Natxo Matxin
Redactor, con experiencia en información deportiva

El actual estado de conservación de los bosques vascos no ayuda a impedir incendios

Quitando los recientes incendios en Izarbeibar y Zarrakaztelu, Euskal Herria no está resultando afectada por la plaga de fuegos que asola al Estado español. Sin embargo, la salud y conservación de nuestros bosques y montes no parece la más adecuada para evitarlo, según apuntan agentes implicados.

Bomberos trabajan durante la noche en los trabajos de extinción del reciente incendio de Zarrakaztelu.
Bomberos trabajan durante la noche en los trabajos de extinción del reciente incendio de Zarrakaztelu. (Eduardo SANZ | EUROPA PRESS)

No todo el monte es orégano y el tan trillado refrán también podría aplicarse a Euskal Herria. Buena parte de nuestros bosques no parecen gozar de la mejor salud, ni la administración los está gestionando de una manera adecuada, a tenor de lo que trasladan agentes sociales de diverso tipo que, de una u otra manera, tienen relación con la masa forestal vasca.

Y con el trasfondo de los macroincendios veraniegos –Nafarroa ha vuelto a llevarse la peor parte–, potenciados por el cambio climático, el abandono rural y la falta de efectivos, esa situación se antoja más preocupante y necesitada de que se tomen medidas al respecto, especialmente de carácter preventivo, aunque no todos los colectivos implicados tienen en mente soluciones comunes.

Según datos de 2024, la superficie forestal abarca más de la mitad del territorio de Hego Euskal Herria. Así, en Nafarroa supone el 59 % (616.000 hectáreas), mientras que en la CAV llega hasta el 55 % (396.000 hectáreas). De estas últimas, el 52 % está dedicado a plantaciones selvícolas –mayoritariamente monocultivos de coníferas, eucaliptos y otras especies alóctonas– y el resto (48 %) son bosques autóctonos, si bien los datos varían mucho en función de los herrialdes. La proporción en Bizkaia es 77 % frente a 23 %, en Gipuzkoa 60 % y 40 %, mientras que en Araba es justo al contrario, 22 % y 78 %.

La superficie forestal abarca más de la mitad del territorio vasco, con mucha más proporción de bosque autóctono en Araba; es importante diferenciarlo de las plantaciones cuando se habla de incendios

Es importante distinguir entre ambas áreas –bosques autóctonos y plantaciones forestales– porque «se comportan de manera totalmente distinta ante los incendios», especifica Leire Paz, bióloga de Ekolur, asesoría medioambiental que se encarga de realizar estudios sobre el estado de conservación de los primeros en la CAV. Y dicha situación «es en general desfavorable, en la terminología de la Directiva de Hábitats, en lo que respecta a los diferentes tipos de bosques autóctonos», asegura.

Una circunstancia que se debe en buena medida a la fragmentación de los hábitats, «sustituidos por plantaciones, desarrollos urbanísticos e infraestructuras», la presencia de especies exóticas invasoras y la inmadurez de las superficies boscosas «por los muchos usos y actuaciones que se llevan a cabo sobre ellas», enumera esta bióloga.

Apunta, además, un dato muy significativo. En el siglo pasado se redujeron drásticamente las superficies abiertas, correspondientes sobre todo a pastizales y matorrales ligados a un tipo de actividad ganadera que ya apenas se practica, en beneficio del incremento de las plantaciones forestales.

Reducir el nivel de biomasa

Quienes viven del monte defienden que los silvicultores son los primeros interesados en esmerarse por aplicar medidas preventivas frente a incendios. Fernando Azurmendi, ingeniero técnico de la Confederación de Forestalistas de Euskadi, pone de manifiesto que «se lleva trabajando de manera activa durante los últimos años» en dichas actuaciones, que pasan «por reducir el nivel de biomasa y combustible que el fuego pueda tener en el bosque».

Al respecto de la actual coyuntura de incendios generalizados en la Península Ibérica, resalta que la realidad en nuestro país «es bastante diferente» por los «buenos» datos que se manejan y «la gestión que estamos teniendo y hemos tenido históricamente en el territorio vasco», si bien apunta que «no hay que bajar la guardia» y proseguir en la misma línea.

Azurmendi considera un «error» que se aborde el problema de los incendios «desde la especie», dicho a grosso modo, en función de si se trata de un bosque autóctono o una plantación silvícola. «Hay datos que pueden demostrar que lo importante es precisamente que haya unas buenas estructuras de bosque, adaptadas y resilientes», argumenta.

«Desde luego, lo que hay que evitar es el abandono del monte, eso no es ninguna alternativa –amplía–. Como propietarios, trabajamos con entre 30 y 35 especies, tanto alóctonas como autóctonas, promoviendo una gestión forestal sostenible con la extracción ordenada de la biomasa», insiste.

Para Jon Hidalgo, de Lurgaia, «aquí todo el mundo ha plantado lo que le ha dado la gana y el cambio climático nos ha atropellado»

Una visión en la que no coincide Jon Hidalgo, de la Fundación Lurgaia, que trabaja por la recuperación y conservación de ecosistemas dañados para que vuelvan a alojar biodiversidad. Considera «desastrosa» la gestión que se está llevando a cabo de los montes vascos. «Aquí todo el mundo ha plantado lo que le ha dado la gana, sin ningún tipo de ordenación, no hay alternancia de cultivos y bosques, y el cambio climático nos ha atropellado», describe.

Y pone como ejemplo de ese descontrol que menciona los episodios de banda marrón –enfermedad fúngica que afecta a los pinos– que se vienen produciendo en nuestro territorio, «porque no hay mosaico, ni alternancia de cultivos, hay un continuo de plantaciones que han favorecido la aparición y desarrollo brutal» de dicha enfermedad.

Bosque en la zona de Artikutza. (Juan Carlos RUIZ | FOKU)

«No se cultivan bosques, se cultiva madera. Se ha priorizado la plantación de pinos y eucaliptos, especies pirófilas, que generan las condiciones ambientales necesarias para propagar un fuego. Hay que cambiar el modelo, que debe ser menos productivista y más conservacionista», esgrime. A su juicio, hay que disponer de «más medios, más educación y, por supuesto, más persecución del delito, porque hay una dejación de responsabilidades de la administración política y de la judicial».

En este sentido, defiende que haya que disponer de mejores equipos «para lo que se nos viene encima», debido al «generalizado» mal estado de conservación de nuestros montes, especialmente en Bizkaia y Gipuzkoa, donde «están tremendamente alterados», si bien no está de acuerdo con la idea de que los fuegos hay que apagarlos en invierno, utilizando medidas preventivas como el uso de ganadería extensiva, a la que considera que «ahora mismo forma más parte del problema que de la solución, pues a su paso elimina todo el sotobosque».

No puede estar de acuerdo con dicha apreciación Roberto Urrutia, ganadero navarro que, una vez al año y desde hace cinco, pastorea su rebaño de 300 ovejas por la zona de Ezkaba Txiki, tras haber llegado a formalizar un convenio con el Ayuntamiento de Atarrabia, localidad a la que accede de manera transhumante desde Izangandoa, zona donde tiene su explotación ganadera.

«El objetivo es que los animales coman el material combustible y favorecer también la recuperación de la flora. Nadie puede asegurar que no vaya a arder un monte en el que haya ganado, pero está claro que minimiza las dimensiones de los fuegos, para impedir que se vuelvan a repetir las imágenes tan brutales que vimos en el verano de hace tres años», matiza.

Cabaña ovina, a la mitad

La realidad es que la cabaña ganadera ovina ha descendido en Euskal Herria a la mitad en estas dos últimas décadas y ese declive suele ligarse al incremento de incendios. Urrutia, que también gestiona la «única quesería urbana» de Euskal Herria –ubicada en la Txantrea–, colabora con fruticultores ecológicos de Lerin, introduciendo sus animales para pastar en una finca de 20 hectáreas y ahora está en negociaciones con otro ente municipal para llevar a cabo la misma labor que en Atarrabia.

«Lo que está claro es que los rebaños se han ido reduciendo en todos los pueblos, cada vez quedamos menos pastores porque la gente joven que se instala en esta profesión es muy poca y la ganadería extensiva se está perdiendo, lo que provoca que cada vez haya más maleza en el monte», describe.

Hay más ejemplos de uso de la ganadería como apagafuegos. Adelardo Paternain y Sergio Cobo también emplean sus bueyes galloway y angus (razas dóciles y poco agresivas) en Legarda –término municipal que en 2022 se quemó en su tercera parte– en la modalidad de «pastoreo extensivo», con la finalidad de «reducir la carga de material inflamable en el monte», explican. «Tampoco hemos inventado nada, es una práctica ganadera desde el principio de la humanidad», reflejan.

La experiencia se inició hace un año, después de que el Consistorio de la localidad la priorizase «por darle un valor más ambiental que económico a los recursos del pueblo», con vocación de que pueda ampliarse a futuro e incluso exportarse a otras zonas. Aunque son cautos «porque lo importante es que el proyecto termine asentándose, además de que debería complementarse con desbroces de aquella maleza que no comen las reses», especifican.

En todo caso, no son muy optimistas en cuanto a que el riesgo de incendios pueda aminorar en los próximos años, ya que ligan dicho peligro al hecho de que existe una desconexión entre el mundo urbano y rural. «Si no se generan las condiciones socioeconómicas adecuadas para que los jóvenes se instalen en los pueblos, va a seguir habiendo episodios. Mucha gente ve el monte solo como un área de recreo, sin ningún tipo de arraigo, y es necesario mantenerlo y gestionarlo», critican.

Incendio en Jaizkibel durante la pasada primavera. (Arnaitz RUBIO | FOKU)

Iñaki Lizarbe, bombero forestal en Nafarroa, reconoce que «asusta» la situación actual de los bosques, pues al haberse dado una primavera muy lluviosa, «el sotobosque y las herbáceas han proliferado y suponen un combustible muy peligroso». Además, «ahora se hacen muchas menos sacas de madera y aprovechamientos de lotes de leña, junto a que apenas hay ganado en el monte», añade.

Defiende, por otro lado, la realización de quemas preventivas y el pastoreo extensivo como actuaciones necesarias. «Por ejemplo, en los Grandes Incendios Forestales (GIF) –más de 500 hectáreas quemadas– de 2022, cuando llegó a Artazu, el fuego se paró en aquellas zonas donde previamente se habían hecho quemas bajo dosel y lo mismo ocurrió en el Alto de Lerga, donde habían pastado los animales», recuerda.

Iñaki Lizarbe, bombero: «Se podrían llevar a cabo muchas más labores preventivas, el esfuerzo económico compensa las pérdidas que provoca un gran incendio»

Enumera que son cuatro las variables involucradas para que un incendio se propague más o menos rápido: humedad relativa, velocidad del viento, pendiente y temperatura. En el reciente incendio de Zarrakaztelu, esta última fue decisiva. «Con 42 grados la situación se complica mucho», especifica Lizarbe.

La demanda de ampliación de efectivos y temporalidad ha sido una constante por parte de quienes se encargan de las labores de extinción. Lo hicieron recientemente y también el año pasado. «Hay que potenciar el Grupo de Refuerzo Forestal (GRF) ampliando el contrato hasta los nueves meses para 117 trabajadores que ahora lo tienen de cuatro. Se podrían llevar a cabo muchas más labores preventivas y consideramos que el esfuerzo económico compensa las pérdidas que provoca un gran incendio», reclama.

Incendios de tercera generación

Lo cierto es que, de momento, la Administración foral pocos o ningún paso ha dado para hacer realidad dicha reclamación, que urge ante la necesidad de que muchos núcleos urbanos pongan en marcha las medidas de prevención incluidas en el denominado Plan Infona (Plan Especial de Protección Civil de Emergencia por Incendios Forestales en la Comunidad Foral de Navarra). «Son actuaciones cuya competencia corresponde a Protección Civil, pero que las podríamos realizar perfectamente Bomberos de Navarra si se consolida dicha ampliación de efectivos que hemos reclamado desde hace bastante tiempo», constata Lizarbe.

Ismael García, guarda de medio ambiente también en Nafarroa, advierte de que en este herrialde ya se ha dado un paso preocupante. «Hasta ahora no se habían producido incendios de tercera generación», señala. Confluyen, en su opinión, elementos como el cambio climático, la falta de gestión adecuada y el abandono rural. «Los diferentes gobiernos han potenciado concentrar los servicios en las grandes ciudades y eso ha generado que la gente se marche de los pueblos», denuncia.

Reivindica que la actuación previa se realice «sobre zonas y puntos susceptibles de propagar incendios», mediante la utilización de cortafuegos, combinados con el uso ganadero. «Políticas institucionales activas en pro de la prevención, mantenimiento de la ganadería extensiva y fijación de la población rural» es la fórmula que propone.

Lo que sí parece importante es que todos estos agentes sociales implicados en la defensa y la gestión de nuestros bosques no solo aporten sus propuestas, sino que también se busquen soluciones viables y efectivas para erradicar un problema, el de los incendios forestales, que ya no se ciñe únicamente a la afección directa que provoca en zonas rurales, también se ha convertido en una preocupación de índole global.