Periodista / Kazetaria

El partido gobernante de Japón se enfrenta a un futuro incierto tras la dimisión de Ishiba

El primer ministro japonés, Shigeru Ishiba, abandonó el cargo después de perder la mayoría en las dos cámaras y los casos de corrupción que salpican a su partido. El país se enfrenta a una crisis económica, de vida cotidiana y de confianza política.

El ahora exprimer ministro japonés, Shigeru Ishiba, en una recepción el pasado 25 de agosto en Yokohama.
El ahora exprimer ministro japonés, Shigeru Ishiba, en una recepción el pasado 25 de agosto en Yokohama. (EUROPA PRESS)

Menos de un año después de asumir el cargo, el primer ministro japonés Shigeru Ishiba anunció su dimisión tras la dura derrota electoral de su partido, el Liberal Democrático (PLD).

Por primera vez desde 1955, la formación que ha dominado la política japonesa durante casi siete décadas pierde la mayoría en una de las cámaras del Parlamento, un golpe histórico que pone en cuestión su capacidad de seguir gobernando con estabilidad.

El fracaso de Ishiba en unas elecciones anticipadas convocadas para reforzar su autoridad no solo debilitó su liderazgo, sino que precipitó la peor crisis interna del PLD en décadas.

La renuncia de Ishiba vuelve a poner de relieve la fragilidad del cargo de primer ministro en Japón.

Con la notable excepción de Shinzo Abe, que logró mantenerse casi ocho años en el poder, la política nipona se ha caracterizado por una sucesión constante de jefes de gobierno que raramente completan un mandato largo.

Esta inestabilidad refleja tanto las tensiones internas del PLD como la creciente desafección de un electorado marcado por la crisis económica, el deterioro de la vida cotidiana y la pérdida de confianza en las instituciones.

La caída de Ishiba no puede entenderse sin el cúmulo de escándalos que han golpeado al PLD en los últimos años.

El caso más sonado fue el de la Iglesia de la Unificación, que sacó a la luz las estrechas conexiones de numerosos diputados con la controvertida organización y terminó destapando un amplio entramado de corrupción política.

A ello se sumaron revelaciones sobre desvíos de dinero procedente de donaciones y financiación opaca de campañas, que erosionaron todavía más la credibilidad del partido en el poder.

Incluso la figura del propio Ishiba se vio salpicada por episodios que dañaron su imagen. El más mediático fue el protagonizado por su hijo, que organizó una fiesta privada en la residencia oficial del primer ministro, un gesto percibido como símbolo de arrogancia y desconexión con la ciudadanía.

La mayoría de los japoneses manifestaron abiertamente su decepción con la forma en que el gobierno gestionó estos casos, alimentando un clima de hartazgo que acabó convirtiéndose en ambos castigos electorales.

Por el momento, el liderazgo del PLD está abierto a varias figuras de peso dentro del partido.

Uno de los primeros en posicionarse como candidato ha sido Toshimitsu Motegi, exministro de Asuntos Exteriores conocido por su enfoque pragmático y su capacidad de diálogo, lo que podría favorecer una transición más moderada y orientada al consenso político.

También está entre los favoritos a Yoshimasa Hayashi, el actual Secretario Jefe de Gabinete, conocido por su perfil técnico y cercano a la estructura burocrática del partido.

Dos conocidas figuras vuelven al foco mediático

Por su parte, dos figuras ya conocidas en la última contienda interna vuelven a estar en los focos mediáticos: Sanae Takaichi, ministra de Seguridad Económica, emerge nuevamente como fuerte contendiente desde el ala ultraconservadora del PLD.

Se caracteriza por posturas nacionalistas, su oposición al alza de tipos del Banco de Japón y su apuesta por una política fiscal expansiva.

En cambio, Shinjiro Koizumi, el joven ministro de Agricultura y hijo del conocido exprimer ministro Junichiro Koizumi, aparece como propuesta de renovación del ala más moderada de la formación.

Su estilo más abierto y su propuesta de afrontar los problemas con pragmatismo le dan atractivo entre los sectores más jóvenes y urbanos de la formación conservadora.

La relevancia de estas candidaturas dentro del contexto actual es innegable: tras los históricos resultados electorales y el desgaste del PLD, los aspirantes no solo deberán ganar el liderazgo del partido, sino también reconstruir la legitimidad del gobierno.

El nuevo líder tendrá que unir facciones, recuperar la confianza ciudadana y enfrentar los retos geopolíticos y económicos inmediatos, que no son pocos.

Los desafíos del PLD

Así pues, los liberal-demócratas afrontan ahora una de sus pruebas más difíciles desde su fundación en 1955.

Para recuperar la confianza de los ciudadanos, necesitarán algo más que un simple relevo en la cúpula: deberán abrir un proceso de regeneración interna, marcar distancia con los escándalos recientes y ofrecer un proyecto convincente capaz de responder a la crisis económica y a la sensación de estancamiento político.

La elección del nuevo líder será crucial, pero lo verdaderamente determinante será si el PLD logra demostrar que aún puede reinventarse y ofrecer estabilidad en un país que, tras décadas de una casi inexistente alternancia, empieza a contemplar seriamente la posibilidad de un futuro político distinto.