Alberto Pradilla

¿El fin de un género? Narcocorridos en el punto de mira

Los corridos han pasado de encabezar las listas de éxitos de México al miedo a la censura en menos de un mes. Un escándalo provocado por la exhibición de la imagen de un narcotraficante en un concierto en Jalisco terminó con amenazas de cárcel. La presidenta insiste en que no prohibirá el género.

El cantante mexicano Luis R. Conriquez durante un concierto en Miami el 23 de febrero de 2023.
El cantante mexicano Luis R. Conriquez durante un concierto en Miami el 23 de febrero de 2023. (Jason KOERNER | GETTY IMAGES NORTH AMERICA / AFP)

Lo que ocurrió el 11 de abril en el palenque de Texcoco, en el estado de México, fue insólito. Luis R. Conriquez, conocido como «el rey de los corridos bélicos», se vio obligado a abandonar el recinto sin terminar su concierto en medio de una lluvia de vasos y botellas.

Su negativa a cantar sus principales éxitos, relacionados todos con grupos del crimen organizado, enfureció a un público que había pagado por escuchar canciones en las que, en la mayoría de ocasiones, se vanagloria a los grandes carteles del país. Lo avisó horas antes a través de Instagram, pero nadie se lo tomó en serio. Hasta que lo reafirmó ante el público: «no habrá corridos». Y explicó que la decisión era contra su voluntad, que había nueva línea por parte del Gobierno, pero la gente no fue comprensiva.

Conriquez salió corriendo, el palenque (un espacio circular, más pequeño que una plaza de toros, donde tradicionalmente se pueden ver peleas de gallos o conciertos de música regional) quedó destrozado y se abrió el debate sobre la continuidad de un género que en los últimos años ha arrasado hasta el punto de superar al reguetón en las listas de éxito mexicanas.

¿Por qué un cantante decidiría pegarse un tiro en el pie y abandonar de la noche a la mañana la música que le llevó al éxito? No está claro. Se habla de presiones políticas, tanto en México como en Estados Unidos.

Además, el contexto general, con Donald Trump amenazando cada mes con imponer aranceles por el tráfico de drogas y el cruce de migrantes, tampoco ayuda.

En clave nacional, Claudia Sheinbaum está impulsando una nueva política de seguridad, con más detenciones, incautaciones y extradiciones a Estados Unidos. Aunque las cifras de homicidios han bajado, todavía se contabiliza una media de 70 homicidios diarios en todo el país.

Contextos políticos al margen, para entender cómo se descontroló la situación hay que ir semanas atrás, a otro concierto. Uno más en las decenas de espectáculos de música tradicional mexicana que se celebran cada fin de semana en el país.

Fue el jueves, 28 de marzo, en Guadalajara, capital de Jalisco. Tocaban Los Alegres del Barranco, una banda con 20 años de historia. Durante su canción «El del palenque», exhibieron en las pantallas del escenario la imagen de Nemesio Oseguera, «El Mencho», líder del Cártel Jalisco Nueva Generación, una de las dos organizaciones criminales más poderosas de México.

La letra no deja lugar a las dudas: «Soy el dueño del palenque, cuatro letras van al frente (acrónimo con el que se conoce al grupo criminal), soy del mero Michoacán, donde es la Tierra Caliente, soy el señor de los gallos (apodo del narcotraficante), el del cártel jalisciense». Fue la tormenta perfecta.

Un rancho para reclutar sicarios

Semanas atrás, un colectivo de buscadoras había hallado un rancho en Teuchitlán, a poco más de una hora de allí, donde el Cártel Jalisco Nueva Generación presuntamente reclutaba y adiestraba a futuros sicarios. Los que trataban de huir o se negaban a seguir las órdenes eran torturados y muertos allí mismo.

La imagen de 400 pares de zapatos abandonados en el lugar supuso una sacudida en una sociedad demasiado acostumbrada la violencia. Tras el escándalo de la imagen del «Mencho», Los Alegres del Barranco perdieron varios shows, la Fiscalía de Jalisco los citó a declarar (no se presentaron) y Estados Unidos les retiró la visa. Posiblemente nunca pensaron que se fuera a armar semejante revuelo.

Semanas atrás, en otro municipio de Jalisco, un jinete recibió 50.000 pesos por su actuación y el speaker dejó claro que eran de parte del «señor de los gallos». Los camareros que vendían cerveza llevaban el rostro del «Mencho» en los delantales. No es una excepción.

En 2022, Peso Pluma, uno de los principales exponentes del género, tocó en Culiacán, capital de Sinaloa, frente a una imagen de Joaquín Guzmán Loera, «El Chapo», líder del cartel del Pacífico.

La imagen generó un pequeño escándalo y cuando se le preguntó por qué había mostrado el rostro del narco, respondió de forma un tanto pueril: su ingeniero de luces no estaba y él no se dio cuenta de qué es lo que proyectaban a su espalda.

Lo dice el mismo cantante que proclama en una de sus letras «y ´pa chambear (trabajar), con don Iván (hijo del Chapo y líder de Los Chapitos, facción del cártel de Sinaloa), soy de la gente del Chapo Guzmán».

Recientemente, el cantante fue acusado de lavar dinero para Los Chapitos después de que integrantes de La Mayiza, la otra facción del cartel de Sinaloa, distribuyeran pasquines con los rostros de supuestos aliados de sus rivales.

Prohibir o no prohibir

Lo que podía haber pasado como una anécdota terminó desatando un terremoto. La presidenta, Claudia Sheinbaum, dijo en una conferencia matutina (diariamente comparece ante los medios, como hacía su antecesor, Andrés Manuel López Obrador) que no era partidaria de prohibir pero lanzó una iniciativa para crear corridos al margen de la narrativa de drogas y violencia.

Una especie de Operación Triunfo en versión regional mexicano que tendrá su festival final en octubre. En paralelo, su grupo parlamentario, Morena, promovió una ley para penar con cárcel a quien interprete canciones que hagan «apología del delito».

En realidad, esta fórmula ya está en el Código Penal mexicano, que castiga con penas de entre tres y seis meses de cárcel a quien promueva «el delito o el vicio».

Además, los gobernadores de estados como Sinaloa o Michoacán anunciaron que castigarán a quienes canten corridos que hagan referencia a grupos criminales. Es decir, que mientras la presidenta afirma que no se prohibirán las canciones explícitas, desde sus filas se ha lanzado una ofensiva contra el género a nivel local.

«Ahora no solo te multan, ahora pueden meterte al bote (la cárcel)», dijo Luis R. Conriquez un día después de que su concierto fuese arrasado para tratar de explicarse ante los fans.

«No prohibimos un género musical, eso sería absurdo. Lo que estamos planteando es que las letras no hagan apología de las drogas, de la violencia, de la violencia contra las mujeres o de ver a una mujer como un objeto sexual. Todo esto es parte de que queremos que se haga una conciencia social en nuestro país y que poco a poco deje de construirse los corridos, los corridos tumbados, las bandas, etc vinculados con estos temas», ha reiterado Sheinbaum.

La mano de Washington

Lo que no está claro es cuál ha sido el detonante para la autocensura de los propios cantantes. La amenaza de un castigo en México no parece suficiente. Hay otro elemento clave que es posible que haya tenido mucho más impacto: Estados Unidos.

En los últimos días se ha especulado con la posibilidad de que Washington niegue la visa a quien cante corridos bélicos. Y esto golpea directamente a los bolsillos de los artistas, que hacen más caja en conciertos al norte del Río Bravo que en México.

A esto se le suma un caso paralelo pero que también tiene relación. El sello Del Records, que produjo algunos de los grandes éxitos del género como «Ella baila sola», la canción que llevó al estrellato a Peso Pluma, está bajo investigación por colaboración directa con el CJNG.

Su dueño, Ángel del Villar, fue condenado por un tribunal estadounidense y se enfrenta a una pena de hasta 30 años de cárcel por hacer negocios con un supuesto lavador de dinero del narco. En el juicio se utilizaron como pruebas letras de algunas de las bandas que forman parte del sello.

Luis R. Conriquez fue el primero, pero rápidamente le siguieron otros cantantes. El domingo, por ejemplo, en Coachella, el mayor festival musical de Estados Unidos, acogió un show de Junior H, otro de los exponentes del nuevo regional mexicano –así se denomina a la música tradicional–. El espectáculo fue diferente. No se cantó ni una sola canción con referencia al narcotráfico.

«Para mí es una cultura esto, es muy difícil apagarlo o dejar que, de repente, de un día para otro, ya no se hagan corridos», dijo Junior H tras su concierto. No habló sobre por qué eligió suprimir algunos de sus grandes éxitos del repertorio.

Es previsible que eso ocurra en los próximos conciertos previstos, que los artistas adecuen su repertorio a las posibles consecuencias. Aunque eso, en el fondo, supondría que el género deje de existir como se conocía hasta el momento.
Desde hace décadas, los corridos han relatado historias cotidianas en México.

Y en los últimos años, uno de los géneros más importantes era el relacionado con el narcotráfico, especialmente glorificando la vida de los líderes criminales.

Hay quien considera que la música no es más que un reflejo de una sociedad marcada por la violencia.

Otras voces, las partidarias de la censura, afirman que determinados mensajes favorecen la normalización de la violencia y convierten en aspiración el crimen organizado. En medio de la incertidumbre, un dato: la canción «El del palenque» que inició la polémica, llevó a sus autores, Los Alegres del Barranco, al número uno de Billboard. Un lugar que jamás habían alcanzado.