Xole Aramendi
Erredaktorea, kulturan espezializatua
Entrevista
Mikel Díez Alaba
Pintor

«El capital mueve los intereses sociales, que ahora están en los viajes y la gastronomía»

Mikel Díez Alaba exhibe en Ekain Arte Lanak, de Donostia, una veintena de pinturas en las que deja patente su obsesión por el trascurrir del tiempo. ‘Momentos del tiempo’ aglutina obras realizadas desde la década de los 80 hasta hoy en día.

Mikel Díez Alaba en la muestra de Donostia.
Mikel Díez Alaba en la muestra de Donostia. (Maialen ANDRES | FOKU)

Mikel Díez Alaba (Bilbo, 1947) es uno de los referentes entre la generación de artistas vascos nacidos en la década de los cuarenta. Cursó sus estudios en Valencia y Madrid. Fue en 1970 cuando hizo su primera aparición pública en la colectiva Forma, en la Galería Mikeldi de Bilbo. Se suceden otras muestras y, sin acabar la carrera, en 1972 obtiene la prestigiosa beca de la Fundación March, en París.

Tras su regreso a Euskal Herria, protagoniza numerosas muestras y obtiene diversos galardones. Desde 1981 reside en Menorca, consolidando su carrera artística.

La muestra que alberga Ekain Arte Lanak se puede visitar hasta el 11 de octubre. Está compuesta de una veintena de obras. Son pinturas realizadas en la década de los 80 hasta piezas hoy en día. «Los cuadros más recientes, pintados hace algo más de un mes, no tienen título», detalla. «Siempre estoy activo. Cuando uno no sabe casi hacer otra cosa... –prosigue–. He tapado mucha obra. Algunas piezas están sujetas al momento en el que lo pintas, y después puede taparse pintando sobre ella o puede moverse». 

La pieza más grande mide 1,95 x 1,95 y es un homenaje a la memoria de Tomás Moro, titulada ‘Utopía’. «Lo hice en 6-8 meses, no recuerdo el tiempo exacto. Un amigo mío dirigía un Colegio Mayor en Bilbao y me comentaron que, cuando fuese a la ciudad, me hospedara allí. Tenía una habitación y una sala contigua. Desde mi primera visita empecé a pintar un cuadro que se colgaba fuera del espacio donde vivía y trabajaba y, cuando me iba del colegio para volver a casa, sacaban y mostraban el cuadro colgado. Tenían una biblioteca bastante decente, encontré el libro ‘Utopía’, de Tomás Moro. Empecé a leer el texto. En la habitación contigua había un dibujo de Holbein de Tomás Moro, una pieza preciosa. Entre el dibujo y el texto empecé a pintar el cuadro. A lo largo del tiempo fui produciendo zonas más directas o veladuras que cubrían la pintura. Me gusta el cuadro. Es el homenaje a su memoria y a la dureza que vivió en su proceso», cuenta.

El paso del tiempo es uno de los temas recurrentes del artista a lo largo de su carrera. ‘Momentos del tiempo’ es el título de la muestra. «Al final somos siempre el mismo, no hay cambios en la persona. Una vez que se produce un cierto aprendizaje y has pasado un tiempo bastante largo de trabajo, entonces la obra se va moviendo, pero está vinculada, siempre y vuelves a una serie de cosas», reflexiona.

«Nacemos con unas características que vamos modelando, moldeando o modificando a lo largo de nuestra vida, pero en esencia es el mismo ser el que se está moviendo. En el recorrido del tiempo te encuentras en distintos lugares, en distintas situaciones emocionales, en distintos estados psíquicos. Tu ser va viviendo intensamente todos los procesos que vas sintiendo por el tiempo histórico y por el lugar, que determina muchísimo», ahonda.

El azul de Menorca

Uno de los sitios que ha marcado al pintor bilbaino es, sin duda, Menorca. El azul de su mar es uno de los elementos que se repiten en sus cuadros. «He retomado esos azules a lo largo de estos más de cuarenta años de trayectoria periódicamente, porque esos ultramares me atraen poderosamente y vuelven a aparecer continuamente; de ahí el nombre de la muestra».

Encontramos ese azul en una de las obras que cuelga en Ekain. Es de 1986. «Fue al comienzo de nuestra llegada a Menorca. Legamos en el año 1980, vivíamos en una torre del siglo XVI y tenía el taller en la última planta. De ahí había escaleras a una terraza muy grande, desde donde se dominaba media isla. El vínculo se producía con el cielo y con el mar, que estaba muy cerca. De hecho, desde allí arriba veíamos salir el sol», recuerda.

Nos anuncia una próxima muestra que organizará en la isla. «El año que viene prepararé una exposición en verano en una iglesia. Se llamará ‘Una torre y 57 cielos’, porque aquella época en la que viví en la torre fue la más espiritual, más desvinculada de las realidades aparentes, y fuera de todos los movimientos que se estaban produciendo en aquel momento».

Díaz Alaba abandonó la ciudad en búsqueda de un lugar «en donde la obra del hombre no fuera lo fundamental, sino que el hombre fuera la miseria que somos dentro de este universo tan grande. Si miro atrás me doy cuenta de que todavía me queda por ver y por recorrer. Mi compañera es terapeuta familiar y alguna vez he leído sobre el tema. Un terapeuta decía que al final de la vida es cuando entiendes de qué es lo que pintas aquí, qué es lo que haces en este mundo».

Ante todo, pintor

Por encima de todo se considera pintor. «Esto requiere un conocimiento exhaustivo y permanente de todas las técnicas y procedimientos y herramientas y todos los soportes posibles vinculadas a la pintura. A lo largo de todos estos años he conseguido ese pequeño conocimiento de la pintura. El arte, en general, es mucho más complejo. En euskara, de hecho, el arte está vinculado a la habilidad y si no la cultivas en el tiempo es muy difícil que exista», explica.

La mano tiene que estar ejercitada, le decimos; «muy suelta», remarca. «Hace mucho tiempo descubrí que la pincelada no estaba solamente obligada a añadir una detrás de otra para representar algo, sino que ya la propia pincelada se podía independizar y coger carácter en sí misma. No representaba nada, pero el gesto está vivo. Puedes incluso hacer una similitud entendiendo que está vinculada al Action Painting, pero, en lugar de ser tramas habituales sin significado, de manera que no te puedes mover por allí, en este casi sí, puedes circular dentro de aquellos espacios. El otro día estuve viendo una exposición de Helen Frankertaler y tiene obras muy hermosas. Es recurrente su proceso, va y viene en el tiempo, y aparecen piezas de hace muchos años y mucho más cercanas en el tiempo y tienen vínculos y relaciones. Es una obra bastante intemporal en ese sentido». 

Trabajó la pintura figurativa a principios de los años 70, y en la segunda mitad de la década optó por la abstracción, «mucho más radical, el momento más íntimo». «Buscas referencias en el mundo externo, miras al cielo, al suelo... Al principio es un caos todo lo que haces, hasta que poco a poco se va abriendo y va apareciendo un mundo más concreto. En los últimos años, no trabajo tanto la abstracción, sino la sugerencia de la abstracción, es lo que el mundo de la imagen real, el paisaje, me transmite. Es la búsqueda del espíritu o la esencia de las cosas. Es ir dejándote llevar, sin más. Desde el silencio dejas que broten las cosas», señala. 

Le preguntamos por el tipo de material utilizado. «Comencé con óleo, pero me pasé al acrílico. Trabajaba a veces en el suelo y me estaba bebiendo, literalmente, el aguarrás, porque el muy volátil. Los médicos no encontraban el motivo de los problemas de salud que tenía y, al final, alguien me preguntó en qué trabajaba. Me dijo: ‘o cambias de método o cambias de posición’ y empecé a utilizar el acrílico. Mientras he ido trabajando con el silicato, el temple, la acuarela, la cáustica, para conocer las capacidades de desarrollo que tienen todas ellas. Para poder decir un día: ‘Soy pintor’».

Amigo de Jorge Oteiza

Coetáneo de artistas de renombre como Juan Luis Goenaga, Díaz Alaba tuvo la fortuna de compartir inolvidables momentos con José Ramón Morquillas, Remigio Mendiburu y José Antonio Sistiaga... «la generación justo anterior a la mía. Con todos ellos he crecido y he vivido. Me tocó vivir una época buena», confiesa.

Cómo olvidar a Jorge Oteiza. «Un ser muy importante en el discurso del tiempo en nuestro país. Al margen de los maestros que he tenido en la pintura, que han sido muchos, es Jorge Oteiza», continúa. El propio Alaba conoció la pintura japonesa a través del escultor oriotarra. «Hubo esa sintonía cuando él hablaba de lo inmediato. Lo que me llamó más la atención fue el concepto de identidad, ser partícipe de un grupo. En aquel momento fue importante. El libro ‘Quosque Tandem’ se lo regalé a varios amigos gallegos, que estaban en la búsqueda de la identidad. Oteiza fue fundamental. Tuve la oportunidad de conocerlo, de entenderlo y de reírme a ratos con él porque no dejaba títere con cabeza», cuenta.

¿También compartió momentos de enfados? «Nunca lo vi muy enfadado. Era muy provocador, eso sí». ¿Era más el personaje creado? «Absolutamente. Yo lo vi muy lúcido, muy creativo. Lo conocí a principios de los 70 y la última vez que lo vi fue en Altzuza. En su momento fue una persona importante», recuerda.

Los tiempos han cambiado mucho. «El sistema, el capital, mueve los intereses sociales y en estos momentos el interés de los ciudadanos está en los viajes y la gastronomía, fundamentalmente. Es inevitable. Dicen que la pintura se ha muerto. No, no se morirá nunca. Tengo cuatro nietos y en el momento en el que pillan una herramienta se ponen a garabatear, no necesitan una brocha, con lo que tengan a mano, una tiza, por ejemplo, y el soporte les da igual. Todos. No he conocido a ningún niño que no lo haga», sentencia.