«La guerra de los Balcanes apunta a la que será un día la posguerra ucraniana»
El donostiarra Borja D. Kiza ofrece en 'Los soldados que volverán. Desafíos de posguerra', un análisis enriquecido con testimonios que, partiendo de las consecuencias de las Guerras de los Balcanes, anticipa lo que será, cuando llegue, la posguerra en Ucrania.

¿Qué le motivó a escribir este libro?
En 2017 viajé a los Balcanes con motivo de los 25 años del final de las guerras en la región. Me di cuenta de que las nuevas generaciones nacidas en los 90 no las habían vivido o eran bebés pero sufrían sus consecuencias. En 2022, cuando se reactivó la guerra en Ucrania, vi un montón de similitudes. Mi primera idea era señalar todas esas conexiones entre esos dos conflictos en territorio europeo. Pero mi objetivo va más allá, y busca hablar de la posguerra, la de los Balcanes y la que, tarde o temprano, llegará, esperemos, a Ucrania.
Las posguerras, esas grandes olvidadas…
Duran mucho más tiempo y marcan socialmente, quizás, más que la guerra, porque es donde se redefinen los equilibrios políticos, económicos... Nos centramos en la guerra y, una vez que se acaban las bombas, nos olvidamos...
Y pasamos por alto cuestiones como las ilusiones frustradas, los exilios... En los Balcanes muchos se fueron tras terminar la guerra, vimos cómo se vaciaron países... Es algo que desgraciadamente se repetirá en cuanto termine la guerra en Ucrania y los hombres de 18 a 60 años, hoy enrolados, puedan salir del país.
Al establecer esa comparativa se centra especialmente en Croacia. ¿Por qué?
Las conexiones son evidentes, comenzando por las aspiraciones a entrar en la UE, de la que ambos son frontera, y el grado de cumplimiento de las expectativas de ese ingreso en el caso croata. También recojo testimonios de serbios de Croacia y de bosnios. Pero es cierto que al ir cerrando el círculo me centré en testimonios de croatas.
Uno de ellos asegura que Croacia significa territorio de frontera, como Ucrania.
Así es, y está la cuestión de la lengua. El croata y el serbio son muy próximos, pero la guerra y los intereses políticos han exacerbado las diferencias y el exclusivismo, hasta el punto de que, pese a que se entienden perfectamente, no se pueden publicar libros en croata en Serbia ni en serbio en Croacia. El ucraniano y el ruso son lenguas eslavas. No soy filólogo, pero tendrán conexiones... Más aún, el ruso ha sido la lengua predominante en el este de Ucrania, incluso en Kiev. Y hay gente que, indignada por la guerra o por presiones, ha decidido abandonar el ruso y abrazar el ucraniano...
¿Ve similitudes entre el nacionalismo ultra de Tudjman (fundador de la Croacia independiente) y la extrema derecha banderista ucraniana?
Veremos la evolución política cuando acabe la guerra en Ucrania, pero es cierto que esa extrema derecha existe, aunque sea en pequeñas dosis y sea utilizada y magnificada por el Kremlin. Lo que está claro es que, tras la independencia, Croacia vivió una exacerbación del nacionalismo, que fue de la mano de la corrupción. Eso sí, destacaría una diferencia. Croacia venía de un sistema comunista y tras la guerra pasó al capitalismo. En Ucrania, el tránsito fue anterior.
«En los Balcanes, muchos se fueron tras terminar la guerra, se vaciaron países... Es algo que puede repetirse cuando termine la guerra en Ucrania»
Volvamos a las posguerras. ¿Qué pasó en Croacia? ¿Qué podría pasar en Ucrania?
Mandaron a los hombres a la guerra, muchos volvieron con estrés postraumático y no fueron tratados. Algunos terminaron matando a sus hijos, a sus esposas o suicidándose. Y hubo un manto de silencio. Yo he recogido los testimonios de sus hijos, y de lo que vivieron-sufrieron en sus familias. Es algo que puede pasar en Ucrania. Se calcula en un millón los que han luchado y luchan en la guerra. Y los sanitarios estiman que el 95% puede sufrir efectos graves en su salud mental. Hablamos de cientos de miles de personas en un país arruinado. ¿Quién va a tratar eso?
¿Quién va a tratarlos?
Pues van a ser las madres, las hermanas, las hijas, las mujeres. Esto nos entronca con el tema del feminismo, con la cuestión de las violaciones de guerra. Todo se va encadenando. Es un libro en el que se puede surfear de un tema a otro, como las olas.
Como señala en la introducción, no estamos ante un tratado de teoría política. Pero, hablando de similitudes, ¿no cree que puede existir un paralelismo también entre lo que puede ser Serbia y Rusia?
Es posible. Pero me he centrado, más que en países concretos, en la cuestión de la guerra y la posguerra. Lo que sí he intentado con Ucrania es dar voz a opiniones rusas. Me costó mucho, porque no querían hablar. Los ucranianos, sí. Tienen un autoconcepto de víctimas muy claro y quieren denunciar al mundo lo que están viviendo. En el lado ruso es mucho más complejo. Los más fáciles de contactar han sido los exiliados/as en Francia o en España... Uno de los testimonios más potentes es el de una rusa que llegó a Francia antes de la guerra, a la que se opone, y a quien su madre manda desde Rusia mensajes probélicos. Teme que sea capaz de mandar a su hermano de 18 años al frente y eso le angustia. En esos testimonios hay muchos matices. Pueden estar contra la guerra y contra Putin, pero no son ingenuos y saben que en Occidente hay una visión interesada. Entrevisté a una rusa, profesora de la universidad y activista de izquierdas, que fue perseguida por su oposición a la guerra y a Putin y tuvo que exiliarse después de que le hicieran la vida imposible. Fue ella, paradójicamente, la que me dio los contactos para entrevistar a rusos pro-Putin y proguerra.
En el libro da espacio a la disidencia, a esas voces que introducen, justo, matices...
En general, a la gente, al público, al lector... les gustan las soluciones fáciles. ‘Hazme un resumen. ¿Quién es el bueno? ¿Quién es el malo? ¿A quién tengo que apoyar? Dime a quién tengo que votar’. No quiere complicarse la vida con complejidades ni con matices. Busca el blanco y negro, y tener la conciencia tranquila. Es todo lo contrario a la disidencia, que supone tener una posición y ser capaz de apuntar lo que tu propio campo ideológico está haciendo mal para mejorarlo. Esto no gusta, incomoda y cansa.
Este libro levanta ampollas por todos lados. Puedes intentar ser lo más neutral posible, pero hay proucranianos que consideran que hay demasiada crítica a Ucrania, aunque son críticas de los propios ucranianos. Lo mismo pasa con los rusos que son muy críticos con Rusia.
Usted mismo hace una autocrítica del papel de Occidente desde la perspectiva de un vasco que vive en Marsella.
Me parecía justo que si iba a recoger críticas al campo ucraniano y al campo ruso había que consignar qué es lo que está haciendo mal Occidente, pero no por azuzar el fuego, sino para permitir acercamientos. Cuando uno es capaz de autocriticarse, el de enfrente va a ser capaz también de asimilar sus propias críticas.
El libro recoge críticas a la cobertura mediática occidental, tan maniquea y simplista. Hay voces que cuestionan que Ucrania entre en la UE... O cómo Occidente está presionando a los países africanos para que se posicionen a favor de Ucrania, cuando bastante tiene África con lo que tiene y no va a sacar nada bueno de una cosa o de la otra. O cuando se cuestiona la diferente vara de medir al abrir la puerta a los ucranianos y cerrarla a inmigrantes-refugiados africanos en el Mediterráneo. O con Ucrania y Gaza...
«No existe una guerra justa. La pregunta es si hay violencia justa. La no violencia es una práctica y un ideal al que aspirar»
¿No echa en falta esa autocrítica en Rusia y en parte de la izquierda europea y latinoamericana?
Claro que se echa de menos en Rusia. No soy un experto, pero creo que hay unos factores que marcan a la sociedad rusa. Hablamos de un país de 145 millones de habitantes y, por su extensión geográfica, es un continente. Siempre ha tenido poderes muy fuertes, muy autoritarios y su historia ha sido muy convulsa.
Y, por cuestiones de orografía, siempre han tenido miedo, muchas veces fundado, a ser invadidos, y su respuesta ha sido expandirse geográficamente...
Y tampoco podemos olvidar que la URSS fue una realidad hasta 1991. Mucha de la gente que ha vivido en el mundo soviético está viva. Y tienen una concepción del mundo y del país muy diferente. Mucha gente que para sobrevivir en una época tan dura y de tanto autocontrol eludía la política y la crítica.
El libro reivindica el antimilitarismo. Partiendo del principio de la sinrazón de toda guerra, ¿existe el concepto de la guerra justa?
Es una pregunta muy compleja. Yo distinguiría entre el concepto de guerra y el concepto de violencia. En toda guerra subyacen intereses geopolíticos e intenciones estratégicas; en definitiva, una pugna entre Estados. Yo creo que la pregunta pertinente y más accesible es si hay violencia justa, justificada. Y ahí me remito a la entrevista que me concede en el libro la filósofa estadounidense Judith Butler, autora de un libro muy interesante, 'La fuerza de la no violencia'. Butler plantea muchas cuestiones, como la diferente llorabilidad de las víctimas, porque lloramos a unas víctimas y a otras no, como vemos claramente en Gaza.
En esa reflexión, habla de la no violencia como una práctica y una aspiración. Es un ejercicio, el de no responder con la violencia, que vas ejercitando adquiriendo herramientas. Pero la no violencia es un ideal al que aspirar. Y ella misma añade que ‘no considero que en un momento dado no haya que responder a veces violentamente’. Entonces, yo creo que ella hace un equilibrio muy fino entre todos los elementos, ¿no? Esa me parece la buena respuesta porque incluye los tres elementos, la práctica, la aspiración y el realismo. Considera que a veces el uso de la violencia es inevitable, porque de no hacerlo la consecuencia puede ser peor.
Haciendo referencia al título del libro, ¿volverán algún día los soldados?
Las guerras parecen eternas, pero algún día acaban, por agotamiento o porque surge otro conflicto que las relega. Ocurrió un poco cuando Gaza dejó en un segundo plano la guerra de Ucrania. Pensaba que este año terminaría con algún tipo de acuerdo, malo, pero acuerdo, aunque ya no me atrevo a hacer pronósticos, y menos con un presidente estadounidense tan imprevisible como Donald Trump. Lo que no tiene visos de acabar es lo de Gaza, allí todo apunta a la aniquilación. Volviendo a la pregunta, claro que habrá soldados que volverán. Y volverán a una posguerra
con todos los problemas que se intentan glosar en el libro.
Y también está el tema de nuevas generaciones, todos los chavales y chavalas que están naciendo ahora en Ucrania y que dentro de quince años serán adolescentes. ¿Qué padres van a tener? ¿Qué país les va a quedar?

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