero.
Estas conclusiones tampoco son nuevas. Hace más de 100 años algo parecido previó John Maynard Keynes en un ensayo sobre la conferencia de paz de París que puso fin a la Primera Guerra Mundial y que tituló "Las consecuencias económicas de la paz". Más valdría a todos esos belicistas europeos releer el libro antes de «retomar la carrera armamentística con Rusia» para «ganarla», como ambicionaba el primer ministro polaco, Donald Tusk, el pasado jueves durante la cumbre extraordinaria de la Unión Europea.

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